3-Hambre y miedo

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El silencio del bosque ya no era reconfortante. A pesar de que la criatura que lo había perseguido parecía haberse ido, Angel no podía escapar de otra sensación que comenzaba a crecer en su interior: hambre. Una necesidad básica, pero una que se sentía casi monstruosa en este nuevo cuerpo. Apretó el estómago con sus pequeñas manos, tratando de ignorarla, pero el vacío en su interior solo crecía.

"¿Qué se supone que debo comer?" pensó, el pánico comenzando a filtrarse en su mente. Pokémon como él... ¿comían carne? No quería ni pensarlo. La idea de cazar o devorar algún ser vivo lo aterrorizaba. ¿Y si eso era lo que necesitaba para sobrevivir? Su cuerpo no le daba ninguna pista. Era Charcadet, un ser hecho de fuego y energía espectral, pero la sensación en su estómago era demasiado humana como para ignorarla.

Decidido a encontrar una solución, Angel se obligó a salir de su escondite en la madriguera. El aire del bosque seguía frío, pero al menos, por ahora, el peligro parecía haberse disipado. Caminó lentamente entre los árboles, cuidando no hacer demasiado ruido. Sus ojos recorrieron el suelo y las ramas en busca de algo familiar.

"Bayas..." pensó. "En los juegos siempre hay bayas."

Esa idea le dio algo de esperanza. Recordaba cómo las bayas curaban estados, cómo ayudaban a los Pokémon heridos o los fortalecían en las batallas. Si ese mundo seguía alguna lógica, las bayas debían existir aquí. Tenían que hacerlo.

Durante horas, caminó entre la maleza, sus pequeños pies tropezando de vez en cuando con raíces sobresalientes y ramas caídas. Levantó piedras, removió hojas y arbustos, esperando encontrar alguna señal de las bayas que tanto ansiaba. Pero el bosque no se lo ponía fácil. No había colores vibrantes que indicaran que las bayas estuvieran cerca. Solo sombras, árboles oscuros y un aire denso que lo hacía sentir cada vez más perdido.

El hambre no se iba. Al contrario, se hacía más fuerte, y el miedo a lo que podría necesitar comer crecía con cada paso. "¿Y si no encuentro nada?", pensó, la desesperación asomando de nuevo.

Caminó más, casi sin rumbo, escuchando solo el crujir de las hojas bajo sus pies. Sin embargo, tras horas de búsqueda, el resultado era el mismo: nada. Ninguna señal de alimento. Las bayas que tanto esperaba encontrar no estaban, o simplemente no existían de la manera en que las imaginaba. Este no era el mundo que él conocía de los juegos.

El estómago le rugía con fuerza, y el cansancio comenzaba a afectarlo. Se detuvo junto a un tronco caído, apoyándose para descansar unos momentos. Miró a su alrededor, sintiendo cómo el peso de la realidad caía sobre sus hombros. No sabía qué hacer. El hambre lo estaba consumiendo, y no tenía una respuesta clara.

"¿Cómo voy a sobrevivir aquí...?"

Después de lo que parecieron horas interminables de búsqueda en el denso y oscuro bosque, Angel finalmente encontró lo que tanto había esperado. Entre un grupo de arbustos cercanos, pequeños destellos de color sobresalían entre las sombras. Su corazón dio un vuelco al reconocerlas. Bayas.

Aceleró el paso, moviéndose con torpeza debido a su cuerpo aún adolorido. Al llegar frente al arbusto, vio claramente las pequeñas frutas colgando de las ramas, cada una con un color vibrante que contrastaba con el paisaje sombrío que lo rodeaba. El alivio fue instantáneo, y por un momento, todo el miedo y la confusión que había sentido desaparecieron. Solo había una cosa en su mente: hambre.

Angel arrancó una de las bayas con manos temblorosas. La miró fijamente por un momento, la piel suave de la fruta era perfecta, como si no perteneciera a ese mundo cruel. Sin embargo, dudó. "¿Cómo se supone que voy a comer esto?", pensó. Como Charcadet, no tenía una boca visible, y la idea de comer de manera instintiva lo asustaba.

"𝑀𝑎́𝑠 𝑎𝑙𝑙𝑎 𝑑𝑒́... 𝑢𝑛𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑘𝑒𝑚𝑜𝑛"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora