El 24 de abril a las 12:30 de la madrugada nacieron dos pequeños pelirrojos, el primero fue un hombrecito con muchas pequitas en su rostro y el segundo fue una pequeña con matas rojizas en la cabeza y pocas pecas en su perfecto rostro, la pequeña no lloro como lo hizo su hermano al nacer, todos quedaron esperando algún pequeño llanto de esta, pero no sucedió.
En un avión de camino a Rusia se encontraba un pequeño pelinegro con cara de amargado para ir a conocer a los nuevos hijos del amigo de su padre.
El pequeño no entendía por qué tenían que ir a esas horas a Rusia cuando podían ir al día siguiente, no estaba de buenos ánimos para viajar a esas horas.
El padre del pequeño lo veía fijamente de lejos, pensando en lo inteligente que era su hijo para su edad, ya que con dos años el pelinegro entendía y hacía cosas que otros niños no, el padre también pensaba en lo mucho que el pequeño se parecía a su difunta madre.
Claro que eso último nunca se lo diría.
Después de un largo viaje, a las 08:35 de la mañana llegará a Rusia a la mansión de los Romanov.
El pequeño pelinegro, un poco harto de todo, fue el primero en entrar a la mansión sin esperar a sus padres, al llegar adentro solo esperó a que sus padres terminaran de entrar y la servidumbre cargara sus equipajes.
Cuando sus padres ya estaban con él, por las escaleras bajaba un señor pelinegro con cara indiferente que al ver a su amigo se plantó una pequeña sonrisa es su rostro.
El pequeño ya conocía al hombre como amigo de su papá y no era la primera vez que venían a visitarlo o él iba a visitarlos a ellos.
El hombre se acerca a su padre y se saludan mutuamente.
—Stefano, bienvenido. Gracias por venir a conocer a mis hijos —dice el hombre con una sonrisa.
—Vladímir, amigo mío. Era obvio que estaríamos aquí.
Ambos hombres se abrazan dándose palmadas.
Vladímir nota al pequeño pelinegro malhumorado y se dirige a él.
—Pequeño Damián, que gusto volver a verte.
Dice el hombre al pequeño pelinegro y este contesta.
—El gusto es mío señor.
Vladímir, sorprendido por lo claro que habla el hijo de su amigo sonríe complacido, la esposa de Stefano que hasta ahora se mantenía al margen, miraba a Damián con desagrado.
Esta pensaba en las mil formas de deshacerse del niño con cara de asesino, para solo tener dos años y medio ella le tenía cierto miedo, cada que lo miraba a los ojos, le recordaba mucho a esa mujer.
El niño, sintiendo la mirada de su madre, posa sus ojos en ella y solo la mira fijamente.
La mujer deja de mirar al pequeño y por primera vez habla.
—Vladímir, donde está Andre y los pequeños recién nacidos. Estamos ansiosos de conocer a los futuros amigos de Damián.
El pequeño Damián al oír su hombre frunce el ceño con desagrado, ya que no le interesa el tener amigos.
Vladímir, disimulando el odio que le tiene a la mujer, los invita a ir a la habitación donde se encuentra su mujer y sus hijos.
Los tres invitados lo siguen y se adentran a la habitación.
Damián sin interés alguno ve a la señora Romanova recostada en una cama y a su lado hay dos cunas.
El pequeño se acerca a las cunas y ve los piecitos de ambos bebés, cuando alza su rostro para mirarlos más de cerca frunce el ceño al ver unas melenas rojizas.
Su padre se da cuenta del interés de su hijo por los pequeños y lo sube a una silla para que logre verlos más se cerca.
El pequeño le agradece con un asentimiento de cabeza y vuelve a fijarse en los bebés, pone sus en el varón, luego se fija en la pequeña bebé de pecas y en sus pocos cabellos más oscuros que el de su hermano.
El pequeño intrigado por la bebé se acerca un poco más y pone su dedo en la mejilla de esta.
Su padre le dice que tenga cuidado.
La bebé al sentir su toque se despierta y logra abrir sus pequeños ojos, el pequeño pelinegro se queda viéndola fijamente embobado hasta que finalmente habla.
—Mía, es mía.
Dice el pequeño dejando a todos en la habitación mirándolo fijamente mientras este tiene toda su atención en la bebé que por primera vez desde que nació empieza a llorar.
Los padres solo pensaron que eran palabras sin sentido de un niño, así que solo rieron por la situación.
El niño posa sus ojos en los padres de la bebé y les dice muy confiado.
—Es mía, me pertenece.
Y esas simples palabras de un niño de dos años, esas simples palabras fueron el inicio de todo.
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Helouuuu, nos salió posesivo el muchacho🫢
Ya se que tengo mucho, pero muchísimo tiempo sin actualizar, pero la verdad no tengo nada de tiempo.
Estoy tratando de terminar mis cosas para comenzar con las actualizaciones.
Sin más que decir, pero les guste este pequeño extra.
Bai bebés besitossssssss💋❤️🔥

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Oscuro Deseo.
Aksi"Ella tenía un rostro angelical, pero no te dejes engañar, esa era su arma secreta".