Familia Mexicana

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En un barrio tranquilo de Ciudad de México, la casa de doña Marcela era conocida por dos cosas: su pulcritud y su disciplina. Como madre soltera, Marcela había criado a su hijo, Daniel, de 13 años, con mano firme, asegurándose de que nunca le faltara respeto ni a ella ni a las reglas de la casa.

Esa tarde, Daniel había salido con sus amigos a jugar fútbol en el parque cercano. Había prometido estar de vuelta a las 5 de la tarde, pero las horas pasaron y el sol comenzaba a esconderse. Eran casi las 7 cuando Daniel finalmente llegó a casa, sudoroso y sin preocuparse demasiado por la hora.

-¿Daniel? -la voz de su madre resonó desde la sala apenas él cruzó la puerta.

Él respiró hondo. Sabía que se había retrasado y que su madre no tomaría esto a la ligera.

-Sí, mamá, ya llegué -respondió, quitándose los tenis a la entrada.

Marcela salió de la cocina con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

-¿Qué te dije sobre la hora? -preguntó en tono serio-. Te di permiso para salir siempre y cuando volvieras a las 5. Son casi las 7, Daniel. ¿Qué fue lo que no entendiste?

Daniel se encogió de hombros, intentando evitar la mirada de su madre.

-Me quedé jugando un poco más con los chicos. No pensé que fuera tan grave...

Marcela lo miró con una mezcla de desaprobación y frustración. Ella siempre le había enseñado a respetar el tiempo y las reglas, y la desobediencia no era algo que toleraba.

-Lo que es grave es que no cumpliste con tu palabra, y ya sabes lo que pasa cuando eso ocurre -dijo Marcela mientras se dirigía a su habitación. Regresó pocos segundos después con el cinturón en la mano, una herramienta que utilizaba cuando las palabras no eran suficientes.

Daniel sintió el nudo en su estómago. No era la primera vez que enfrentaba el cinturón por romper una regla, pero eso no lo hacía más fácil.

-Ven aquí, Daniel -ordenó su madre, señalando el sillón en la sala.

Sin protestar, el joven caminó hacia su madre y se colocó donde ella le indicó. Sabía que discutir solo empeoraría la situación.

-Te lo advertí, Daniel. En esta casa hay reglas, y no cumplirlas tiene consecuencias -dijo Marcela con firmeza mientras levantaba el cinturón.

Los golpes comenzaron, firmes pero controlados, acompañados por las lecciones de su madre.

-Esto... es para que entiendas... que debes respetar... tu palabra -decía Marcela entre cada azote.

Daniel apretaba los dientes, aguantando el dolor, mientras escuchaba las palabras de su madre. Sabía que no había excusas, y aunque el castigo dolía, también entendía que su madre lo hacía para corregirlo.

Cuando finalmente terminó, Marcela dejó el cinturón sobre la mesa y respiró profundamente.

-Vete a tu cuarto, Daniel. Quiero que pienses en lo que pasó y que esto no se repita -dijo con firmeza, pero sin perder la calma.

Daniel asintió rápidamente y subió a su habitación sin mirar atrás. Mientras se acostaba en la cama, aún sintiendo las marcas del cinturón, pensaba en lo mucho que su madre se esforzaba por hacerlo un buen hombre. A pesar de los castigos, él sabía que todo lo que ella hacía era para su bien.

Marcela, por su parte, se sentó en el sillón, reflexionando sobre lo sucedido. Ser madre soltera no era fácil, pero sabía que con disciplina y amor, Daniel crecería fuerte y respetuoso. Ella solo quería lo mejor para él, y aunque a veces la dureza de los castigos parecía mucho, confiaba en que con el tiempo su hijo lo entendería.

En su casa, la palabra de Marcela era ley, y Daniel aprendería a no tomarla a la ligera.

Castigos a través del mundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora