{Capítulo 1}

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Escuché la cerradura girar rápidamente, las llaves caer sobre la pequeña mesita de cristal y sus botas resonar contra el frío parqué. Subía las escaleras de dos en dos, como siempre, con prisa. -¿Nena? –le escuché murmurar. -Estoy en la ducha, dame un segundo. Después de cepillarme el pelo encesté la toalla en la cesta de mimbre, me regalé un pequeño baile, y me puse las braguitas. No tardé en meterme en una de sus blusas anchas y largas. Recogí el cuarto de baño y giré el pomo para encontrármelo tirado en la cama, esperándome. -¿Dónde estabas? Me examinó de arriba abajo ignorando totalmente mi pregunta y luego clavó su mirada en la mía. Elevé una ceja esperando una respuesta. Sabiendo que sus ojos estaban bien clavados en mí, aún me era difícil no perder la compostura. -Fui a dar una vuelta, ya lo sabes. -¿A dónde? -¿Por qué tantas preguntas de repente, nena? Ladeó la cabeza y soltó una carcajada dura. Yo tragué saliva. Últimamente salía demasiado por la ciudad, por las noches, ya que según él; "A veces necesito un poco de velocidad cariño, ya lo sabes". -No me gusta que salgas por ahí, solo, de noche y con la jodida moto. –le dije. Él elevó una ceja y se levantó de la cama con su estúpida sonrisa que tanto me volvía loca. -Cierta emoción es buena para el alma, ya lo sabes. –guiñándome un ojo, se acercó a mí. Dejó escapar una pequeña risa y pasó una mano por su pelo castaño. –Además... -Además, odio que vayas a ese jodido bar. –apunté. -Hmm... -ronroneó. –Así que era eso. –susurró con voz ronca. -Creo que alguien está celosa... Me mordí el interior de la mejilla y le golpeé en el pecho con la suficiente fuerza para que diera un paso hacia atrás. Caminé hasta el centro de la habitación negando con la cabeza, pero de repente unos brazos se ciñeron en mi cintura y una cabeza se encajó en mi cuello. Su respiración acompañada de una leve risa casi inaudible me hizo estremecerme. -Ay Maslow, Maslow... -susurró contra mi cuello. –No aprendes, eh. Ya te he dicho mil veces que la única tía que me vuelve loco eres tú. Con un ligero movimiento me solté de su agarre y caminé hasta la puerta de la habitación. Luego me giré y me quedé mirándole a los ojos con los brazos en jarras. Él comenzó a caminar hacia mí y sus perfectos y blancos dientes atraparon su labio inferior entre ellos. -No me vas a comprar con palabras bonitas. –elevé una ceja y él asintió riendo. –¡No te rías! ¡Estoy hablando en serio! –me exasperé. –Sabes que odio que salgas por ahí por las noches. -Nena, Roma por la noche es preciosa, deberías de venirte conmigo mañana a dar una vuelta en la moto. Nos vamos a algún sitio a cenar y luego pillamos un hotel por donde surja... -Ya, claro. –reí con ganas. –Un Hotel, ¿para qué? -Hacerte el amor sobre la moto sería demasiado incómodo muñeca. Aunque bueno, el nuevo sillín es...-le interrumpí. -Suficiente. Giré sobre mis talones y solté una risa indiscreta que no pude evitar. Y le deje allí, con la risa deslizándose entre los labios. Bajé los peldaños y tomé un vaso de agua. Escuché como él abría el grifo del baño, lo que significaba que se estaba duchando. Una vuelta en moto, con velocidad, por Roma. Cenar, pasta, por supuesto, mientras tomamos algo. Un Martini, por ejemplo. A mí los Martinis me ponen tonta, y a él le gusta tomar Bacardi. Y los Bacardi a él... No es mal plan un par de mordiscos. Me mordí el labio inferior y dejé el vaso en el fregadero. -¡___! –gritó. Rápidamente subí las escaleras, su móvil estaba sonando impaciente. Pero... -¿Dónde cojones está? –grité con impaciencia. -¡En mis vaqueros! Bingo. -¿Sí? -¿___? –murmuró una voz con dulzura. -¡Pattie! ¿Cómo va todo por ahí? –pregunté sonriente. Con un pequeño saltito me senté en el escritorio. –Justin me contó que ayer fue el primer día de cole de Jaxon en la nueva escuela. Una risa a penas inaudible se escuchó al otro lado del teléfono. Extrañaba a aquella mujer. -¡Genial! Dos horas después de dejarle allí me llamó su profesora para decirme que Jaxon le había lanzado unos cochecitos en la cabeza a uno de sus compañeros y tenía que ir a buscarle. -¿En serio? –carcajeé. –Se parece tanto a... -me interrumpió. -Demasiado. –carcajeó ésta vez ella. –Se parece mucho a su hermano. -Hablando del rey de Roma... Una pícara sonrisa se dibujó en mis labios cuando salió del baño, con una toalla blanca de algodón en su cintura. Las pequeñas gotitas de agua aún se deslizaban desde su cabeza, pasando por su abdomen hasta perderse en la toalla. Todo eso después de navegar por sus oblicuos. Justin había estado yendo al gimnasio los últimos meses y el trabajo... Se notaba y bastante. Meneé la cabeza de un lado a otro olvidando la última noche, intentando apartar la dichosa escena de mi mente, sin éxito aparente. Había sido delatada por una de sus perfectas sonrisas de tío duro que me regalaba cuando estábamos en la jodida universidad. Y entendí entonces que había leído mis pensamientos con tan solo una mirada. -Sí, Pattie, perdona. –reí entre dientes observándole mientras se ponía unos boxers. -¿Está Justin por ahí? –preguntó divertida. Se giró y comenzó hacer una serie de gestos irracionales con las manos, señal de que no quería ponerse al teléfono. –Sí, si está aquí, acaba de salir de la ducha. –me mordí el labio inferior conteniendo la risa y él enarcó una ceja. –Claro, un segundo. De un salto bajé del escritorio y le lancé el teléfono. Fui devorada por una mirada de esas de, "verás ahora cuando te pille". Le guiñé un ojo y di media vuelta junto a mi ego que bailaba un break dance, dirigiéndome al balcón. Roma es de ensueño, iluminada por la noche desde nuestra habitación. Estoy enamorada de éste lugar, nunca pensé terminar aquí. Y mucho menos con él. Quién iba a decirlo... Sabes, no sé, a veces la vida es muy hija de puta, ya lo sabes. Pero hay veces que puedes cambiar el rumbo de tu vida. Una casualidad, una oportunidad o incluso una segunda oportunidad. Ya sabes que yo no creo en las casualidades, pero sí creo en la gente que aparece de repente en tu vida cambiándolo todo. Él lo hizo conmigo, tú puedes hacerlo también. No cambiaría mi vida por nada del mundo, incluso volvería a repetir todo lo que me ha pasado. Comienzas a valorar mucho más las cosas, incluso, aprendes a ver el mundo de una forma diferente. Por ejemplo, me he enganchado a verle en nuestro balcón, sin camiseta y oliendo a Malboro y pasión. Y tú sabes que yo odio el cigarro. Me he acostumbrado a sus coreografías y tarareos improvisados que hacen retumbar en esta jodida ciudad mi catálogo completo de carcajadas. De sus mohínes, derrumbes y asaltos. De esa forma de rasgarme la voz, de clavarse en mis costillas, de arrodillarse a mis pies y hacerme suplicar treguas de cinco minutos para volver a la carga, en la cama, con él, preparando otra guerra... -Muy mal. –murmuró de repente contra mi oído. Me estremezco ante el susto y no puedo desviar el escalofrío a ningún otro lugar. Sus manos se clavan cálidas en mi cintura. –Muy mal eso de no hacerme caso, gatita. -¿Y cuándo yo te he hecho caso? –susurré divertida pero sin soltar una sonrisa. Eso de hacerme la dura se me da bastante bien. Ronroneó en mi oído y dejó en mi cuello un beso perdido con un rastro dulce. -Siempre. -Siempre es demasiado. –te contesto. -No si es contigo. -¿Y eso qué tiene que ver? –reí ante el comentario. Él soltó una pequeña risa en la curva de mi cuello, luego se quedó callado. Escondió mi melena en mi hombro derecho y empezó a regalarme pequeños besitos en el hombro izquierdo mientras mirábamos el horizonte. Me giré hacia él y enredé mis manos en su cuello. Se había afeitado. Lo examiné a conciencia. Tenía los ojos mieles inyectados a fuego, y resultaban impresionantes. Además ahora se le notaba más el pequeño lunar que escondía en su mejilla, junto a su cicatriz. Finalmente clavé la vista en sus labios, observando la forma y grosor del labio inferior antes de darme cuenta de que ya estaba sonriendo de aquella forma, otra vez. -Hueles a vainilla. Y aquella frase una vez más. Se mordió el labio inferior con fuerza, porque oh, no, no puedes evitarlo. Sus ojos me devuelven una mirada lasciva y le sonrío torcidamente, arrogante, sé que eso le enfurece y me gusta cuando se enfada de esa forma. -Bésame. –musitó. Dos segundos después me encontraba mordisqueándole el labio inferior. En pocos segundos, se había subido la temperatura y mi corazón se había disparado. Había obedecido, presionando mi boca contra la suya, saboreándolo todo el tiempo que él me lo permitiese. Volviéndome entre sus brazos me pegó a su cuerpo, apoyando sus manos en mis caderas. Respondí levantando las manos y enterrando los dedos en su pelo. Siempre es la misma rutina, tú y yo peleando por el control, el bendito control. Porque nos gusta desafiar al otro. -Ves. –rió contra mis labios. Tardé en entender lo que quería decirme, pero de repente me veo besándolo después de un "bésame" antes de un "¿y cuándo yo te hago caso?" justo después de un "siempre". -Gilipollas. Y no tuve tiempo para protestar más, hablar o decir, no sé, cualquier cosa, alguna gilipollez. Sus labios cayeron sobre los míos, apoderándose del control, moviéndose sobre ellos y obligándome a seguirle el ritmo y abrir la boca para él. Duro, fuerte, con sabor a menta. Maldita sea, me encantaba de una forma casi descomunal. Su risa se coló por mi columna vertebral, casi al mismo tiempo que su mano subía por mi espalda trayéndose con sí su blusa de dormir. Que ahora la llevaba puesta yo. Porque me encantaba. Porque era mi favorita. Porque olía a él. Con un giro rápido me apoyó suavemente contra la pared del balcón, pegándose a mí. Las manos de Justin descendieron, dudaron, descendieron, subieron, río contra mi boca dos veces, tres y me mordió en el cuello. Bajó sus manos hasta que me rodeó las nalgas, apretó vacilante y sonrió contra mi boca cuando solté una risa en forma de suspiro contra sus labios. -Me encanta, lo sabes. –musitó después de abandonar mis labios para coger aire. -¿El qué? ¿Mi cul...? –me interrumpió. -Creo que voy a tener que crear una palabra nueva con la que lo describa. Esa suena muy... grotesca. –refunfuñó con picardía. Me eché a reír ante su estupidez. Bajó "mí" camiseta, me escondió un mechón de pelo detrás la oreja y con el dedo pulgar me acarició la mejilla con admiración. Me puse de puntillas y le regalé un corto besito en los labios seguido de un... -Creo que me encantaría ir mañana a ese viaje en moto por la noche. Va a ser muy interesante. Y con un guiño y una mueca pícara regresé a nuestra habitación.

Desafío al corazón .{Justin y ___}.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora