¿Volveremos a ser amigos como antes?

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Susie desapareció de mi vista, su presencia que siempre me acompañaba, se desvaneció en medio del caos. Me quedé solo, sentado en esa silla incómoda, con el eco de la risa de Erizo retumbando en mi cabeza. El mundo a mi alrededor se sentía distorsionado, como si la realidad misma comenzara a tambalearse. Mi mente daba vueltas, y cada rincón de mi cuerpo se sentía pesado, extraño, como si algo no estuviera bien.

—¡Venga, hombre! —exclamó Erizo, aún riendo—. No me digas que con eso te emborrachaste.

Su risa era fría, hueca, sin el más mínimo rastro de la amistad que alguna vez compartimos. Sus palabras, lejos de tranquilizarme, se clavaban más hondo en mi conciencia, agudizando el mareo y la confusión. Traté de hablar, pero mi garganta estaba seca, las palabras se atoraban antes de salir.

Me sentía atrapado, no solo físicamente, sino mentalmente. Sin Susie, me sentía más solo que nunca. Un vacío se instalaba en mi pecho, mientras Erizo continuaba riendo.

El eco de la risa de Erizo se mezclaba con la música ensordecedora del bar, pero, dentro de mi cabeza, todo sonaba distorsionado, como si estuviera bajo el agua. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía como debía; sentía mis extremidades pesadas, torpes, cada movimiento requería un esfuerzo titánico.

—Oscar, ¿qué pasa contigo? —preguntó Erizo entre risas, inclinándose hacia mí, su rostro difuso ante mis ojos desenfocados.

Quise responderle, preguntarle por qué hacía esto, por qué me estaba tratando así, pero mi boca se movía sin que saliera ningún sonido coherente. La opresión en mi pecho aumentaba, una mezcla de confusión, frustración y... dolor. El agrio sabor del alcohol seguía en mi garganta, quemando, mezclándose con la amargura de la situación.

—¡Vamos, reacciona! —Erizo me dio un ligero empujón en el hombro, como si todo esto fuera un juego para ella. Se reía, pero esa risa ya no sonaba divertida, sino cruel, como si disfrutara viendo mi incomodidad, mi vulnerabilidad.

Susie... ¿dónde estaba? La buscaba desesperadamente, esperando que apareciera, que me hablara, que me ayudara a salir de esta pesadilla. Pero solo había silencio. Un vacío. La sensación de estar completamente solo se hacía más densa con cada segundo que pasaba.

Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en la mesa para no caerme del todo, mi respiración agitada. Cada inhalación era más difícil que la anterior. Todo a mi alrededor giraba. Sentía la mirada burlona de Erizo clavada en mí, pero no tenía fuerzas para mirarla de vuelta. Solo quería que todo terminara, que este mal sueño acabara de una vez por todas.

—Parece que no aguantas nada, ¿eh? —dijo Erizo, su tono burlón pero vacío, como si hubiera olvidado por completo quién era yo, quiénes éramos antes de que todo cambiara.

Erizo se levantó tambaleante, apenas manteniendo el equilibrio mientras me hacía señas para que me levantara también.

—Arruinaste la noche, vamos —dijo con impaciencia mientras me ayudaba a ponerme de pie, apoyando mi brazo sobre su cuello.

Cada paso que daba era una lucha; mis piernas parecían no responder, y el suelo se desdibujaba frente a mis ojos. Todo estaba borroso, y sentía el peso de mi cuerpo como si estuviera hundiéndome en el suelo. Erizo, a pesar de tambalearse también, lograba caminar más estable que yo. Me sentía inútil, débil.

Miré el suelo, incapaz de mantener la cabeza en alto. En mi mente solo había una frase repitiéndose una y otra vez: *Decepcioné a mis padres. Prometí que nunca haría esto... nunca tomaría alcohol*.

Un sollozo escapó de mi pecho, ahogado y tembloroso, mientras nos acercábamos a la salida del bar. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, quemándome de vergüenza y culpa.

Madura | Oscar x Erizo(+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora