El peso de las decisiones

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Perspectiva de Sylus:

Lo que ocurrió hace una semana había logrado ablandar un poco mi corazón, algo que no habría imaginado. Artemisa había demostrado una compasión y fortaleza que me habían desarmado, y eso era algo que no podía ignorar. Hoy, sin embargo, era un día diferente. Hoy era el día de nuestra boda. Un acontecimiento que, aunque no sería extravagante ni repleto de invitados, llevaba un peso sobre mis hombros que no había anticipado.

Desde el momento en que me desperté, sentí esa presión. No se trataba del miedo a lo que la boda en sí significaba, sino de la responsabilidad que conllevaba. Artemisa había accedido a casarse conmigo bajo circunstancias que cualquier otra mujer habría rechazado de inmediato. Y aunque nuestro matrimonio era más un arreglo que un romance apasionado, sabía que merecía algo mejor que simplemente ser una figura decorativa. Por eso, en el último momento, mandé hacer un cambio en los contratos. Firmaríamos dos: uno la declaraba como reina, y el otro le otorgaba el título de emperatriz. Artemisa tendría la libertad de decidir cuál quería. Si así lo deseaba, podría tener el mismo poder sobre Santoru que yo.

Al mirar mi reflejo en el espejo, ajusté el cuello de mi traje. Era un día importante, y aunque mi mente estaba ocupada con mil pensamientos sobre el futuro del imperio, no podía evitar pensar en cómo sería el momento en que Artemisa decidiera cuál de los dos caminos tomaría. Después de lo que había sucedido entre nosotros, merecía al menos tener el poder de decidir su propio destino.

Un ligero toque en la puerta me sacó de mis pensamientos. Era Mephisto, con una sonrisa que no sabía si interpretar como aprobación o burla.

Todo listo, Sylus. Es hora. —dijo, sin necesidad de sermonearme esta vez. Sabía que hoy era distinto.

Asentí, y tras respirar profundamente, salí hacia la iglesia donde nos uniríamos. Mi mente se mantuvo centrada en cada paso, en lo que debía hacer y cómo asegurarme de que, al menos hoy, todo saliera bien.

Perspectiva de Artemisa:

Estaba sentada en una pequeña sala dentro de la iglesia, vestida con el elegante vestido blanco. Pero, a pesar de todo lo que este día representaba, sentía un vacío en el pecho. Me encontraba sola en ese momento tan importante. No tenía a nadie que me acompañara al altar. Mis hermanos, que podrían haber estado aquí, no vendrían. Mi familia, al final, me había dado la espalda de la manera más cruel.

Miré hacia la puerta, con la débil esperanza de que en el último momento alguien apareciera. Pero nada sucedió. Solo el silencio y la sensación de que, en este día crucial, tendría que enfrentar todo sola, como siempre lo había hecho.

Habíamos acordado que no habría procesión nupcial formal. Sylus y yo llegaríamos al altar desde lados opuestos y nos encontraríamos en el centro. No habría paseo entre los invitados, ni un padre que me entregara. A veces, me preguntaba si era una suerte que fuera así. Al menos no habría falsedades, solo nosotros dos, firmando un contrato que uniría nuestros destinos.

Me indicaron que era hora, y al levantarme, sentí un nudo de nervios en el estómago. Me arreglé el vestido y caminé lentamente hacia la puerta, sintiendo el peso de cada paso. Cuando llegué al altar, vi a Sylus esperándome al otro lado. Su rostro era imperturbable, como siempre. Pero había algo en su mirada, algo que me hacía pensar que este día, de alguna manera, también significaba algo para él.

El padre comenzó su discurso habitual sobre el matrimonio, la unión y el compromiso. Mis manos estaban frías y temblaban ligeramente mientras trataba de mantener la compostura. Sylus, como siempre, parecía completamente bajo control. No dejaba entrever ninguna emoción.

Cuando llegó el momento de firmar los contratos, noté que había dos documentos frente a mí. Uno era el que me declaraba reina, un título que había sabido que llevaría desde que se pactó el matrimonio. Pero el otro... el otro me sorprendió. Decía "emperatriz". Mi corazón se aceleró. ¿Por qué había dos contratos? No estaba preparada para esa elección. El peso de esa decisión me golpeó de repente, dejándome sin aire por un segundo.

Confundida, tomé la pluma y la acerqué al contrato de "reina". Pero en ese momento, la mano de Sylus se movió rápidamente, interceptando la mía. Sentí un ligero pinchazo en su piel con la pluma, e inmediatamente me disculpé, preocupada por haberlo herido accidentalmente.

Lo siento, no era mi intención... —murmuré, pero él me interrumpió, susurrándome en voz baja.

Quiero que tú elijas —dijo en un tono suave, uno que nunca antes le había escuchado—. Tienes la decisión de lo que quieres ser, Artemisa.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. ¿Él quería que yo decidiera? El hecho de que me diera esa opción me desconcertaba. Sylus siempre había sido alguien que controlaba todo, que no dejaba que nada ni nadie interfiriera en sus planes. Pero ahora, aquí, frente a todos, me estaba entregando el poder de elegir. La duda me invadió de inmediato. ¿Qué significaba esto realmente?

Levanté la mirada hacia él, viéndolo de cerca, casi queriendo entender sus intenciones. Me quedé en silencio por unos momentos, y finalmente le susurré, con voz temblorosa:

No quiero ser una molestia para ti —dije, insegura de lo que debía hacer.

Sylus me miró en silencio, su expresión indescifrable, pero no dijo nada más. Finalmente, con un suspiro interno, firmé el contrato que me declaraba reina. Tal vez no estaba lista para asumir un papel tan importante como el de emperatriz. O tal vez simplemente no quería cargar con un poder que no sabía si podía manejar. Pero, en ese momento, ser reina parecía lo suficientemente desafiante.

El padre cerró los contratos y anunció con voz solemne:

Larga vida al emperador Sylus y a la reina Artemisa.

Los invitados aplaudieron de inmediato, pero yo apenas los escuché. Mi mente seguía aturdida por lo que acababa de suceder. Estaba casada. Era la reina de Santoru. Y aunque el título no era lo que me había preocupado inicialmente, ahora sentía el peso de ese poder sobre mis hombros.

Puede besar a la novia —dijo el padre, con una sonrisa suave.

Me sentí repentinamente avergonzada al escuchar esas palabras. El beso era una formalidad, y aunque sabía que vendría, no me sentía preparada para ello. No conocía a Sylus en ese aspecto, y nuestra relación había sido fría y distante desde el principio. Pero Sylus, sin mostrar ninguna incomodidad, se acercó a mí con naturalidad.

Me tomó suavemente por la cintura con una mano, mientras la otra se apoyaba en mi hombro. No fue un beso apasionado ni largo, pero fue sorprendentemente suave. Sus labios se encontraron con los míos brevemente, pero el gesto fue suficiente para hacer que mi corazón latiera con fuerza en mi pecho. No era lo que había esperado, y en ese breve momento, algo en mi interior cambió.

Cuando nos separamos, vi la misma expresión neutral en su rostro, pero algo en su mirada me decía que tampoco había sido indiferente para él.

Los aplausos llenaron la iglesia, pero todo a mi alrededor se volvió un eco distante. Ahora, éramos marido y mujer, emperador y reina. Y aunque el futuro era incierto, lo único que sabía con certeza era que nada volvería a ser como antes.





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acabo de romper mi record, hoy he publicado 19 capítulos, que feliz estoy.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora