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*Punto de vista de Pavel*

El primer rayo de luz que se coló por las cortinas lo despertó bruscamente. Al principio, no entendió por qué su cuerpo dolía de una forma extraña. Pero en cuanto su mente empezó a aclararse, los recuerdos de la noche anterior lo golpearon con fuerza. Se incorporó de golpe en la cama, su respiración agitada, y sintió una mezcla de rabia y desconcierto apoderarse de él.

Estaba solo.

El bastardo se había ido sin decir nada, sin siquiera molestarse en despertarlo.Pero...espera lo había limpiado.Miró a su alrededor, buscando alguna señal de su presencia, pero todo lo que encontró fue el eco vacío de su furia.

¿Cómo diablos había terminado en esa situación? Él nunca había sido el que cedía, nunca. Y ahora, después de tanta pelea, de tanta resistencia, había terminado siendo el débil, algo que jamás había planeado y que lo dejaba con un sabor amargo en la boca.

Se llevó una mano al cabello, tirando de él, frustrado. Había pensado en muchas cosas esa noche, pero esto, esto no era lo que había imaginado. Ni de cerca. No había sido él quien había tomado el control, y eso lo hacía sentir traicionado. No por la otra persona, sino por sí mismo.

—Maldito imbécil —murmuró entre dientes, el enojo burbujeando en su interior—. ¿Quién se cree que es?

Sentía como si le hubieran arrebatado algo, como si, de alguna manera, haber cedido en esa batalla hubiese cambiado todo. Y lo que más lo irritaba era que el otro simplemente se había ido, como si nada hubiera pasado, sin siquiera dignarse a darle una explicación, disculparse o por lo menos agradecerle. El maldito se había llevado su virginidad, una que nunca pensó perder.

No era que le importara emocionalmente. De hecho, no sentía absolutamente nada por él. Pero la idea de haber sido abandonado de esa forma, después de todo, tal como el hacia con todos sus "polvos pos-rodaje", le revolvía el estómago. Lo hacía sentir… impotente.

Se levantó de la cama lentamente, sintiendo un dolor punzante en su trasero que lo hizo soltar un quejido entre dientes.

“Mierda… me duele como el infierno,” pensó, mientras se estiraba con cuidado, intentando no hacer movimientos bruscos. Cada paso que daba lo recordaba claramente, como si el dolor lo siguiera a cada segundo, y no podía evitar fruncir el ceño cada vez que se movía. Caminó hacia el baño, arrastrando los pies, maldiciendo por lo bajo.

Al entrar, abrió la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo, esperando que el alivio físico también lo ayudara a despejar la mente.

Después de unos minutos bajo el agua, salió de la ducha y se secó, gruñendo por el leve escozor. Se puso algo cómodo, cogió su teléfono y, sin pensarlo demasiado, pidió comida a domicilio. No tenía trabajo ese día, y definitivamente no tenía ánimos para hacer nada más que intentar olvidarse de todo lo que había pasado.

Pero mientras revisaba su teléfono, vio una larga lista de llamadas perdidas. Todas de Dome. Su estómago se contrajo de inmediato. No solo había ignorado todas esas llamadas, sino que también se había olvidado completamente de él.

El último mensaje de Dome era aún peor:

"¿De verdad? Me dejas plantado y ni siquiera tienes la decencia de contestar. Estoy furioso, Pavel. Llámame."

—Joder… —murmuró Pavel, viendo cómo su día empeoraba minuto a minuto. Sin pensarlo más, presionó el botón para llamar de vuelta. Sabía que no sería fácil, pero tenía que arreglarlo.

El teléfono apenas sonó una vez antes de que Dome respondiera con furia.

–¡¿Pavel?! ¡¿En serio?! –gritó Dome al otro lado del teléfono–. ¿Tienes idea de cuántas veces te llamé anoche? ¿Sabes lo ridículo que fue quedarme ahí esperando?

Entre la Luz y la CorazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora