El clavo que saca a otro clavo: Daniel Simons

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Elisabeth no había esperado que su vida universitaria en Almería le trajera mucho más que libros y exámenes, pero el destino, como siempre, tenía otros planes. 

Fue en su segundo año de carrera cuando conoció a Daniel Simons, un joven serio y meticuloso que compartía gran parte de las asignaturas de ese curso con ella

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Fue en su segundo año de carrera cuando conoció a Daniel Simons, un joven serio y meticuloso que compartía gran parte de las asignaturas de ese curso con ella. Daniel destacaba por su actitud tranquila y su increíble capacidad de organización, un contraste notable con el torbellino de emociones que era la vida universitaria. Si bien al principio no habían intercambiado muchas palabras, fue el destino académico el que los unió.

Un día, en una de las clases más difíciles del semestre, el profesor anunció que habría un trabajo en parejas, y el destino los juntó. A Elisabeth no le molestó la idea, ya que siempre había admirado la calma y la inteligencia de Daniel desde lejos. Quedar para hacer el trabajo se convirtió en una rutina. Las tardes, que al principio se dedicaban enteramente al proyecto, poco a poco se fueron llenando de conversaciones más personales. Era en casa de Elisabeth donde solían reunirse, su pequeño y acogedor apartamento en el que se mezclaba el olor a café con los libros y cuadernos dispersos por la mesa. Daniel, siempre puntual, llegaba con su mochila al hombro, y ambos se enfrascaban en discusiones sobre teoría del periodismo, reportajes y el futuro. Pero un día, mientras las horas avanzaban entre risas y miradas que cada vez eran más largas, sucedió lo inesperado. Ya no fueron los libros ni el trabajo lo que dominó la tarde; una chispa que había estado encendiéndose poco a poco finalmente estalló. Lo que empezó como un beso impulsivo, terminó con ambos enredados en la cama de Elisabeth. Ninguno de los dos había planeado que sucediera, pero tampoco lo lamentaron. Al contrario, aquella tarde marcó el inicio de una relación que, aunque inesperada, pronto se volvió sólida. Con Daniel, las cosas fueron diferentes desde el principio. No había los altibajos emocionales que Elisabeth había experimentado con Hoker; todo parecía sencillo y equilibrado. Durante casi un año, la relación con Daniel fue estable. Se respetaban mutuamente, y aunque sus personalidades eran diferentes, se complementaban bien. Daniel era un hombre de pocas palabras, pero cuando hablaba, lo hacía con convicción. Le gustaba la estructura, el orden, y Elisabeth admiraba eso en él. Había algo reconfortante en su calma, en saber que Daniel siempre estaba ahí, con su apoyo incondicional. Pasaban largas tardes juntos, no solo trabajando o estudiando, sino hablando sobre la vida, sus sueños y sus miedos. Para Elisabeth, fue un respiro después de la montaña rusa emocional que había sido su primera relación. Pero a veces, incluso las relaciones más estables esconden grietas que no son visibles hasta que es demasiado tarde. Un día, casi un año después de haber comenzado su relación, Daniel cambió. Elisabeth lo notó de inmediato. Su comportamiento distante, las respuestas cortas y evasivas, la ausencia de sus habituales gestos de afecto. Fue como si una sombra se hubiese interpuesto entre ellos, algo que ella no lograba entender. Una tarde, mientras estaban en la misma mesa en la que todo había empezado, Daniel tomó una decisión que Elisabeth jamás había visto venir.—Tenemos que hablar —dijo él, con una voz que no tenía nada del tono cálido de siempre. Lo que siguió fue un torrente de palabras que la dejaron perpleja. Daniel le explicó que ya no podía seguir con ella, pero lo más sorprendente fue la razón. Al parecer, un viejo conocido de Elisabeth, alguien con quien había tenido contacto antes de empezar la universidad, se había acercado a Daniel y le había revelado un secreto que ella había guardado cuidadosamente. Algo que ella misma no se atrevía a contar ni a admitir, pero que ahora había salido a la luz de la peor manera posible.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Daniel, con una mezcla de tristeza y decepción en su voz.

Elisabeth no supo qué decir. El secreto que había escondido era una carga que llevaba desde hacía tiempo, algo que temía que pudiera cambiar la forma en la que la gente la veía, especialmente alguien como Daniel, que parecía valorar tanto la verdad y la transparencia. Pero nunca pensó que llegaría a destruir lo que tenían. Las palabras que siguieron fueron amargas, y aunque Elisabeth intentó explicarse, defenderse, suplicar que no acabaran así, Daniel ya había tomado su decisión. No podía perdonarla por no haber sido completamente honesta desde el principio, o tal vez no podía enfrentarse a lo que ahora sabía de ella. Aquella tarde, él se levantó de la mesa, tomó su mochila, y salió por la puerta sin mirar atrás. Elisabeth se quedó en su apartamento, en el mismo lugar donde todo había comenzado, tratando de entender cómo algo que había sido tan sólido se había desmoronado tan rápido. El dolor de esa ruptura fue diferente al que había sentido antes. No era el dolor de un amor que se apaga lentamente, sino el de algo roto de golpe, sin previo aviso. A pesar de todo, Daniel dejó una marca importante en su vida. Le enseñó el valor de la estabilidad y del respeto mutuo, pero también le mostró lo frágiles que pueden ser las relaciones cuando el pasado irrumpe sin invitación. Aunque los días siguientes fueron difíciles, Elisabeth supo que ese capítulo había llegado a su fin. Y, como siempre, el mundo seguía girando.

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⏰ Última actualización: Oct 01 ⏰

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Ella: Pasiones del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora