Mensajeros de Sombras

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Al abrir los ojos al día siguiente, el brillo del sol matutino se filtraba suavemente por las cortinas de mi habitación, algo que aún me resultaba irreal. La cama bajo mi cuerpo era tan suave que me parecía imposible haber dormido aquí. Aún no me acostumbraba a la idea de estar en un cuarto tan amplio, en un castillo que, hasta hacía poco, me parecía inalcanzable. El recuerdo del frío suelo del almacén aún estaba presente en mi mente, y con él, el miedo de que todo esto pudiera desvanecerse de un momento a otro.

Me senté lentamente en la cama, mirando a mi alrededor. Las paredes, tapizadas con elegantes cortinas de terciopelo, estaban adornadas con grandes cuadros que mostraban paisajes y figuras que no reconocía. Todo parecía pertenecer a un mundo distinto, lejano al que había conocido hasta ahora.

Aún perdida en mis pensamientos, alguien llamó a la puerta.

—¿Quién es? —pregunté, mi voz apenas audible.

—Soy yo, Lea, tu compañera de trabajo —respondió una voz familiar desde el otro lado.

Lea. Recordaba haber trabajado con ella en la cocina, una joven amable y callada, que rara vez hablaba conmigo más allá de lo necesario. Sin embargo, hoy su tono era diferente, más formal, como si algo hubiera cambiado.

—Adelante —dije, enderezando mi postura en la cama.

La puerta se abrió lentamente, y Lea entró en la habitación llevando una bandeja de plata con comida. Se acercó a mí en silencio, depositando la bandeja en una pequeña mesa junto a la cama. En la bandeja, había un surtido de frutas, pan fresco y una taza de té humeante.

—Gracias —murmuré, un poco desconcertada por la situación.

Lea asintió sin decir nada más, pero antes de que pudiera retirarse, otra joven entró en la habitación. Era una chica de aspecto elegante, con el cabello recogido en un moño bajo y vestida de uniforme. Llevaba en brazos una serie de vestidos y prendas que, por su apariencia, eran claramente de alta calidad.

—Buenos días, señorita —dijo la joven con una reverencia ligera—. El emperador Sylus ha ordenado que le entreguemos estas ropas. He traído varios vestidos y conjuntos, que ya están acomodados en su armario.

Miré hacia el armario grande de madera oscura que estaba en la esquina de la habitación. Lo había visto anoche, pero no había pensado en lo que contenía. Ahora, al parecer, estaba lleno de vestidos nuevos, cosa que jamás habría imaginado. Las chicas no esperaron ninguna respuesta. Lea se retiró primero, seguida de la segunda joven, que cerró la puerta tras de sí. Me quedé sola de nuevo.

Suspiré, tratando de ordenar mis pensamientos. Todo esto era demasiado. Ayer mismo había sido una simple sirvienta, relegada al almacén, y hoy estaba en una habitación digna de la nobleza, con vestidos de seda y comida traída a la cama. Me sentía fuera de lugar, y aunque sabía que mi nueva posición no era la de una esposa amada, sino la de un peón político, no podía evitar sentir una extraña mezcla de gratitud y desconcierto.

Decidí comer tranquilamente. El pan era suave y aún caliente, y el té tenía un sabor reconfortante que me ayudó a despejar la mente. Después de terminar, me acerqué al armario y abrí las grandes puertas de madera. Los vestidos colgaban ordenadamente en perchas de terciopelo, cada uno más hermoso que el anterior. Nunca había tenido ropa así; mis atuendos anteriores eran simples, desgastados por el uso y las muchas lavadas. Después de mucho dudar, escogí un vestido de color verde oscuro, sencillo pero elegante, con un ajuste cómodo que permitía moverse con facilidad.

Mientras me vestía, me acerqué al gran ventanal de la habitación. Desde allí, la vista del castillo y sus alrededores era impresionante. Los jardines se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y las montañas en el horizonte parecían proteger el lugar como centinelas silenciosos. Era difícil creer que, de alguna forma, ahora pertenecía a este mundo.

Cuando finalmente salí de mi habitación, lo primero que noté fue la presencia de un cuervo negro, inmóvil, frente a la puerta. No era un cuervo cualquiera. Sus ojos eran de un rojo profundo, y su plumaje brillaba con un tono casi metálico. Mephisto, pensé.

—Hoy mismo deben ser enviadas las cartas —dijo el cuervo, con su voz resonante y grave.

Su repentina aparición me hizo dar un pequeño respingo, aunque debería haberlo esperado. Ayer mismo, Sylus me había pedido que escribiera las cartas a mi hermano y a mi hermana para invitarlos a la boda, y Mephisto sería el encargado de llevarlas.

—Claro, dame unos minutos para escribirlas —respondí, tratando de no mostrar mi sorpresa.

El cuervo asintió con un leve movimiento de la cabeza y me siguió de vuelta a la habitación. No había duda de que Mephisto era una criatura mágica, y aunque su presencia me intimidaba un poco, también me intrigaba. Cerré la puerta tras de mí y caminé hacia el pequeño escritorio cerca del ventanal. Saqué un trozo de papel y una pluma que estaban cuidadosamente dispuestos sobre la mesa.

El cuervo observaba desde una de las repisas, con la mirada fija en mí mientras escribía. Sentí el peso de su mirada, pero traté de concentrarme en la tarea. La primera carta era para mi hermano.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora