Capítulo 3

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Shouto intentaba salir del trance en el que se hallaba

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Shouto intentaba salir del trance en el que se hallaba. Su sueño tan profundo no le permitía abrir los ojos, pero luchaba para ello. Algo no iba bien. Sentía que lo estaban observando. Que alguien lo llamaba, que lo incitaba a que saliera de la cama. Keigo intentaba despertarlo con su mente. Intentaba meterse en su sueño y sacarlo de allí. Debía convencerlo, atraerlo hasta él, pero no era fácil entrar en su cabeza.

Shouto sintió una amenaza, una punzada en el corazón. Debía despertarse. ¿Por qué no podía hacerlo?Sacó fuerzas de la flaqueza e intentó levantar los párpados. Imágenes borrosas de su habitación aparecían ante él como sombras fantasmales. Empezó a ser consciente del sonido de  la lluvia, del viento que acariciaba su rostro. ¿Viento? Intentó abrir más los ojos y dirigió su mirada a la ventana.

Estaba abierta.

Intentó aclarar su vista y un sudor frío se concentró en sus manos. ¿Qué hacía la ventana abierta? Antes de dormirse estaba cerrada. Se sentía aturdido.  Hacía años que no se despertaba en la noche. Su sueño duraba desde que se acostaba hasta que sonaba el despertador. Nunca se había desvelado. Se incorporó y tocó el parqué de la habitación con los pies. Lo palpó buscando sus zapatillas de conejo, miró su reloj y le dio al botón de alumbrar para ver la hora. No hacía más de veinte minutos que había caído rendido en la cama. Abrió los ojos, despierto del todo finalmente.

Se levantó y entonces vio algo que lo dejó petrificado. Había un hombre oculto en las sombras de la habitación. Un hombre con las piernas y los brazos abiertos vigilaba como un animal que va en busca de su presa. Y a sus pies, Yuki, su amado perro, estaba tumbado de espaldas con las patas para arriba, durmiendo plácidamente. Estaba durmiendo, ¿no? Asustado volvió a mirar al hombre. Ese tipo chorreaba de pies a cabeza. El corazón de Shouto palpitaba alocadamente en su pecho y su respiración se descompasó.

El hombre dio un paso hasta que la luz que se colaba por la ventana lo alumbró. Aquel hombre, vestido completamente de negro, que se había colado en su habitación estaba rodeado por el aura más poderosa que había sentido en su vida. ¿Qué hacía él hablando de auras? ¿Qué sabía de eso? Sacudió ligeramente la cabeza, esperando que la imagen viril desapareciese de enfrente suyo, esperando en vano que fuese un sueño. Sin embargo, hacía años que no soñaba, desde su diabetes. Más nervioso todavía, comprobó que él se le acercaba.

Era enorme, no en el sentido de altura, porque probablemente medían lo mismo, si al caso lo rebasaba por cuatro centímetros, su cuerpo era enorme, esos músculos más definidos, su torso, sus brazos, eran perfectos, no eran exagerados. Lo miró a la cara. Por el amor de Dios, era lo más hermoso que había visto en su vida. Tenía el pelo alborotado ligeramente largo y ondulado, de color rubio castaño, y le caía sobre su rostro. Los mechones goteaban agua y resbalaban por su cara, siguiendo cada uno de sus estilizados rasgos. Su cara... Jesús. Esa cara era pura sensualidad. Una promesa que escondía una dulce virilidad en su expresión, aunque nunca imaginó que los adjetivos dulce y viril pudiesen conjuntar. Los ojos  marrones dorados más increíbles del mundo, la nariz perfecta, los labios finos pero mas rellenaditos que los de él, un hoyuelo en la barbilla. Como él. Aunque mucho más pronunciado.

El libro de Rei┋HawkstodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora