Recuerdos

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Draco se encontraba tumbado en su cama, en el corazón de su fría y silenciosa habitación. El castillo dormía, pero él no podía hacerlo. Los sueños oscuros volvían una y otra vez, sin descanso, como una maldición que se repetía en su mente cada noche.

Se dio la vuelta, tratando en vano de calmarse. "Otra vez esos recuerdos", pensó mientras apretaba los ojos con fuerza, como si con ello pudiera borrar las imágenes que lo atormentaban. Hacía apenas unos días que lo habían atacado en las cercanías del Bosque Prohibido. Seis de ellos, con sonrisas crueles. Recordaba el sonido de los golpes, el eco de las risas que retumbaban en sus oídos y, sobre todo, el dolor. Un dolor físico que lo paralizaba, pero también uno más profundo, el de la humillación, de la impotencia.

—¡Maldito seas! —había gritado uno de ellos mientras lo empujaba al suelo—. ¿Te crees mejor que nosotros por tu sangre, Malfoy? ¿Dónde está tu pureza ahora?

Draco cerró los puños, el eco de esas palabras aún resonaba en su cabeza. Había tratado de defenderse, de contraatacar, pero había sido inútil. Seis contra uno. Recordaba cada segundo de aquella pesadilla despierto: el frío que le calaba hasta los huesos, las carcajadas que parecían nunca terminar.

Pero no era solo el ataque lo que le mantenía despierto. Había algo más, algo más profundo que lo seguía atormentando desde hacía años. Los recuerdos de su tía Bellatrix, una mujer que había sido tanto una figura materna como un enigma para él. Una mujer que, a pesar de su locura y violencia, era la única que le había mostrado algo parecido al amor.

Bellatrix, con su risa perturbadora y mirada intensa, siempre había sido un torbellino de emociones para Draco. Recordaba sus abrazos, cálidos y extraños, sus palabras cariñosas que desentonaban con su naturaleza destructiva. A pesar de todo, ella le había dado algo que nadie más en su familia le ofrecía: afecto. Incluso en su locura, había momentos en los que él sentía que, de alguna manera retorcida, ella lo protegía.

"Recuerda esto", le había dicho Bellatrix una vez, antes de desaparecer durante años. Draco recordaba esa escena como si hubiera ocurrido ayer, tan clara en su mente. Su tía había levantado su varita y le había lanzado un hechizo, algo que en ese momento le pareció un simple capricho. "No me olvides, Draco", le había susurrado con una sonrisa torcida. "Nunca me olvides".

Y no lo había hecho. No podía. El hechizo que ella le lanzó no solo había hecho que recordara cada momento que había pasado con ella, cada palabra y cada caricia, sino que también amplificaba sus otros recuerdos. Los malos, sobre todo. Los momentos de dolor, de sufrimiento, se quedaban grabados en su mente como cicatrices invisibles. Las pocas alegrías que había vivido eran sombras comparadas con el peso de todo lo demás.

El rostro de Bellatrix apareció en su mente de nuevo, entremezclado con el de sus atacantes, con las risas crueles y el dolor que aún sentía en el cuerpo.

—No puedo más —susurró al techo de su habitación, sintiendo cómo el peso de todos esos recuerdos lo aplastaba. Se llevó una mano a la frente, intentando ahuyentar las imágenes que lo atormentaban, pero sabía que no funcionaría. No podía escapar de ellas, no mientras el hechizo de Bellatrix siguiera activo.

"Todo por no olvidarla", pensó con amargura. Una parte de él seguía queriendo a su tía, a pesar de todo. Era la única que alguna vez había mostrado preocupación por él, aunque fuera de una manera tan distorsionada. Pero ahora pagaba el precio. No solo recordaba sus abrazos y sus palabras cálidas; también revivía cada golpe, cada humillación, cada momento de dolor con una claridad insoportable.

Se sentó en la cama, mirando fijamente a la oscuridad.

—¿Cuánto tiempo más? —se preguntó en voz baja, sin esperar respuesta alguna. Sabía que nadie lo escuchaba. Nadie entendía.

Y mientras Hogwarts dormía, Draco seguía atrapado en la red de sus recuerdos, luchando por encontrar la paz en una mente que ya no era completamente suya.

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El aula estaba llena, pero el ambiente se sentía más tenso que de costumbre. Los murmullos eran inusualmente altos, algo que los profesores normalmente no permitían, pero esa tarde la situación parecía escaparse de su control. Todos hablaban en susurros, con miradas nerviosas, y el tema de conversación era el mismo: los seis estudiantes desaparecidos.

Draco estaba sentado junto a sus amigos, pero apenas escuchaba. Sus pensamientos estaban muy lejos "Están por ahí en algún lugar", pensaba mientras un escalofrío recorría su espalda. Los seis estudiantes que lo habían atacado no habían sido vistos desde ese día, y aunque él debería sentirse aliviado de no tener que enfrentarlos, la sensación era justo la opuesta. No podía dejar de pensar que, donde sea que estuvieran, estarían planeando terminar lo que empezaron.

No podía evitarlo: el miedo estaba allí, persistente. Los golpes, las risas crueles, la humillación... todo volvía a su mente cada vez que el nombre de alguno de ellos se mencionaba.

—¿Escuchaste? —murmuró Blaise, inclinándose hacia Draco—. Dicen que es demasiada coincidencia que hayan desaparecido justo después de lo que te hicieron.

Draco asintió, aunque no quería hablar de ello. Era una coincidencia, pero no podía deshacerse de la sensación de que, de alguna manera, él era el centro de todo. No porque hubiera hecho algo, sino porque todos asumían que un Malfoy siempre tenía algo que ver.

A su alrededor, los murmullos de los otros estudiantes no cesaban. Algunas voces, aunque bajas, eran claramente audibles.

—Seguro que su padre hizo algo —comentó un Gryffindor al otro lado del aula, su tono lleno de desprecio—. Los desapareció para encubrir a Draco. O peor, tal vez él mismo los atacó y no lo está diciendo.

—Quizá solo se estaban defendiendo de él —añadió un Ravenclaw, con los ojos entrecerrados, dirigiendo una mirada acusadora hacia Draco—. Ya sabes cómo son los Malfoy.

Draco sintió un nudo en el estómago. Sabía que no era cierto, pero escuchar esas acusaciones le dolía más de lo que quería admitir. Lo peor de todo era la mirada de desconfianza que muchos le lanzaban. Solo por ser un Malfoy, todos asumían que era el culpable.

Nadine, quien estaba sentada a su lado, se tensó al escuchar esos comentarios. Hasta ese momento, había estado tranquila, como siempre, pero de repente, algo en su expresión cambió. Draco la vio levantarse de su asiento y caminar hacia los estudiantes que habían estado murmurando. Su rostro, que normalmente irradiaba calma, se tornó en una máscara helada, llena de una intensidad que incluso a él le hizo sentir un ligero escalofrío.

—¿Ustedes qué saben? —les dijo, su voz firme, aunque no alzó el tono—. ¿Estuvieron allí para verlo? —Los Gryffindor y Ravenclaw intercambiaron miradas incómodas, pero no respondieron. Nadine, con una mirada aún más escalofriante, añadió—: No hablen solo por hablar. Si no tienen pruebas, mejor cierren la boca.

El aula entera pareció contener la respiración por un segundo. Nadine no levantó la voz, no lo necesitaba. Su mirada bastaba para hacer temblar a cualquiera. Los estudiantes desviaron la mirada, evitando cualquier contacto visual con ella, y ninguno de ellos se atrevió a responder.

Satisfecha, Nadine se dio la vuelta con la misma calma con la que había ido, y regresó a su lugar junto a Draco y los demás. A su regreso, la tensión en el aire se disipó levemente, aunque Draco sabía que los rumores no se detendrían tan fácilmente. Sin embargo, un pequeño alivio se instaló en su pecho al saber que su amiga, estaba dispuesta a defenderlo cuando lo necesitaba.

—Gracias —murmuró en voz baja, sin mirarla.

Nadine solo inclinó la cabeza levemente, como si no fuera gran cosa, y volvió a centrar su atención en la clase.

Pero Draco sabía que ella entendía. Todos los ojos estaban sobre él, y no por las razones correctas. Y aunque él sabía que no había hecho nada malo, no podía escapar de la realidad de su apellido. Para muchos, ser un Malfoy significaba ser culpable sin necesidad de un juicio.

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Atrapado en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora