Sombras en la Noche

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Los días en el castillo transcurrían entre preparativos y tensiones. Aunque no me había acostumbrado del todo a mi nueva vida aquí, sabía que debía mantener la compostura. La boda se acercaba y, aunque el compromiso con Sylus era solo una cuestión política, no podía evitar sentir una creciente inquietud. La atmósfera del castillo era pesada, como si las paredes mismas guardaran secretos que no deseaban compartir.

Un día, noté que las empleadas del castillo parecían más tensas de lo usual. Murmuraban entre sí y me percaté de que algunas se lanzaban miradas de desdén. Como nueva residente en el castillo, aún me encontraba un poco fuera de lugar para intervenir, pero no podía dejar que esa tensión afectara el ambiente. Decidí tomar cartas en el asunto.

Me acerqué a un pequeño grupo de criadas que discutía en voz baja en la cocina. Sus rostros mostraban cansancio y frustración. Estaban ocupadas, pero el trabajo pesado y las largas horas de servicio habían hecho mella en ellas.

—¿Qué está pasando? —pregunté con suavidad, pero con firmeza.

Una de ellas, una joven de cabello oscuro y ojos grandes, se giró para responderme. Su voz temblaba de frustración.

—Es solo... estamos cansadas. No es fácil trabajar así, especialmente cuando algunas no ponen de su parte —dijo, lanzando una mirada hacia otra empleada.

Respiré profundamente. Sabía que, aunque aún no tenía oficialmente el título de reina, debía mostrarme como una figura capaz de mantener el orden y la paz. Me armé de valor y continué.

—Lo entiendo —dije, mirando a cada una de ellas—. Sé que el trabajo aquí es difícil y agotador, pero lo último que necesitamos es que haya conflictos entre nosotras. Este castillo ya es un lugar lleno de presiones. Si empezamos a pelear entre nosotras, solo haremos que todo sea más difícil.

Las criadas se miraron entre ellas, un tanto avergonzadas. Sabían que tenía razón, pero las tensiones acumuladas parecían haber estallado en aquel momento.

—Por favor —continué—. Intentemos resolver esto de forma pacífica. Nos necesitamos mutuamente. Vivimos aquí, trabajamos juntas, y lo mejor que podemos hacer es llevarnos bien.

Tras un rato de charla, logré calmarlas. Regresaron a sus labores con una actitud más tranquila, aunque no sin miradas furtivas entre ellas. Mientras me retiraba, pensé que tal vez me había sobrepasado al dar órdenes, considerando que aún no tenía el título oficial de reina. Pero lo que sí sabía era que no podía permitir que las peleas entre ellas continuaran. Vivir en el castillo ya era bastante agotador sin añadir conflictos internos.

Desde la perspectiva de Sylus

La noticia llegó a mis oídos a través de Mephisto. Él, siempre atento a lo que ocurría en el castillo, me informó que Artemisa había intervenido en un altercado entre las criadas y había logrado calmar las aguas. Me sorprendió. No esperaba que ella se involucrara en esos asuntos, y menos con éxito. No era común que alguien como ella, en su posición, interviniera de esa manera. Sin embargo, había logrado lo que otros no pudieron, simplemente con sus palabras.

Dejé de lado el asunto rápidamente. No tenía tiempo para pensar en trivialidades. Las decisiones que debía tomar eran mucho más importantes que un problema doméstico, pero no podía negar que Artemisa había dejado una impresión en mí. Algo tan pequeño, pero tan significativo.

Desde la perspectiva de Artemisa

Una semana antes de la boda, los nervios empezaron a carcomerme por dentro. Aunque mi matrimonio con Sylus era una cuestión puramente política, no podía evitar sentir una creciente ansiedad sobre lo que significaría mi vida aquí. Sylus era un hombre temido por muchos, y aunque hasta ahora nuestras interacciones habían sido relativamente cortas, su presencia tenía un peso abrumador. Me preguntaba cómo sería mi vida junto a él, bajo el mismo techo, como su esposa, aunque solo fuera de nombre.

Las noches se volvieron inquietas. En la víspera de la boda, no podía conciliar el sueño. Me revolvía en la cama, incapaz de encontrar un momento de paz. Finalmente, decidí caminar por los pasillos del castillo. Era de madrugada, y la luna iluminaba tenuemente las ventanas, proyectando sombras largas y misteriosas en las paredes de piedra. El aire nocturno hacía rechinar las viejas puertas y escaleras del castillo, pero no había más sonido que mis propios pasos.

Mientras caminaba, me encontré frente a la oficina de Sylus. Una luz tenue se filtraba por debajo de la puerta. "¿Aún está trabajando a estas horas?" pensé. Estaba por continuar mi camino, cuando escuché un golpe seco proveniente del interior. Algo pesado había caído al suelo.

Me detuve en seco, con el corazón latiéndome en la garganta. ¿Debía irme? Tal vez solo fue un objeto que cayó, pero... ¿y si fue Sylus? No quería molestarle, pero algo me empujaba a asegurarme de que estuviera bien. Después de unos segundos de duda, decidí entrar.

Al abrir la puerta, me encontré con la sorprendente escena de Sylus en el suelo, inconsciente. Corrí hacia él y lo moví con desesperación.

—¡Sylus! —grité—. ¿Qué pasó? —Toqué su frente, y estaba ardiendo en fiebre. Mi corazón se aceleró aún más—. ¡Sylus, por favor, tienes que levantarte!

Él gruñó con esfuerzo, abriendo los ojos apenas. Intentó moverse, pero su cuerpo pesaba como plomo. Coloqué su brazo sobre mis hombros y, con mucho esfuerzo, logré levantarlo. Aunque su peso era considerable, encontré una fuerza en mí que no sabía que tenía.

—Vamos, debes ir a tu cama —dije, casi en un susurro, sintiendo mi propia respiración acelerarse por el esfuerzo.

Por suerte, su oficina tenía una puerta que conectaba directamente con su habitación. Tropezando ligeramente, logré llevarlo hasta la cama y lo recosté con cuidado. Sylus jadeaba ligeramente, claramente afectado por la fiebre.

—Voy a llamar al médico —dije, girándome para irme, pero entonces sentí su mano sujetar suavemente mi bata.

—No —murmuró con voz ronca—. No llames a nadie.

—Tienes fiebre —insistí—. Necesitas atención médica.

Miré a mi alrededor, buscando alguna forma de ayudarlo. Encontré una jarra de agua fresca y un trapo en uno de los cajones. Lo mojé y lo coloqué en su frente, esperando que eso aliviara un poco su temperatura. Me quedé a su lado toda la noche, cambiando el trapo cada vez que se calentaba.

Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a filtrarse por la ventana, Mephisto entró en la habitación. Al verme al lado de Sylus, con el trapo en la mano, su rostro mostró una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Llama al médico, Mephisto —le dije, sin levantarme—. Anoche no me dejó llamarlo, pero está muy enfermo.

Mephisto asintió y fue en busca del médico. Mientras esperaba, me quedé observando el rostro de Sylus. Había algo vulnerable en él en ese momento, algo que nunca había visto antes. Sentía una mezcla de preocupación y extrañeza. ¿Cómo sería mi vida junto a él?

El médico llegó al poco rato, y Mephisto me sugirió que regresara a mi habitación para descansar. Exhausta, acepté. Pero mientras me retiraba, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora