Familia Hondureña

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Era una tarde soleada en Tegucigalpa, cuando Sofía, de 16 años, regresaba del colegio con la cabeza llena de pensamientos. Desde que su madre, doña Clara, había asumido el rol de madre soltera, todo en casa había cambiado. Clara siempre había sido una mujer estricta, pero últimamente parecía aún más exigente con todo lo que Sofía hacía.

-Mamá, llegué -dijo Sofía al entrar por la puerta de madera que rechinaba ligeramente.

-Te tardaste -respondió Clara desde la cocina, sin levantar la vista de los frijoles que cocinaba-. ¿No te dije que llegaras directo después de clases?

Sofía, quien había decidido quedarse un rato más con sus amigas después del colegio, no sabía cómo responder. No era la primera vez que su madre le pedía lo mismo, pero ella sentía que necesitaba algo de libertad.

-Es que... me quedé con mis amigas en la plaza un rato -respondió titubeante.

Clara dejó la cuchara en la mesa y caminó hacia la sala donde Sofía estaba de pie, nerviosa. Sabía que su madre no toleraba desobediencias.

-Te lo advertí, Sofía -dijo Clara con calma, pero con un tono que denotaba autoridad-. Aquí en esta casa las reglas se cumplen, y ya van varias veces que te has retrasado sin permiso.

-Mamá, solo fue un rato, ni siquiera pasó nada -protestó Sofía, sabiendo que esa excusa no la salvaría.

Clara respiró profundo y señaló hacia el sofá de cuero que estaba en la sala.

-Te he dado suficientes advertencias, Sofía. Sabes cuál es la consecuencia cuando no haces caso.

Sofía, con el corazón acelerado, sabía exactamente a qué se refería su madre. En su hogar, el castigo físico siempre había sido un método disciplinario que Clara utilizaba cuando consideraba que la situación lo ameritaba.

-Mamá, por favor... no es para tanto -intentó decir, pero Clara no estaba dispuesta a escuchar más excusas.

-Basta de hablar. Tú misma te lo buscaste. Sabes que te quiero y que lo hago para que aprendas -dijo Clara mientras sacaba una silla y se sentaba-. Ven aquí, Sofía.

Sofía, aunque sintiéndose avergonzada y arrepentida, caminó lentamente hacia su madre. Clara la tomó de la muñeca y, sin mucho preámbulo, la colocó sobre sus rodillas.

-Esto es para que entiendas que las reglas en esta casa no son opcionales -dijo Clara con firmeza mientras levantaba la falda escolar de Sofía.

Con una mano firme, Clara comenzó a darle fuertes palmadas en la parte trasera, rítmicamente. El eco de los azotes resonaba en la sala, mientras Sofía sentía la mezcla de dolor y vergüenza por estar siendo castigada como una niña pequeña.

-Mamá, ¡ya! -gritó Sofía entre lágrimas-. ¡Me duele!

-Te duele porque necesitas aprender, hija. Las decisiones que tomes en la vida tienen consecuencias, y este es el resultado de no obedecer -respondió Clara sin detenerse.

Después de unos minutos que parecieron eternos para Sofía, Clara finalmente se detuvo. La joven, con lágrimas en los ojos y la cara enrojecida, se levantó lentamente, frotándose el lugar donde su madre la había castigado.

-Vete a tu cuarto, reflexiona y piensa en lo que hiciste. No quiero verte bajar hasta la hora de la cena -ordenó Clara con voz firme.

Sofía, entre sollozos, subió las escaleras hacia su habitación, sintiendo la combinación de dolor físico y emocional. Mientras se recostaba en su cama, pensaba en lo injusto que le parecía todo, pero también sabía que su madre lo hacía por amor y preocupación. Sabía que la vida en Honduras, y especialmente en su barrio, era dura, y que Clara quería que ella fuera fuerte y disciplinada para poder enfrentar los desafíos que la vida le pondría por delante.

Horas después, Sofía bajó para la cena. Clara la esperaba en la mesa con una expresión más suave.

-Sofía, sé que no te gusta cuando te castigo, pero todo lo que hago es por tu bien -dijo Clara mientras servía los platos.

Sofía, todavía con un poco de resentimiento, asintió en silencio. Sabía que su madre tenía razón, pero eso no hacía que el castigo fuera menos doloroso.

-Prometo que la próxima vez te avisaré, mamá -dijo Sofía suavemente.

-Eso espero, hija -respondió Clara, mientras le daba un beso en la frente-. Siempre quiero lo mejor para ti.

La cena continuó en silencio, pero el vínculo entre madre e hija se mantenía firme, a pesar de los castigos y las reglas estrictas que Clara imponía en su hogar. Aunque Sofía no siempre entendía el porqué de las acciones de su madre, sabía que la amaba profundamente y que todo lo hacía para protegerla.

Castigos a través del mundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora