Capítulo 1: ¿Cuándo volveremos a jugar en el jardín?

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No sé cómo empezó. Quizás fue el frío invernal que me empujó a salir, tal vez fue el peso de los recuerdos que cargué demasiado tiempo. O quizá fue la falta de sentido en las noches largas, esas noches interminables que se convirtieron en una sucesión de insomnios, donde el tiempo dejó de significar algo. Lo único que recuerdo con nitidez es el sonido del motor arrancando, un ruido mecánico que latía al unísono que mi corazón, y el asfalto desplegándose ante mí, como un mar oscuro que no ofrecía un destino.

Llevo horas conduciendo. O tal vez días. El tiempo ha dejado de ser tangible. La niebla envuelve todo como si el mundo hubiera decidido desaparecer tras una cortina gris. Me siento igual que el paisaje: borroso, perdido en una inmensidad que no tiene nombre. No hay señales de vida, sé a donde me dirigo peron no mi destino. La carretera podría no terminar nunca, y yo seguiría avanzando hacia ese vacío. Lo que dejé atrás se siente como una sombra pesada que no puedo desprenderme, pero que hoy... por alguna razón, se niega a quedarse en el pasado.

La luz del amanecer apenas penetra a través de la niebla. Y entonces, lo veo: un letrero desgastado, corroído por el tiempo, de un pueblo que mi memoria reconoce. Mi pie se mueve por inercia hacia el freno, como si una fuerza invisible supiera que aquí debía detenerme. El coche se detiene, las ruedas chirriando sobre el pavimento húmedo, el sonido resonando en el aire frío y muerto.

El pueblo es una réplica perfecta de mí: atrapado en el tiempo, detenido en algún rincón olvidado. Las luces apenas emiten un parpadeo triste, sin fuerza, como si estuvieran a punto de rendirse. La niebla alimenatndose de las casas, todo está cubierto por ese manto fantasmagórico, como si la propia vida hubiera decidido abandonar este lugar mucho antes de mi llegada.

Bajo del coche, y el aire frío me corta como mil cuchillas diminutas. Cada paso hacia adelante es como entrar en un territorio prohibido, y sin embargo, algo dentro de mí sabe que siempre volvería aquí, aunque no quiera. La posada frente a mí está inclinada, cargada por los años que han pasado sin piedad. Abro la puerta, y el rechinido de las bisagras parece el único sonido que existe en el mundo. Un sonido hueco, vacío, como el vestigio de una existencia pasada.

El hombre detrás del mostrador ni siquiera me mira. No me saluda, no hay ningún tipo de reconocimiento en sus ojos vacíos. Me entrega una llave sin decir una palabra, y yo subo las escaleras, cada paso resonando como el latido de un corazón moribundo. Cuento los escalones, como si fueran los últimos que daré.

La habitación es pequeña, de esas que parecen haber sido olvidadas por el tiempo, envuelta en una penumbra densa que se aferra a cada rincón. Las paredes, apagadas y desnudas, parecen asfixiadas por el silencio, un silencio que pesa tanto que resulta ensordecedor. No hay más que lo mínimo: una cama sencilla, vieja, que cruje ante el más leve movimiento, una silla gastada que parece haber sido testigo de años de soledad, y junto a ella, una ventana cubierta por una cortina polvorienta, incapaz de dejar pasar la luz que la niebla externa ya ha decidido ocultar.

Todo parece tan vacío, tan carente de vida, que resulta casi natural, hasta que mis ojos se detienen en algo que no debería estar allí, algo que rompe la armonía estéril de la escena: una mesa pequeña, con un sobre blanco descansando en su superficie. Un sobre blanco.

Mi respiración se detiene por un momento, como si el aire se hubiera congelado en mi pecho. No puede ser real. Ese sobre... ¿cómo ha llegado hasta aquí? No recuerdo haberlo traído, y sin embargo, allí está, tan fuera de lugar como un grito en medio del silencio. Me acerco despacio, casi temiendo que si me muevo demasiado rápido desaparezca, o peor, que se revele algo que no estoy preparado para enfrentar. Mi mente no puede encontrar una explicación lógica. Todo dentro de mí grita que no debería estar aquí. No tiene sentido. Es un objeto fuera de contexto, un rompecabezas sin solución.

Amor de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora