-¿Sabes? no creo que debería de estar aquí.
Delvan se acomodó en el sofá de sus aposentos, hundiéndose entre los cojines de pluma de pato con olor a suavizante floral. Cogió la taza de té aún caliente de la mesilla de roble y se la acercó a los ojos para escudriñarla.
-Tampoco es que me queje de esto, la verdad. Pero yo soy un pirata, no un rey.- Delvan siguió con su monólogo, parándose para olisquear el contenido de la tacita de porcelana antes de dejarla a un lado.- Teóricamente debería de ser encarcelado. Tal vez incluso colgado por todo lo que hecho, si preguntas mi opinión personal. Pero a nadie se le ocurriría coronarme como soberano.
Cuando se calló, el silencio volvió a la habitación tan fuerte como un ladrillazo en la cabeza, haciendo increíblemente consistente su presencia.
-Oye, ¿me estás escuchando?- Delvan frunció el ceño, girando la cabeza a la izquierda para mirar al sirviente que le estaba haciendo la cama.
El sirviente siguió su tarea sin inmutarse, haciendo algo tan mundano con la elegancia del porte de una estatua. Sus movimientos fluidos casi hacían un espectáculo la forma en la que estiraba las mantas.
Delvan se cruzó de brazos, hundiéndose aún más en los cojines mientras esperaba a que terminara.
Un par de minutos más, cuando el sirviente puso el último cojín en el impecable montón de la cabecera, por fin se giró hacia el príncipe, dando un par de pasos más para situarse enfrente de él, con la mesilla de centro entre los dos.
-Su Majestad, voy a serle completamente sincero: Sus padres han muerto y usted es el único heredero más cercano. Y, le guste o no, ahora tiene bajo su cargo esta nación.
Delvan alzó una ceja, observando cómo el sirviente se quedaba quieto, esperando una respuesta.
-Pues sí que has sido sincero, sí. -el príncipe se rio sin gracia.- Pero todavía puedo abdicar, ¿verdad?
-¿Y querría usted dejarle el trono a su primo?- el sirviente inquirió, mirándole fijamente y haciendo que ahora fuera el príncipe el que se quedaba callado.
Delvan rodó los ojos, estirando sus botas llenas de barro a la mesa de centro con el té, para horror del sirviente. Tal vez ese acto atroz contra el decoro no fuera suficiente para echarlo de la más alta nobleza y tuviera que esforzarse más.
Pero también entendía el punto del sirviente. Más de lo que en un principio querría.
No podía renunciar y una parte de él lo sabía. Este mundo no necesitaba más dictadores y Delvan no iba a dejar el trono colocado y mullidito para que se pusiera uno a gobernar su país.
-Touché. -murmuró, sacando una petaca de su abrigo. Apenas fue un susurro, más para sí que para el sirviente.
Echó un trago mientras el pobre criado arrugaba la cara cordialmente ante la visión enfrente suya. Seguro que se estaba replanteando si en verdad Delvan era mejor opción que su primo.