La vida de Nadine había sido cruel desde que tenía memoria. A los cuatro años, su mundo se reducía al miedo constante de cometer el más mínimo error. Su madre, Camille, se aseguraba de que cada pequeño fallo fuera castigado con dolor. El primer recuerdo claro que Nadine tenía de esos castigos era el sonido de una vara delgada, golpeando su piel con la precisión de un verdugo. Ese día, Camille la había obligado a sentarse frente a un espejo durante horas, practicando su postura. Sus piernas temblaban, y cuando por fin su espalda se encorvó levemente, su madre se acercó silenciosa. No necesitaba levantar la voz. Su mirada fría y susurrante eran más que suficientes para paralizar a la pequeña Nadine.
-Levántate -dijo Camille con una voz que cortaba como cuchillos.
Nadine intentó enderezarse de inmediato, pero fue demasiado tarde. Sintió el primer golpe de la vara, un dolor punzante que se extendió por todo su cuerpo. No lloró. Sabía que si lo hacía, los golpes serían peores. El dolor la hacía temblar, pero el terror a decepcionar a su madre era aún más grande. Todo lo que hacía debía ser perfecto: cómo caminaba, cómo se sentaba, cómo sostenía los cubiertos, cómo sonreía. Pero Camille siempre encontraba fallos.
Nadine, con apenas cinco años, ya había aprendido a aguantar en silencio el dolor, a no mostrar ni una pizca de debilidad. Pero por dentro, algo en ella se rompía un poco más con cada golpe. Solo quería ser amada. Solo quería que su madre la abrazara, que le dijera que estaba orgullosa de ella, pero esas palabras nunca llegaron. En cambio, lo único que recibía era el desprecio por no ser lo suficientemente perfecta.
A los cinco años y medio, Nadine ya sabía que la perfección no era una meta, sino una condena. Había aprendido a moverse con gracia, a no tropezar, a comportarse como la hija perfecta que Camille deseaba. Pero el precio era altísimo. Aun así, por más que se esforzaba, las expectativas nunca bajaban. Un día, durante la hora del té, un pequeño accidente cambió su vida para siempre. Nadine, intentando imitar a su madre, cometió un "error", dejó caer su taza sobre sus piernas. El líquido caliente se derramó, y en su intento por limpiarse, también tiró el plato con el pastel. Su corazón se detuvo en ese instante. Sabía lo que venía. Levantó la mirada, temblando, y vio a su madre a punto de abrir la boca para reprenderla, pero no fue Camille quien habló.
Philippe, su padre, un hombre cuya mirada fría siempre la había aterrorizado, levantó los ojos de su libro y la fulminó con una mirada que le heló la sangre.
-Eres una vergüenza para esta familia -dijo con un tono tan cortante que hizo que Nadine se encogiera-. No eres digna de ser nuestra heredera. Pero eso cambiará hoy.
Sin decir más, se levantó y caminó hacia la puerta. Nadine sabía lo que venía, lo sentía en lo más profundo de su ser. Aún así, cuando su padre le ordenó seguirlo, no tuvo el valor de desobedecer. Lo siguió temblando, con el miedo clavado en su estómago como una piedra. Sabía a dónde iban, conocía el destino al que estaba condenada. Había visto esas puertas antes. La sala de adiestramiento.
Cuando Philippe abrió la puerta y le indicó que entrara, Nadine se quedó paralizada. El miedo le impedía moverse, y por un instante, deseó desaparecer, que la tierra la tragara. Pero su padre no tenía paciencia. La tomó del brazo con fuerza y la arrastró al interior de la habitación.
-Debes aprender, Nadine -comenzó a decir su padre mientras cerraba la puerta tras de sí-. El dolor es la única manera de volverte fuerte, de volverte digna de los De Valois-Montmorency. Si no puedes ser perfecta por las buenas, lo serás por las malas.
Nadine no podía respirar. Quería gritar, quería salir corriendo, pero sabía que no tenía escapatoria. Entonces, vio cómo su padre sacaba su varita, y antes de que pudiera procesarlo, lo escuchó decir:
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Atrapado en la Oscuridad
Fanfiction"En el eco del silencio, se escribe el fin de un alma rota." Los personajes y el universo de Harry Potter no me pertenecen, son propiedad de J.K Rowling.