Familia Chilena

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En una tranquila localidad de la zona central de Chile, vivía la familia Rodríguez, compuesta por Carolina y Andrés, junto a sus dos hijos: Martina, de 11 años, y Tomás, de 8. Los padres eran amorosos pero estrictos cuando se trataba de reglas, ya que querían que sus hijos crecieran respetando los límites y entendiendo la importancia de la seguridad.

Un sábado por la tarde, Carolina les dio instrucciones claras a los niños: podían jugar en el jardín, pero no debían salir de la casa bajo ninguna circunstancia. Ella y Andrés estaban ocupados con tareas en el interior y no podían vigilarlos todo el tiempo. Sin embargo, Martina, aventurera y siempre buscando algo más emocionante, tenía otros planes.

-Vamos a la plaza, Tomás -dijo Martina, mirando a su hermano-. No nos tomará mucho tiempo y volvemos antes de que mamá y papá se den cuenta.

-Pero mamá dijo que no saliéramos... -respondió Tomás, siempre más obediente, con un tono de duda.

-Solo será un ratito. Nada va a pasar -insistió Martina, convenciendo finalmente a su hermano.

Ambos salieron en silencio, corriendo hacia la plaza que quedaba a unas cuadras. Jugaron durante un par de horas sin darse cuenta de lo tarde que se había hecho. Cuando finalmente decidieron regresar, ya empezaba a oscurecer, y al llegar a la casa, encontraron a sus padres esperando en la puerta, visiblemente preocupados.

-¿Dónde estaban? -preguntó Carolina, su voz firme pero cargada de preocupación.

-Solo fuimos a la plaza, mamá. No creímos que fuera para tanto -respondió Martina, intentando minimizar la situación.

-Les dijimos claramente que no podían salir del patio. ¿Por qué desobedecieron? -preguntó Andrés, manteniendo la calma pero con el rostro serio.

-Lo siento, papá. Solo queríamos jugar un rato -dijo Tomás, con la cabeza baja, sintiéndose culpable.

-Vengan adentro, vamos a hablar sobre esto -dijo Carolina, conduciéndolos hacia la sala.

Una vez dentro, Carolina y Andrés comenzaron a explicarles por qué lo que habían hecho estaba mal. Más allá de romper una regla, se habían puesto en peligro al salir solos sin que nadie los vigilara. Carolina estaba claramente molesta, no solo porque los habían desobedecido, sino porque habían jugado con su seguridad.

-Las reglas están para cuidarlos. Si algo les hubiera pasado, ¿cómo nos habríamos enterado? -dijo Carolina, su voz firme.

-Ya hemos hablado de esto antes, y aún así desobedecieron -añadió Andrés-. Esto no puede quedar sin consecuencias.

Martina y Tomás sabían que la situación no se quedaría solo en palabras. En su casa, cuando rompían las reglas de manera deliberada, sus padres aplicaban castigos para asegurarse de que aprendieran la lección. Carolina y Andrés siempre habían sido claros al respecto: la desobediencia deliberada no se tomaba a la ligera.

-Van a recibir un castigo, porque tienen que entender que las reglas están para cumplirse -dijo Carolina-. Martina, tú eres la mayor, y debiste haber dado el ejemplo, pero no lo hiciste. Hoy aprenderás que la desobediencia tiene consecuencias.

Carolina fue a buscar un cinturón, algo que los niños sabían que se usaba solo en situaciones graves, cuando las reglas importantes eran rotas. Martina y Tomás se miraron nerviosos, sabiendo que el castigo estaba a punto de llegar.

-Tomás, tú también saliste cuando sabías que no debías. Así que ambos recibirán su castigo -dijo Andrés, mientras Carolina se preparaba.

Martina fue la primera. Carolina le ordenó que se recostara sobre la cama, y con firmeza le aplicó un castigo con el cinturón, asegurándose de que entendiera la gravedad de la situación. Luego fue el turno de Tomás, quien también recibió su parte, aunque con menos intensidad por ser el menor.

-Ahora, vayan a su habitación y reflexionen sobre lo que hicieron -dijo Carolina, guardando el cinturón.

Los niños, con los ojos llenos de lágrimas, fueron a su cuarto. Sabían que lo que habían hecho había preocupado seriamente a sus padres, y el castigo les recordaba la importancia de obedecer las reglas de la casa.

Más tarde esa noche, Carolina y Andrés fueron a hablar con ellos nuevamente, esta vez con un tono más suave. Les explicaron que el castigo no era porque no los amaban, sino porque querían que comprendieran lo peligroso que había sido su comportamiento.

-Nosotros los amamos y queremos que estén a salvo. Pero cuando desobedecen, tienen que entender que hay consecuencias -les dijo Carolina, abrazándolos.

-Esperamos que hayan aprendido la lección -añadió Andrés.

Martina y Tomás asintieron, sabiendo que aunque había sido un día difícil, sus padres solo querían lo mejor para ellos.

Castigos a través del mundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora