El Eco de la Venganza

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A la mañana siguiente, lo primero que hizo Nadine fue dirigirse a la enfermería para ver a Draco. Entró en silencio y lo encontró dormido, su respiración era irregular. Ella se sentó a su lado, dispuesta a esperar hasta que despertara, sin embargo, de repente, Draco comenzó a gritar desgarradoramente. Su voz, llena de terror, rompió el silencio de la habitación.

—¡Por favor, no! ¡Déjenme! —suplicaba entre sollozos, su cuerpo convulsionando en la lucha contra las sombras que lo acechaban. Nadine sintió como si una lanza de hielo atravesara su corazón al escuchar la desesperación de su amigo. La imagen de un Draco aterrorizado, cubierto de sudor y con el rostro pálido, se le quedó grabada en la mente.

—Draco, despierta, por favor —le susurró, tratando de atravesar la neblina de su pesadilla. Con un movimiento suave, lo sacudió ligeramente. Cuando finalmente sus ojos se abrieron, el miedo aún brillaba en su mirada, y se incorporó de un salto, como si los fantasmas de sus pesadillas lo persiguieran.

Nadine se apresuró a tomar su mano, la suya temblando al contacto, mientras trataba de calmarlo.

—Estoy aquí, Draco. No te pasará nada —le dijo con ternura, mirando cómo su amigo temblaba, sus lágrimas deslizándose por sus mejillas. Era un dolor desgarrador ver a Draco así, un niño al que le había costado aprendido a ser fuerte y decidido, ahora desmoronado ante el miedo, sin duda era una imagen que destrozaría a cualquiera que realmente lo conociera.

Draco se aferró a su mano con fuerza, los ojos llenos de lágrimas que parecían contar historias de sufrimiento.

—No me abandones, por favor... —imploró, su voz un susurro entrecortado por el llanto—. No quiero estar solo.

El corazón de Nadine se rompió al escuchar su súplica. Sin dudarlo, se inclinó hacia él, abrazándolo con la ternura de una madre que anhela unir los pedazos rotos de su hijo. Su abrazo era un refugio, un escudo contra el dolor que lo había atormentado.

—Nunca te dejaré solo, Draco —le prometió, su voz suave como el terciopelo. Las palabras fluyeron de su corazón—. Eres muy importante para mí, y te juro que no permitiré que te hagan daño otra vez.

Mientras él se acurrucaba más cerca, ella acariciaba su cabello, intentando calmarlo. Sus manos se movían con delicadeza, como si temiera romperlo aún más. Nadine no soportaba ver a su amigo en ese estado, devastado y temeroso. Era como si el terror hubiera dejado huellas imborrables en su ser.

Mientras susurraba palabras de aliento, su mente maquinaba en silencio sobre los castigos que infligiría a aquellos seis miserables. No merecían piedad, y ella haría lo que fuera necesario para que Draco estuviera bien.

El llanto de Draco fue decreciendo, sus súplicas se convirtieron en murmullos mientras su cuerpo finalmente se relajaba. Nadine lo sostuvo entre sus brazos, y poco a poco, el agotamiento lo venció, llevándolo a  un sueño profundo y reparador. Se quedó con él, escuchando su respiración irregular, sintiendo su corazón latir al compás del dolor que ella deseaba borrar de su vida.

Finalmente, Draco cayó en un sueño profundo, sus lágrimas secas en su rostro. Nadine permaneció a su lado, dispuesta a enfrentar cualquier tormenta, lista para protegerlo de todos los males que se cernían sobre él. Ella se quedó en silencio, observándolo, mientras su resolución se hacía más fuerte. Lo que les haría sería solo el comienzo.

Las clases ya no importaban en este momento, eran irrelevantes. Lo único que ocupaba su mente era el estado de su amigo, su protección, su paz. El día avanzaba y ella no se movía de su lado, ni siquiera cuando las campanas anunciaron el fin de las lecciones.

Al caer la tarde, el resto del grupo llegó y entraron en silencio, con el peso de la preocupación en sus rostros. Ella se levantó de la silla en la que había estado sentada junto a la cama de Draco y se acercó a ellos.

Atrapado en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora