Era una tarde tranquila en Madrid, y el sol ya comenzaba a bajar cuando Marta, una madre soltera de dos hijos, comenzaba a sentir que algo andaba mal en casa. Sus hijos, Alejandro de 14 años y Mateo de 10, se habían estado comportando de manera extraña durante los últimos días. Aunque ella trabajaba largas horas, siempre se aseguraba de mantener el control en casa, imponiendo disciplina para que los chicos no se desviaran del buen camino.
Marta, mientras preparaba la cena, llamó a sus hijos desde la cocina.
-¡Alejandro! ¡Mateo! Venid un momento -gritó, sin recibir respuesta de inmediato.
Alejandro estaba en su habitación, con la puerta cerrada, mientras Mateo estaba en la sala jugando con su consola. Ambos sabían que Marta estaba molesta por algo, pero ninguno quería enfrentarse a ella todavía.
Finalmente, Alejandro bajó por las escaleras, seguido de su hermano menor.
-¿Qué pasa, mamá? -preguntó Alejandro con una sonrisa inocente que no convencía a Marta.
-Quiero hablar con los dos. ¿Por qué me han estado escondiendo las notas del colegio? Hoy hablé con la profesora de Mateo, y me ha dicho que lleváis semanas sin entregar los trabajos -dijo Marta cruzando los brazos, mirando a sus hijos con el ceño fruncido.
Alejandro y Mateo se miraron entre ellos, sin saber qué decir. Sabían que habían metido la pata, y que las excusas no les iban a salvar esta vez.
-Mamá, es que... se nos olvidó -balbuceó Alejandro, tratando de encontrar alguna manera de suavizar la situación.
-¿Olvidado? -respondió Marta, claramente molesta-. No me vengáis con excusas baratas. Sabéis muy bien que esto no es algo que se olvida. Además, Mateo, tú me dijiste que habías hecho todos los deberes. ¿Me mentiste?
Mateo, con la cara roja de vergüenza, bajó la cabeza y no dijo nada.
-Lo sabía... Sabéis que en esta casa, la mentira y la desobediencia no se perdonan. Os lo he dicho más de una vez. Y, si esto no es suficiente, parece que tendré que recordaros qué pasa cuando las reglas no se respetan -dijo Marta con voz firme.
Alejandro y Mateo sabían lo que venía. Aunque su madre no era de las que perdía el control fácilmente, siempre había sido clara sobre las consecuencias cuando se trataba de faltas graves, y en su hogar, el castigo físico era una medida que usaba cuando consideraba que se habían pasado de la raya.
-Subid a vuestra habitación. Nos vamos a encargar de esto ahora mismo -ordenó Marta, señalando las escaleras.
Los dos chicos subieron en silencio, nerviosos y conscientes de lo que les esperaba. Una vez en la habitación de Alejandro, Marta entró y cerró la puerta.
-Alejandro, tú eres el mayor, y por lo tanto, el que debería dar ejemplo. No puedo tolerar que me mintáis y que no hagáis lo que debéis. Ya sabes lo que toca -dijo Marta mientras sacaba una silla y se sentaba.
Alejandro, tragando saliva, asintió y caminó lentamente hacia su madre. Sin decir una palabra más, Marta lo tomó de la muñeca y lo colocó sobre sus rodillas. Levantó la camiseta y, con una mano firme, comenzó a darle azotes sobre sus pantalones.
Cada palmada resonaba en la habitación, mientras Alejandro trataba de aguantar el dolor sin protestar. Sabía que su madre no pararía hasta que sintiera que había aprendido la lección.
-Esto es para que aprendas a ser responsable, Alejandro. Ya no eres un niño pequeño -dijo Marta mientras continuaba el castigo.
Después de unos minutos, Marta se detuvo y dejó que Alejandro se levantara, con los ojos enrojecidos y frotándose el trasero. Marta se giró entonces hacia Mateo, quien ya tenía lágrimas en los ojos antes de que siquiera le tocara su turno.
-Y tú, Mateo, por mentirme directamente, también vas a recibir tu castigo. Ven aquí -ordenó Marta, señalando el lugar junto a la silla.
Mateo, sollozando, caminó hacia su madre y fue colocado en la misma posición que su hermano. Aunque era más pequeño, Marta no se contuvo demasiado, dándole palmadas firmes para que recordara que las mentiras en su casa no eran toleradas.
-Esto es por no hacer tus deberes y por mentirme, Mateo. Las mentiras tienen consecuencias -dijo Marta mientras Mateo lloraba sin poder contenerse.
Una vez que terminó, Marta dejó que ambos se levantaran y los miró con un poco de tristeza en los ojos. No disfrutaba castigándolos, pero sabía que debía mantener la disciplina en casa, especialmente siendo una madre soltera.
-Os quiero mucho, chicos, y lo que hago es porque quiero que aprendáis a ser responsables y honestos. Este es vuestro hogar, pero también tenéis que cumplir con vuestras obligaciones. No puedo hacer todo yo sola -les dijo mientras los abrazaba, tratando de reconfortarlos después del castigo.
-Lo sentimos, mamá -dijeron los dos, todavía con lágrimas en los ojos.
-Está bien, pero que esto no se vuelva a repetir. Ahora, id a lavaros la cara y volved para cenar -dijo Marta con un tono más suave.
Esa noche, la casa estaba más tranquila. Aunque Alejandro y Mateo seguían sintiendo el ardor de los azotes, sabían que su madre tenía razón. Marta, por su parte, se sentía satisfecha de haber dejado clara la lección, pero también sabía que, al final del día, todo lo hacía por amor y por querer lo mejor para sus hijos.
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Castigos a través del mundo
Short Story"Castigos a través del mundo" es una colección de historias que exploran la diversidad de prácticas disciplinarias en diferentes culturas y familias. A lo largo de los relatos, veremos cómo en distintas partes del mundo, el castigo físico ha sido ut...