El Banquete Silencioso y la Sombra del Pasado

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El banquete luego de la boda fue breve, casi deslucido. Apenas los pocos invitados que habían asistido terminaron de comer, las mesas fueron despejadas y el salón quedó en un incómodo silencio. Había pasado gran parte del tiempo sentada, con la mirada perdida en mi plato, observando a las pocas figuras que se movían alrededor, como sombras. El ambiente se sentía opresivo, vacío, como si la ceremonia misma hubiese sido un acto mecánico, carente de verdadero significado. No hubo una gran celebración, ni risas compartidas, ni un padre que me guiara al altar, ni hermanos que festejaran a mi lado. Tampoco hubo una cálida mirada de mi esposo, solo un silencio que parecía extenderse hasta el último rincón del salón.

Cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, las sombras alargadas cubrieron el castillo y me llevaron finalmente a mi habitación, sola. Me deshice con torpeza del vestido blanco y de las joyas que había llevado ese día. Las piezas de tela cayeron pesadamente sobre la silla junto a la cama, mientras yo me colocaba una simple bata de dormir. Me recosté en la cama, mirando el techo, sintiendo el peso abrumador de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.

Todo había pasado tan rápido. Cerré los ojos, deseando que, al abrirlos de nuevo, la sensación de vacío que me invadía se desvaneciera. Pero el dolor seguía allí, latente, en el fondo de mi pecho, junto con la soledad. Al final, el cansancio me venció y caí en un sueño ligero.

Pasó una semana desde la boda. Los días se deslizaban en una rutina monótona. Sylus estaba mayormente ausente, ocupado con sus labores como emperador. No había mucho que yo pudiera hacer como reina. Mis funciones eran limitadas, y aunque me había adaptado a la vida en el castillo, el ambiente seguía siendo frío. Hoy, sin embargo, algo diferente iba a suceder.

El día transcurría tranquilo hasta que un guardia se acercó a mí con una expresión seria.

—Majestad, tiene una visita —dijo con respeto, pero sin mucha información.

Fruncí el ceño, confundida. No esperaba a nadie.

—¿Quién es? —pregunté, pero el guardia simplemente negó con la cabeza.

—No lo ha dicho, mi señora.

Con una creciente sensación de inquietud, me dirigí al salón principal, donde la visita me esperaba. Sin embargo, al entrar, sentí como si el mundo se congelara a mi alrededor. Casi quise retroceder, deseando que mis ojos me estuvieran engañando. Pero no lo hacían. Allí, en medio de la sala, estaba ella. Mi madre.

Llevaba consigo una sonrisa tensa, falsa, y a su lado, su dama de compañía, una figura que siempre me recordaba a los años de manipulación y abuso emocional que había soportado bajo su mirada. Detrás de ambas, varias maletas se alineaban en perfecta formación.

—Madre... —murmuré, con un nudo en la garganta y el miedo comenzando a reptar por mi piel.

Ella sonrió ampliamente, esa sonrisa calculada que siempre ocultaba algo más.

—¡Artemisa! —exclamó con exagerado entusiasmo—. Tus hermanos me mandaron cartas diciendo que te ibas a casar. ¡Qué lástima que se haya perdido mi carta en el camino! Pero aquí estoy, querida, dispuesta a instalarme en este... ¡hermoso castillo! Viviremos tan cómodamente aquí.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. "¿Vivir aquí?", pensé, horrorizada. No podía ser.

—Pero madre, no... —empecé a decir, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mi cuerpo.

Antes de que pudiera terminar la frase, su rostro cambió de inmediato, y sin previo aviso, me agarró del brazo con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel. Se inclinó hacia mí, con los dientes apretados, y murmuró en un tono bajo y amenazante.

—¿Te atreves a decirle 'no' a la mujer que te dio a luz? —su voz se volvió venenosa—. Después de todo lo que hice por ti... ¿Después de que te alimenté y cuidé? ¿Acaso te enseñé a ser una malagradecida?

Su agarre se volvió aún más fuerte, y sentí una punzada de dolor recorriendo mi brazo. Mi boca se abrió para dejar escapar un leve quejido, pero el miedo me paralizó. Por años había soportado este trato, y ahora, incluso como reina, me sentía igual de indefensa.

Desde la perspectiva de Sylus:

Estaba revisando unos documentos importantes en mi despacho cuando Mephisto entró de manera abrupta.

—Su excelencia, la reina Artemisa tiene una visita —informó rápidamente.

Alcé una ceja, ligeramente desconcertado.

—¿Quién es? —pregunté con frialdad, sabiendo que nada bueno podía surgir de una visita no anunciada.

—No dijo su nombre, pero tiene aspecto mayor.

Solté los documentos sobre el escritorio, ignorando por completo el trabajo que aún quedaba por hacer. Una visita no identificada... eso nunca traía buenas noticias. Sentí una punzada en el pecho, un dolor que no entendí del todo, pero que me impulsó a moverme rápidamente. No podía permitir que algo malo le sucediera a Artemisa. No mientras yo tuviera algo que decir al respecto.

Desaparecí frente a Mephisto y aparecí en la sala principal del castillo, justo detrás de Artemisa. La escena ante mí fue suficiente para hacer hervir mi sangre. Su madre estaba allí, tomándola del brazo con una fuerza innecesaria, mientras el miedo en los ojos de Artemisa me golpeaba como un puñal. Sin pensarlo, mi voz tronó por la sala.

—¡Guardias!

Desde la perspectiva de Artemisa:

El estruendoso grito de Sylus resonó en toda la sala, haciéndome saltar y provocando que mi madre me soltara de inmediato. Los guardias aparecieron rápidamente, formando una barrera entre nosotras. Sentí cómo el valor comenzaba a regresar a mi cuerpo, dándome la fuerza para hacer lo que siempre había temido.

—No eres bienvenida aquí, madre —dije con la voz temblorosa, pero decidida—. Regresa a tu querida casa y no vuelvas jamás. Nunca existí para ti. No quiero saber nada más de ti. ¡Tantos años de abuso fueron suficientes!

Mis palabras parecieron encender una chispa de ira en mi madre, quien no perdió el tiempo en maldecirme y gritarme mientras los guardias la escoltaban fuera de la sala junto con su dama y su equipaje. Cada insulto que lanzaba se sentía como una daga, pero me mantuve firme. Esta vez, no me derrumbaría.

Cuando todo terminó, me giré y encontré a Sylus observando la escena, inmóvil y silencioso. Sentí una oleada de vergüenza recorrerme. La reina de Santoru, incapaz de defenderse, tratada como una niña débil. Bajé la cabeza, sin atreverme a mirarlo a los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó Sylus, su tono firme pero sin rastro de crueldad.

—Sí, gracias —respondí, pero mi voz apenas fue un susurro.

Sylus se acercó, su mano fría tocando con suavidad el brazo que mi madre había maltratado. La piel estaba enrojecida y sensible.

—¡Que venga el médico! —ordenó sin levantar la voz, pero con una autoridad que no dejaba lugar a dudas.

No esperó a que el doctor llegara. Después de unos instantes, se retiró en silencio. El médico atendió mi brazo, colocando compresas frías y algunas hierbas para reducir la inflamación. Sin embargo, el dolor emocional seguía allí, punzante e inquebrantable.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora