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Sergio


Había pasado un buen tiempo deprimido por mis circunstancias, lo que me hacía sentir aún peor porque ¿quién era yo para sentirme mal viviendo una vida tan privilegiada? Investigué campos profesionales para mi especialidad. Nada me atraía. Me llamé a mí mismo mocoso e idiota por ser tan exigente, pero eso no ayudó en absoluto a mi estado emocional mientras veía cómo mi alocado estilo de vida se desvanecía, dejándome sólo con mi desesperada necesidad de hacer examen de conciencia personal. Mi autoestima disminuía, pero no hablaba de ello, ni siquiera con Seb. Yo era un desastre, pero para el mundo en general nada había cambiado.

Seguía enfadado con mis padres. No me había puesto en contacto con ninguno de los dos desde aquel día, semanas atrás, en que me habían dado su ultimátum. Sabía que era un imbécil inmaduro, pero no podía controlar mi estado de ánimo. Ignoré sus correos electrónicos y mensajes de texto, una mancha negra más contra mí.

Si, por casualidad, Perfect Match encontraba a alguien para mí, yo ya no sería la persona que había enviado el perfil. Tal y como me sentía, ahora mismo no era lo bastante bueno para ser la pareja de nadie, por perfecto que fuera.

Mi teléfono sonó con un correo electrónico entrante. En ese momento estaba en el auto de Sebastián.

Seb estaba conduciendo, me había rogado que lo acompañara a la inauguración de un nuevo club. Le había dicho varias veces que, a finales de año, dentro de nueve meses, estaría al límite de mis gastos. Aun así, él quería ir de compras, salir a comer, bailar y ligar varias noches a la semana. La mitad de las veces le decía que sí para que se callara y para mantenerme ocupado. No quería hablar. No quería pensar.

Sentía que mi vida mimada se estaba desmoronando, llevándose todo lo que llevaba dentro. Tal vez era algo bueno. Tal vez era el momento. Pero seguía enfadado. Seguía siendo como un niño pequeño pateando el bordillo de la acera porque no se salía con la suya.

Seb escucho el pitido.

—¿Qué es eso? —preguntó.

Me encogí de hombros y miré hacia abajo. Desde la última vez que había mirado, habían llegado cinco correos.

—Probablemente spam. O mis padres.

—¿Sigues sin hablar con ellos? —preguntó.

Me encogí de hombros. Era mi mejor amigo, pero era tan superficial como yo. Me apoyaba en lo que sabía, pero más allá de eso él no podía arreglar esto. Ni a mí. En ese momento, estuve a punto de decirle que se diera la vuelta y me llevara a casa.

—¿No vas a comprobarlo? —preguntó.

—¿Por qué molestarse?

Seb suspiró con fuerza.

—¿Qué voy a hacer contigo?

—Nada. Sigue conduciendo.

En eso, cambió de carril y se detuvo en la entrada de un restaurante de comida rápida.

—¿Qué estás haciendo?

—Necesitas comida basura. Patatas fritas con chili y un batido. Y luego vas a derramar todo.

—¿Derramar?

—Me vas a decir qué te pasa porque, amigo, estás alterando mi calma.

—Ya sabes lo que pasa —empecé a protestar, pero en ese momento él ya estaba pidiendo hamburguesas dobles con queso y tocino y lo demás.

—¿No quieres ir al club la noche de apertura? Era de lo único que podías hablar durante mucho tiempo —Hice un puchero.

—No con el humor que tienes.

Luscious match [Chewis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora