Memorias del Pasado

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17 de abril de 1917. Habana, Estado Federal de Cuba, Federación Hispánica.

La otrora majestuosa metrópolis, joya del Caribe, yacía ahora sumida en un profundo letargo. La Habana, antaño vibrante y llena de vida, era un pálido reflejo de su pasado glorioso. Desde que las sirenas, con su tecnología marítima de avanzada, iniciaron su implacable invasión, la ciudad había sido reducida a escombros y ruinas.

Las fortificaciones costeras, otrora baluartes inexpugnables diseñados para repeler cualquier ataque naval, ahora eran esqueletos de hormigón y acero, desvencijados y mutilados por los incesantes bombardeos láser de los colosales buques enemigos. Cada impacto resonaba como un golpe mortal en el corazón de la ciudad, desprendiendo enormes fragmentos de piedra y metal que se estrellaban contra el mar embravecido.

Los edificios, antaño majestuosos y elegantes, se erguían ahora como colosos heridos, sus fachadas desfiguradas por las explosiones y los incendios. Ventanales vacíos, como cuencas oculares desorbitadas, miraban al cielo gris y amenazador. Las calles, otrora bulliciosas y llenas de vida, eran ahora cicatrices profundas en el tejido urbano, surcadas por cráteres que se abrían como bocas devoradoras. Los escombros se amontonaban en montículos informes, sepultando bajo sí los sueños y las esperanzas de una ciudad entera.

Un manto de oscuridad y desolación cubría la Habana. El sol, astro vital que durante siglos había iluminado la ciudad, parecía haber abandonado su puesto, dejando paso a un cielo plomizo y amenazador. Hacía cinco largos meses que la luz natural no acariciaba los rostros de sus habitantes, sumiéndolos en una noche perpetua y fría. Las sirenas, con su poder sobre los elementos, habían manipulado el clima, sometiendo a la humanidad a un invierno interminable.

Un viento gélido y cortante azotaba las calles, arrastrando consigo lamentos y gemidos. Las ráfagas heladas se colaban por las grietas de los edificios, penetrando hasta los huesos de los pocos sobrevivientes que aún se aferraban a la vida. La nieve, una rareza en estas latitudes, cubría los escombros como un sudario blanco, acentuando la sensación de muerte y desolación.

A través de las nubes, de vez en cuando, se filtraban débiles rayos de luz, como destellos de una esperanza casi extinta. Pero eran efímeros, fugaces, y se extinguían rápidamente, sumiendo nuevamente a la ciudad en la oscuridad. Aquellos destellos eran como las últimas estrellas que titilan en un cielo nocturno antes de desaparecer para siempre.

La Habana, otrora símbolo de prosperidad y civilización, se había convertido en un campo de batalla, en un escenario de una guerra sin cuartel. Una guerra que parecía no tener fin, una guerra que amenazaba con extinguir a la humanidad.

Las cicatrices de la guerra marcaban indeleblemente el otrora majestuoso Palacio de los Capitanes Generales. Ahora, rebautizado como Palacio Federal de Cuba, era un triste reflejo de su pasado glorioso. Los ataques incesantes de las sirenas habían dejado su huella en la venerable construcción: vidrieras estalladas, columnas agrietadas, y un techo que amenazaba con desplomarse en cualquier momento.

En lo más profundo del palacio, en la oficina del Gobernador Federal, reinaba un ambiente de decadencia y abandono. La habitación, otrora símbolo de poder y autoridad, ahora era un espacio polvoriento y deslucido. Los muebles, recubiertos por una gruesa capa de polvo, parecían sumidos en un sueño profundo. Las paredes, adornadas en otro tiempo con retratos de próceres y tapices de seda, ahora lucían descascarilladas y manchadas por la humedad.

En el escritorio, desordenado y repleto de papeles amarillentos, se encontraba Vicente Abarca, Gobernador Federal de Cuba. El hombre, de 58 años, era la viva imagen de la desesperación. Su rostro, surcado por profundas arrugas, reflejaba el peso de una responsabilidad que lo aplastaba. Sus ojos, hundidos y apagados, habían perdido todo rastro de esperanza. Una barba descuidada, de varios días, enmarcaba su rostro, añadiendo un toque de descuido a su figura.

Azur Lane: Las Aventuras De Un Bastardo Sin GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora