Las miradas dicen más que las palabras

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El día después de aquel extraño encuentro en el salón de química, algo dentro de mí había cambiado. No podía dejar de pensar en Jace, en su sonrisa tímida, en cómo nuestros dedos se habían rozado cuando le devolví su suéter. Sin embargo, seguía diciéndome que era solo un momento pasajero, que seguramente él no lo recordaba como yo. Pero, para mi sorpresa, el destino tenía otros planes.

Al día siguiente, a pesar de que estábamos en clases diferentes, no pude evitar buscarlo entre la multitud. Durante los cambios de clase, mientras caminaba por los pasillos, mis ojos parecían tener la costumbre de buscarlo sin que yo me diera cuenta. Y lo más extraño era que él hacía lo mismo. Varias veces, sentí su mirada sobre mí antes de verlo. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, había algo en el aire, una especie de electricidad que no podía ignorar.

Una de esas veces fue durante el recreo. Estaba hablando con Maya, cuando lo vi al otro lado del patio, cerca de su grupo de amigos. No estaba haciendo nada en particular, simplemente hablando y riendo con ellos, pero de repente, como si pudiera sentir mi mirada, él levantó la vista. Nuestras miradas se encontraron al instante. Fue un momento fugaz, pero suficiente para hacer que mi corazón diera un vuelco. Él me sonrió, una sonrisa pequeña, tímida, pero suficiente para que mis mejillas se sonrojaran.

Después de eso, no pude evitar notarlo en cada lugar al que iba. No importaba si estábamos en clases, en los pasillos o saliendo de la escuela, siempre parecía que, de alguna manera, nuestros caminos se cruzaban. Había algo en esas miradas, una especie de complicidad silenciosa que no necesitaba palabras. A veces, cuando lo veía, él ya estaba mirándome, y otras veces era yo quien no podía evitar girar la cabeza para buscarlo. Lo curioso es que, en lugar de incomodarme, esas miradas me hacían sentir... emocionada.

En más de una ocasión, mientras estaba en el salón de clases, me distraía pensando si él también estaría pensando en mí. Sentía su mirada desde el otro lado del patio o cuando nuestros grupos salían al mismo tiempo para las actividades. Aunque intentaba concentrarme en mis apuntes, algo en mí siempre me impulsaba a buscarlo, solo para descubrir que él también estaba mirando.

Las miradas no solo eran discretas; a veces eran tan directas que se sentían como un diálogo silencioso. Me hacía preguntas en mi cabeza: ¿Estará él tan nervioso como yo? ¿Habrá sentido lo mismo cuando nuestras manos se rozaron? Y, sin decir una palabra, parecía que esas preguntas recibían una respuesta cuando nuestras miradas se cruzaban de nuevo.

Una tarde, mientras caminaba hacia la salida después de clases, lo vi. Estaba un poco más adelante, caminando con algunos de sus amigos. Mi plan era evitarlo, pero antes de que pudiera hacerlo, él se giró. Otra vez, nuestras miradas se encontraron, y esta vez, ninguno apartó la vista. Nos miramos durante unos segundos que parecieron eternos, hasta que finalmente una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Mi corazón se aceleró y, por un momento, olvidé todo lo que me rodeaba.

Maya, siempre atenta a lo que sucedía, no tardó en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

-¿Otra vez? -dijo, sonriendo de manera traviesa cuando me vio mirando a Jace.

-No sé de qué hablas -le respondí, tratando de sonar despreocupada, pero el rubor en mis mejillas me delataba.

-Vamos, Yos, lo veo todo. No puedes ocultármelo.

Suspiré, sabiendo que tenía razón. Algo estaba ocurriendo entre Jace y yo, algo que no podía explicar con palabras, pero que se manifestaba en esas miradas que compartíamos, en esas sonrisas tímidas que intercambiábamos de lejos.

Con el paso de los días, esas miradas se hicieron más frecuentes. No necesitábamos hablar ni acercarnos; bastaba con estar en el mismo lugar, aunque fuera por unos segundos, para que todo se sintiera diferente. En los pasillos, en el comedor, en el patio... nuestras miradas siempre se encontraban. Y aunque ninguno de los dos se atrevía a dar el siguiente paso, sabíamos que algo estaba cambiando entre nosotros.

Una tarde, mientras caminaba sola por el pasillo hacia mi siguiente clase, lo vi acercarse desde el otro extremo. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Cuando finalmente pasamos uno al lado del otro, nuestras miradas se cruzaron de nuevo, pero esta vez no hubo timidez. Sonreí levemente y, para mi sorpresa, él me devolvió la sonrisa, más amplia que antes. No dijimos una sola palabra, pero en ese momento supe que nuestras miradas decían mucho más de lo que podríamos haber expresado con palabras.

Esa tarde, al llegar a casa, supe que algo estaba cambiando. Las miradas, las sonrisas tímidas, el roce de nuestras manos... todo apuntaba a que estábamos a punto de comenzar una historia, aunque ni siquiera sabíamos cómo. Y mientras escribía en mi diario, una sola frase me vino a la mente: "A veces, las miradas dicen más que las palabras."

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Canción: "Say You Won't Let Go" - James Arthur. La conexión a través de miradas silenciosas que comunican más que las palabras. La canción tiene una vibra romántica que refleja cómo, a veces, el lenguaje no verbal revela sentimientos profundos.

𝐄𝐬𝐞 𝐜𝐡𝐢𝐜𝐨!....♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora