La revelación y el precio de la resistencia

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El frío de la piedra se colaba por mis huesos mientras me encontraba acurrucada en el rincón oscuro del sótano. Sin ventanas, sin luces, el tiempo se había vuelto un concepto extraño y ajeno para mí. No sabía cuántos días había pasado encerrada. El sonido de las gotas de agua que caían del techo era mi único compañero, cada gota un recordatorio de que aún estaba viva, aunque cada día se hacía más difícil aferrarme a esa idea.

Me había acostumbrado a sobrevivir con el agua que se filtraba por las grietas de las paredes. Mi estómago rugía en protesta, un eco del hambre que se instalaba en mí. La soledad y el desasosiego habían comenzado a consumir mis pensamientos, llevándome a recordar fragmentos de un pasado más feliz. Mi infancia, llena de risas y juegos, ahora se sentía como un sueño lejano. La oscuridad me había enseñado a temer y a anhelar, pero también a encontrar una chispa de resistencia en mi interior.

La puerta del sótano se abrió de golpe, y una luz brillante me deslumbró. Parpadeé, intentando acostumbrar mis ojos a la luz repentina. Cuando la silueta de mi madre, Eloise, apareció en la abertura, sentí que la ira y el miedo se entrelazaban en mi pecho.

—¡Sal de ahí, Artemisa! —gritó, su voz cargada de furia.

Me levanté lentamente, temerosa de su presencia. Mis piernas estaban débiles por la falta de alimento, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo al enfrentar su mirada dura y fría. La maldad de su expresión me hizo recordar una vez más que no estaba a salvo.

—He estado bien, madre —respondí con un hilo de voz, sintiendo que la tensión en el aire era palpable.

—¿Bien? —replicó, su risa era amarga—. ¿Estás bien, encerrada en la oscuridad, como una ratona? ¡No, Artemisa! Estás aquí porque te lo mereces.

Sin más, me agarró del brazo y me sacó del sótano. La luz del pasillo me hirió los ojos. Me empujó hacia la sala principal, donde el aire fresco y perfumado de flores se sentía como un golpe inesperado. La opulencia de nuestra casa parecía burlarse de mí en ese momento.

—Siéntate —ordenó, señalando una silla en el centro de la habitación. Obedecí, sintiendo su mirada sobre mí, afilada como un cuchillo.

Eloise se acercó, su rostro lleno de una emoción que no pude descifrar. Había algo en su mirada que me hizo sentir inquieta.

—Tengo noticias que te van a encantar, Artemisa —dijo con un tono de satisfacción en su voz—. A pesar del desastre en el baile, he conseguido un marido para ti.

Las palabras me dejaron helada. No quería casarme, y mucho menos con un desconocido. La idea me hizo sentir como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

—¿Quién es? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque mi voz temblaba.

—Es un duque de Blackflud —respondió, como si el nombre mismo tuviera un poder mágico.

Blackflud. No conocía a nadie de allí, y un frío recorrió mi espalda al pensar en casarme con alguien que no había elegido. Mis pensamientos giraron en torno a la idea de estar atrapada de nuevo, en una vida que no deseaba.

—No quiero casarme con un desconocido, madre —dije, y mi voz sonó más firme de lo que me sentía.

Eloise se quedó paralizada un momento, y luego la ira que ardía en su interior estalló como un volcán.

—¡Eres una mal agradecida! —gritó, y en un abrir y cerrar de ojos, su mano se alzó y me golpeó en la cara. El impacto fue como un rayo que atravesó mi mente. Caí hacia un lado, sintiendo la piel de mis labios rasparse. El ardor del dolor me hizo parpadear, y vi cómo sus anillos baratos se desacomodaban por la fuerza del golpe.

—No tienes idea de lo que estoy haciendo por ti. Solo quiero lo mejor para nuestra familia —dijo, con su voz temblorosa de rabia mientras se acercaba nuevamente—. ¡Deja de ser una ingrata!

La siguiente bofetada fue más fuerte, y el metal de sus anillos rasguñó mi piel, dejando una línea ardiente entre mis labios. Un dolor punzante se apoderó de mí, y me llevé la mano a la herida, sintiendo cómo la sangre comenzaba a fluir.

—Mira lo que has hecho, madre —susurré, mis ojos llenos de lágrimas—. Esto no es amor.

Ella retrocedió un paso, mirándome con desdén. La furia había dejado de brillar en sus ojos, y lo que quedó fue una fría indiferencia.

—No quiero volver a oírte quejarte. Estás viva porque yo lo permití. Así que agradece que te he conseguido un prometido —dijo con desdén, y se dio la vuelta para dejarme en la habitación.

Lloré en silencio, sintiendo que mi mundo se desmoronaba. La herida en mi rostro ardía, pero era nada comparado con el dolor que sentía en mi corazón. Esa herida no solo era física; era un recordatorio de lo que había perdido, de la libertad que nunca había tenido.

La tarde llegó, y con ella, la cruel realidad de que tendría que prepararme para esa fiesta de té importante. Eloise entró nuevamente en la habitación, esta vez con un aire más calmado, pero su expresión seguía siendo autoritaria.

—Tienes que lucir hermosa, Artemisa —dijo, sus manos ocupadas alistar los pinceles de maquillaje. Se acercó a mí, y aunque sabía que debía estar preparada, no podía evitar sentirme como una marioneta en sus manos.

—No quiero ir —murmuré, sintiéndome derrotada.

—Eso no es una opción. Necesitamos que el duque te vea en su mejor luz. No permitiré que tu cicatriz arruine mi plan —respondió, mientras comenzaba a aplicar polvos sobre mi piel.

El maquillaje se sentía pesado, y el roce de sus dedos era frío. Cada toque me recordaba la reciente brutalidad, cada pincelada ocultaba la verdad detrás de mi dolor.

—Debes asegurarte de que nadie vea esa cicatriz. En la alta sociedad, las cicatrices son vistas como una señal de pérdida de valor —me advirtió con un tono que dejaba claro que no había lugar para la rebeldía en su voz.

Me sentía como una extraña en mi propia piel, como si el reflejo en el espejo no fuera mío, sino de alguien a quien habían encerrado. Las horas pasaron, y Eloise siguió adornándome, cada nuevo toque era un recordatorio de que debía ser perfecta. Cuando finalmente se dio por satisfecha, me miró con una mezcla de orgullo y temor.

—Recuerda, Artemisa —dijo, inclinándose hacia mí—. Tu futuro depende de esta noche. No permitas que tu orgullo te arruine.

Afuera, la música y las risas de la fiesta de té resonaban, un eco de la vida que me negaban. Cuando salí de la habitación, mi corazón latía con fuerza, temeroso de lo que vendría. El duque de Blackflud podía ser cualquier cosa, y esa incertidumbre me llenó de terror.

Al cruzar la puerta, la sonrisa en mi rostro se sintió más como una máscara que como una expresión genuina. Sabía que el verdadero duelo apenas comenzaba, y que el precio de la resistencia sería más alto de lo que jamás hubiera imaginado. Pero en mi interior, esa chispa de resistencia seguía ardiendo, aunque la herida en mis labios se convirtiera en un símbolo de todo lo que estaba por venir.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora