Capítulo 3: La flor

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-¿Que haces con eso? ¿Quieres que te cuelguen?- dije abrumada pero a la vez en voz baja, no quería que nadie que pasara por el pasillo se enterase.

No podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo se le había ocurrido traer a Palidia, el único lugar donde estaban prohibidas las flores, una flor? y encima pálida.

-¿Eso mismo me pregunto yo? Antes de ir al comedor a cenar hemos ido a dejar la maleta y se me ha ocurrido darte una sorpresa. Pero la sorpresa me la he llevado al ver una flor en tu cama. ¿Estás loca? - dijo susurrando.

-¿Que? Yo no la he traido.

-Si no la has traido tu, ni yo...

Lo entendí. Ninguno de los dos la había puesto, había sido la elegida del año y a saber quien o que había dejado esa flor en mi cama..

-No dejaremos que te pase nada. Voy a hablar con padre, seguro él sabe como frenar esto- dijo incorporandose de la cama.

-¡No!- al oirme se detuvo.- Por favor, mantengamolos en secreto hasta mañana, quiero dormir tranquila.- dije acercandome a él y arrebatandoe la flor.

-Esta bien, pero mañana a primera hora lo hablamos.- me dijo y luego me abrazó- todo va a ir bien, ya verás.

Estaba alterada y nerviosa, últimamente mi vida estaba cogiendo una trajectoria diferente a la habitual y, sindo sincera, no me gustaba nada.

-Está bien, vete y descansa.

-¿Segura? Elisabeth entendería que me quedase a hacerte compañia esta noche.

-Te lo agradezco hermano pero prefiero estar sola.- le di un beso en la mejilla y me separé de él. Él se marchó.

Cuando era pequeña y aún no sabía de la existencia de esta maldición que sufria el reino le suplicaba a mi padre dia y noche que plantaramos flores. Yo leía libros donde hablaban de ellas: que si eran tan bonitas, que si olian tan bien... Ahora, habia cumplido el sueño de la pequeña Catalina, ver una flor, pero la Catalina del ahora daría lo que fuese para no tenerla entre sus manos.

Aunque la flor me iba a llevar a ¿la muerte? no dejaba de ser magnificamente preciosa. Era una margarita, lo sabia porque la habia visto dibujada en una enciclopedia, estaba recien cortada, pues sus pétalos aún no estaban pochos. Cogí un jarrón que estaba lleno de hojas, puse la flor enmedio y decidí irme a dormir, ya que poco iba a solucionar comiendome la cabeza yo sola. Aun así algunas lágrimas se esaparon de mis ojos antes de dorirme.

(...)

Me despertaron unos sonidos en el pasillo, me levante de la cama y medio dormida me asomé por la ventana. Estaba empezando a amaecer por lo que Carlota aún tardaria un par de horas en aparecer. Cuando me giré ví la deslumbrante flor entre todas las hojas verdes del jarrón y confirmé que no había sido fruto de mi imaginación. Decidí asomarme a ver que eran esos sonidos que me habían despertado pero cuando me asomé al pasillo, este estaba desierto.  Ya que estaba despierta decidí disfrutar de mi último dia, si las cosas no cambiaban.

Salí al jardin, donde ví a lo lejos como mi padre le ayudaba a mejorar sus habilidades a mis dos hermanos menores. Rodrigo, el pequeño, al verme corrió hacía mi y yo lo cogí en brazos.

-Cata, Cata. Ya puedo sujetar la espada yo solito.- dijo con gran entusiasmo. Rodrigo era el más risueño de los hermanos, puede ser porque era el más pequeño, y admiraba a todos sus hermanos. Quería una mujer tan guapa como la de su hermano Sebastián, quería saber montar caballos tan bien como yo y quería ser tan bueno con la espada como Diego.

-¿Ah si? Luego me lo enseñas, ¿vale?

-Si, así cuando sea mayor podre defenderte de los monstruos, Cata.

Ojalá fueras mayor ya, así lo harías esta noche pequeñín.

Bajé a Rodrigo de mis brazos y me acerqué a mi padre.

-Padre, ¿tenes un momento? Tengo una cosa urgente que contarte.

-Catalina, si es algo de la boda, por favor, no le des más vuetas.

-No no, es otra cosa.

-¿Que sucede, hija?- me dijo. ¿Como le cuentas a tu padre que mañana no te volverá a ver?

-Emmmm... será mejor que me acompañes.

-Ahora no puedo Catalina.

-¡Padre, es importante!- su cara reflejaba sorpresa, nunca le haba levantado la voz.- Sigueme.

Me siguió en silencio hasta mis aposentos y al entrar le guié hasta situarnos en frente del jarrón.

-La encontró Sebastián anoche en mi cama.

-Es la flor.- dijo, su cara no mostraba ninguna emocion por lo que no sabia si asustarme más o mantener la calma.

Después de unos breves minutos en silencio donde , los dos contemplabamos la margarita salió con paso apresurado de la habitación.

-¡Suárez!- llamo a uno de los guardias que se encontraban en el passillo- reune a mis hijos y principales soldados en la sala de reuniones. ¡Ya!

Yo lo seguía, quería saber que iban a hacer y como porqué, aunque los temas de política nunca me interesaran, este tema me afectaba directamente y, por lo tanto, las decisiones que se tomaran en la sala también. Cuando llegamos mi padre se percató de mi presencia y me dijo.

-Catalina, tu ya no puedes hacer nada, deja que nosotros lo solucionemos.

-Pero yo quiero estar presente, padre.

-No, ve con tu madre.- dijo y cerró la puerta en mis narices.

El Secreto De Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora