En una tranquila tarde de otoño en Buenos Aires, la familia Gómez estaba reunida en casa después de un largo día. Los padres, Laura y Martín, eran estrictos pero cariñosos, siempre preocupados por el bienestar de sus hijos, Sofía de 12 años y Tomás de 9. Ambos niños eran generalmente obedientes, pero como cualquier niño, de vez en cuando cruzaban la línea.
Ese día, Laura había recibido una llamada del colegio de Sofía. La profesora le informó que Sofía no había entregado varios trabajos de matemáticas y que, además, había estado hablando mucho en clase, interrumpiendo la lección. Esto sorprendió a Laura, ya que Sofía siempre había sido una estudiante ejemplar. Decidió no decir nada hasta que Martín llegara del trabajo.
Cuando Martín entró en la casa, saludó a los niños con una sonrisa, pero pronto notó la seriedad en el rostro de su esposa.
-Laura, ¿todo bien? -preguntó Martín mientras se quitaba la chaqueta.
-No del todo -respondió ella-. Hoy me llamaron del colegio de Sofía. Parece que no ha estado entregando sus trabajos y ha estado comportándose mal en clase.
Martín frunció el ceño. Siempre había sido muy claro con sus hijos sobre la importancia de la responsabilidad y el respeto en la escuela.
-¿Es cierto, Sofía? -preguntó Martín, mirando a su hija.
Sofía, quien había estado jugando con Tomás en la sala, dejó el control remoto y miró a sus padres con nerviosismo.
-Bueno... sí, pero es que me olvidé de hacer los trabajos y... no es para tanto, mamá -dijo Sofía, tratando de minimizar la situación.
-¿No es para tanto? -respondió Laura con incredulidad-. Sofía, sabes muy bien que mentir y no hacer tus deberes es algo que no toleramos. Siempre te hemos enseñado a ser responsable.
Martín, que ya estaba molesto, intervino con tono firme.
-Sofía, en esta casa hay reglas. Si no cumples con tus responsabilidades, hay consecuencias. Y lo sabes muy bien.
Sofía, entendiendo lo que venía, bajó la mirada sin decir nada. Laura se levantó de su silla y le indicó que subiera a su habitación.
-Vamos, Sofía. Nos vemos arriba para hablar de esto.
Tomás, viendo la tensión en el ambiente, intentó escaparse a su habitación, pero Martín lo detuvo.
-Tomás, espera un momento. También tengo algo que hablar contigo -dijo Martín-. Hoy tu madre encontró tus juguetes tirados por toda la casa cuando te pedimos claramente que ordenaras tu cuarto antes de salir a jugar.
Tomás, que había estado evitando la mirada de su padre, se quedó congelado.
-Pero, papá, es que iba a hacerlo después... -intentó explicar Tomás, pero Martín no estaba dispuesto a escuchar excusas.
-Lo hablamos muchas veces, Tomás. Las cosas no se hacen cuando uno quiere, sino cuando es el momento. Y tú decidiste ignorar esa responsabilidad.
Laura, que ya estaba en las escaleras con Sofía, miró a Martín y asintió.
-Nos vemos arriba, Tomás. Tú también necesitas aprender la lección -dijo Laura.
Ambos niños subieron lentamente las escaleras, con el ambiente lleno de tensión. Una vez en la habitación de Sofía, Laura y Martín entraron detrás de ellos. Sabían que, como padres, era importante corregir estos comportamientos, y aunque no les gustaba castigar a sus hijos, siempre habían sido claros con las reglas del hogar.
-Sofía, tú primero -dijo Laura mientras se sentaba en la cama.
Sofía, con lágrimas en los ojos, se acercó a su madre. Laura la tomó del brazo con firmeza y la colocó sobre su regazo. Martín se quedó de pie, observando en silencio, mientras Laura levantaba la falda del uniforme escolar de Sofía y le daba varias palmadas firmes.
-Esto es para que aprendas a no mentir y ser más responsable con tus estudios -dijo Laura entre cada azote.
Sofía lloraba, sintiendo tanto el dolor físico como la vergüenza, pero sabía que lo había merecido. Laura continuó unos minutos más hasta que consideró que la lección había sido suficiente.
-Ya está bien. Levántate y aprende de esto, Sofía. No queremos tener que repetir este castigo -dijo Laura, dejando que su hija se levantara y se frotara las lágrimas.
Luego, se giraron hacia Tomás, que miraba a su hermana con ojos llorosos, sabiendo que su turno llegaba.
-Y ahora tú, Tomás. El desorden y la desobediencia tampoco son aceptables en esta casa -dijo Martín, señalando la cama.
Tomás, con miedo, se acercó a su padre, quien lo colocó sobre su regazo, bajando ligeramente su pantalón. Al igual que con Sofía, Martín le dio varias palmadas firmes a su hijo.
-Quiero que entiendas que cuando te pedimos algo, lo haces sin excusas -dijo Martín con cada azote, dejando claro el mensaje.
Tomás no pudo evitar llorar a medida que los azotes continuaban. Sabía que su papá no estaba enojado con él, pero que estaba siendo firme para que aprendiera a ser más obediente y organizado.
Cuando el castigo terminó, Martín lo dejó levantarse y le dio un abrazo rápido.
-Ya está, Tomás. Pero no quiero volver a ver tu habitación desordenada. Es importante que hagas las cosas cuando te lo pedimos -dijo Martín con un tono más suave.
Después de unos minutos, Laura y Martín se quedaron en la habitación con ambos niños, quienes, aunque todavía sollozaban un poco, entendían que el castigo no era por maldad, sino por amor y preocupación.
-Os queremos mucho, y todo lo que hacemos es para que seáis buenas personas -dijo Laura mientras abrazaba a sus hijos-. Ahora, os quiero ver trabajando más en vuestros deberes y manteniendo todo en orden.
Sofía y Tomás asintieron, prometiendo no volver a desobedecer. Sabían que sus padres solo querían lo mejor para ellos, y aunque los castigos no eran agradables, comprendían que eran necesarios para aprender lecciones importantes.
La familia se reunió luego en la sala para ver una película, y aunque el ambiente aún estaba un poco tenso, el amor y la unidad seguían siendo el centro de su hogar.
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Castigos a través del mundo
Storie brevi"Castigos a través del mundo" es una colección de historias que exploran la diversidad de prácticas disciplinarias en diferentes culturas y familias. A lo largo de los relatos, veremos cómo en distintas partes del mundo, el castigo físico ha sido ut...