Me siento solo

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"Me siento solo."

Ese pensamiento cruzaba por mi cabeza durante mis sueños.

Abrí los ojos con pesadez, sintiendo el ardor en ellos por haber llorado durante la noche, tal vez esten hinchados. Por un breve instante, al abrirlos, me aferré a la pequeña esperanza de que despertaría en el campamento, rodeado de risas y charlas. Pero no, seguía en el departamento de Erizo. El sol apenas empezaba a salir, iluminando con un débil resplandor la habitación vacía.

¿Qué hora es?

Escuché unos movimientos provenientes de la habitación de Erizo, suaves pero constantes. El silencio de la habitación pesaba tanto como mi propio cuerpo, inmóvil sobre el sofá. ¿Susie estará durmiendo?

Un leve chirrido rompió la quietud. La puerta de la habitación de Erizo se abrió, revelándola. Tenía el cabello mojado, y llevaba la misma ropa de ayer. Supongo que es su uniforme de trabajo.

—Ah, ya despertaste. Iba a hacerlo de todos modos —dijo sin emoción mientras recogía sus cosas—. Vamos, tengo que irme al trabajo. Tus papás ya deben estar esperándote abajo.

Asentí en silencio, levantándome con torpeza. Mientras doblaba la manta, Erizo caminaba hacia la puerta de salida sin detenerse. La seguí con pasos lentos, cada movimiento sentía como un esfuerzo.

Cuando estábamos a punto de salir, sentí una presión en el pecho, algo que me impidió avanzar. Antes de que el momento se desvaneciera, decidí hablar.

—¿Puedes... darme tu número? —pregunté, mi voz apenas audible, cargada de indecisión. Temía que mi petición la irritara, pero aun así, lo hice. La esperanza de que tal vez, solo tal vez, pudiera reparar algo entre nosotros, me empujó a hacerlo.

Erizo se giró para mirarme. Su rostro permaneció inmutable, pero, para mi sorpresa, dijo:

—Claro.

Rápidamente saqué mi celular de la mochila, notando las pocas cosas que había empacado y las llamadas perdidas de mamá y papá que aparecían en la pantalla. Ignoré las notificaciones mientras Erizo comenzaba a dictarme su número. Lo anoté con cuidado, tal como me enseñaron, y lo guardé en mis contactos.

Una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Ahora tenía tres contactos: Mamá, Papá y Erizo. Era una simple adición, pero significaba mucho para mí.

—Gracias, Erizo —le sonreí con sinceridad.

Ella me sostuvo la mirada por un breve segundo, su rostro impasible, antes de darse la vuelta y salir sin decir más. La seguí en silencio. El frío de la mañana golpeó mi piel, mientras el leve sol intentaba inútilmente brindarme calor.

Al frente de los departamentos, el auto de papá estaba estacionado. Me acerqué con timidez, consciente de la tensión en el aire. Erizo caminaba detrás de mí, sus pasos resonando en la acera vacía. Al acercarme al vehículo, vi a mamá salir apresurada.

Con una sonrisa tímida, extendí mis brazos, esperando recibirla, buscando consuelo en su abrazo. Pero lo que vino no fue un abrazo. Fue un golpe.

La mano de mamá cayó con fuerza sobre mi mejilla, un dolor agudo recorrió mi rostro. El impacto me dejó atónito, tanto que lo único que pude hacer fue llevar mi mano a la cara, sobándome el lugar donde su mano había aterrizado.

Miré a mamá, sin saber qué decir. El aire se me escapaba mientras mi mente intentaba procesar lo que acababa de suceder.

—¡Eres un imprudente! —gritó, su voz cargada de ira. Mis ojos vagaron hasta el auto de papá. Él no miraba la escena, su atención fija en su celular, ignorando el ambiente tenso a su alrededor.

Madura | Oscar x Erizo(+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora