Algo está mal conmigo

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Mis dedos temblaban frente a la pantalla táctil del celular. Una mezcla de ansiedad y dudas me paralizaba mientras pensaba si debía enviar el mensaje o no.

—Si te vas a arrepentir después, mejor no lo hagas, Oscar —me aconsejó Susie, su tono sereno pero firme.

Pero si no lo hago, nunca podré solucionar mi relación con Erizo. Ese pensamiento era como una espina clavada que no podía ignorar.

—No sé por qué quieres arreglar las cosas con esa arrogante —continuó Susie, dejando escapar algo de molestia en sus palabras—, pero, bueno, te apoyaré en lo que decidas —su tono se suavizó al final, reflejando su compresión.

La miré, esbozando una pequeña sonrisa de agradecimiento.

—Quiero hacerlo... —murmuré, antes de reunir el valor necesario para pulsar el botón de enviar.

El mensaje era simple pero directo: "Hola Erizo, soy Oscar. Quería ver si podemos reunirnos a comer o ir al parque, como los viejos tiempos :D". No quise extenderme demasiado, aunque estuve tentado. Susie me había dicho que un mensaje largo me haría parecer desesperado, y tal vez tenía razón.

Guardé el celular en el bolsillo y suspiré. Ya habían pasado dos semanas desde que me escapé para verla. Desde entonces, papá dejó de venir a casa; supongo que no soporta ver el rostro de mamá, aunque siempre me llama todos los días.

Hoy es mi primer día con el psicólogo. Mis papás creen que esto podría ayudarme. ¿Será porque me escucharon hablando con Susie? Tal vez piensen que estoy loco... No puedo evitar sentir miedo, pero sé que no puedo contarles sobre Susie; no me creerían.

Salgo de mi habitación y me dirijo al comedor. Me siento en la mesa, esperando a papá, que vendrá a recogerme. Mis manos temblaban mientras pensaba en lo que otros podrían pensar de mí, como mis papás... y Erizo. ¿Creerán que algo está mal conmigo?

—Mi bebito hermoso, tranquilízate, todo saldrá bien —dijo mamá con una suavidad que me resultaba extraña, tomando mi mano.

—Hipócrita... —murmuró Susie entre dientes, su presencia apenas perceptible a un lado.

—Gracias, mamá —respondí, esforzándome por ocultar lo que realmente sentía. No quería más preguntas, ni más miradas de preocupación que me hicieran sentir aún más roto.

El sonido del claxon interrumpió el silencio. Papá había llegado. Me despedí de mamá y salí al auto. Me acomodé en el asiento, el cinturón de seguridad me apretaba, como si reflejara el nudo en mi estómago.

—¿Cómo estás, campeón? —preguntó papá, con su tono habitual, intentando sonar animado—. ¿Nervioso? Tranquilo, tal vez el psicólogo sea una chica guapa —bromeó, con esa risa que parecía ensayada.

Siempre hacía el esfuerzo de tratarme como alguien de mi edad, pero sus intentos caían en un vacío incómodo. Hablaba de deportes, mujeres y cosas que suponía debían interesarme, pero no era así. Lo que me desconcertaba era cómo solía referirse a las mujeres: hablaba de sus cuerpos como si eso fuera lo único que importara. ¿Eso es lo que él encuentra atractivo? Yo nunca lo había visto de esa manera. De hecho, lo que me había parecido bonito de Erizo no era su aspecto, sino cómo solía tratarme.

—Sí, claro... —murmuré, sin darle demasiada importancia, mientras miraba por la ventana. Sabía que papá solo intentaba conectarse conmigo, pero sus palabras me hacían sentir más distante.

Susie me había dicho que era enfermizo hablar así de las mujeres, y que no debía hacerle caso. Yo siempre la escuchaba.

Mientras papá hablaba sobre el trabajo y el fútbol, mis pensamientos volvían a Erizo. ¿Habrá recibido mi mensaje? No me atrevía a sacar el celular para verificar. No quería que papá me preguntara con quién estaba escribiendo.

Madura | Oscar x Erizo(+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora