Furia

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Al amanecer del día siguiente, el sol apenas despuntaba cuando Lucius Malfoy llegó a Hogwarts con una ira contenida que parecía alimentarse con cada paso que daba hacia la oficina de Dumbledore. Su presencia era imponente, su capa ondeaba con furia a su alrededor mientras cruzaba los pasillos con paso firme. Los estudiantes que estaban despertando en ese momento lo miraban con asombro y temor; pocos habían visto a un Malfoy tan enfurecido.

Al llegar a la puerta de la oficina del director, Lucius fue recibido por el propio Albus Dumbledore, quien parecía haber anticipado su llegada.

—Dumbledore —soltó Lucius con frialdad—. Espero que tengas una buena explicación para lo que ocurrió anoche.

Dumbledore, con su serenidad característica, lo invitó a sentarse, pero Lucius permaneció de pie. No iba a dejarse apaciguar por palabras suaves.

—No hay excusa alguna para lo que ha pasado —prosiguió Lucius—. ¡Mi hijo, el heredero de la familia Malfoy, atacado y dejado inconsciente en el suelo, cerca del bosque prohibido! Esto es inadmisible. Si Hogwarts no puede garantizar la seguridad de sus estudiantes, especialmente de aquellos de familias respetables y de sangre pura, me veré obligado a tomar medidas.

Dumbledore lo escuchaba con calma, sus dedos entrelazados sobre la mesa. Aunque Lucius no había bajado el tono ni por un segundo, el director permanecía imperturbable.

—Entiendo tu preocupación, Lucius —respondió Dumbledore—. Pero te aseguro que estamos tomando las medidas necesarias para investigar lo sucedido y garantizar que algo así no vuelva a ocurrir.

—¡Debería haberse evitado desde el principio! —exclamó Lucius, acercándose al escritorio con la mirada encendida—. La seguridad de esta escuela es deplorable. ¡No puedo concebir que mi hijo haya sido atacado por... escoria!

Dumbledore suspiró, sabiendo que ninguna palabra que dijera calmaría a Lucius en ese estado. Pero no le quedaba otra opción que seguir mostrándose firme y dispuesto a cooperar.

—Haré todo lo posible para asegurarme de que Draco esté a salvo, Lucius —dijo con suavidad—. Y que los responsables enfrenten las consecuencias.

Lucius observó a Dumbledore por un momento, sus ojos grises brillaban de indignación. No confiaba en él del todo, pero sabía que este asunto requería una precisión y delicadeza que, por ahora, debía dejar en manos del director.

—Más te vale, Dumbledore —respondió finalmente, dando la vuelta con un giro de su capa—. Mi paciencia tiene un límite.

Sin más, Lucius salió de la oficina, su furia aún burbujeando, pero controlada por el momento. Su próximo destino era la enfermería. Necesitaba ver a Draco con sus propios ojos, asegurarse de que estaba a salvo.

Al llegar a la puerta de la enfermería, la abrió con determinación, pero lo que encontró lo hizo detenerse momentáneamente. Nadine De Valois-Montmorency estaba sentada junto a la cama de Draco, quien dormía profundamente. Los vendajes aún cubrían sus heridas, y su respiración era tranquila, pero la imagen de su hijo vulnerable le golpeó el corazón de una manera que no esperaba.

Nadine, que había estado observando a Draco en silencio, alzó la vista al escuchar la puerta abrirse. Se levantó de inmediato al ver al patriarca Malfoy entrar, e inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto.

—Señor Malfoy —dijo Nadine, su tono suave pero firme.

Lucius la observó detenidamente, su expresión aún dura, pero había algo en la postura de la joven que lo hizo suavizarse ligeramente. Apreciaba la compostura y el control que Nadine mostraba, incluso en una situación tan tensa.

Atrapado en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora