Capítulo 9: Búscame en la niebla.

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La noche se extiende como un lienzo oscuro, y en su vasta soledad, me encuentro atrapado. Son las tres de la mañana, y el silencio pesa en el aire, cargado de un vacío que se adhiere a mi piel. La luna, oculta tras un manto de nubes grises, apenas ilumina la habitación que ahora parece un ataúd, ahogando mis gritos en la penumbra. Todo es soledad.

He intentado dormir, pero el insomnio se ha convertido en un viejo amigo, un compañero que no se marcha. Me giro en la cama, incapaz de encontrar la paz en la oscuridad, y es entonces cuando mis ojos se posan sobre la carta. La carta que, desde el primer día, ha sido un faro en esta tormenta interminable. "Cuando estés triste, papá, búscame en la niebla. Estoy aquí, contigo." Esas palabras son una brújula en mi desolación, un eco de su inocencia que resuena en mi corazón roto.

La niebla se ha convertido en un personaje constante en mi vida, envolviéndome con su abrazo gélido. El mundo exterior parece haberse congelado en el tiempo, y el aire, cargado de recuerdos, me invita a salir. Me levanto, arrastrando los pies hacia la puerta, sintiendo el peso del sufrimiento en cada paso. No tengo rumbo, pero hay algo en mí que me impulsa.

Salgo a la calle, y el frío me golpea como un recordatorio de lo que he perdido. La niebla se cierne sobre el pueblo, cubriendo las casas y las calles, y cada sombra parece una extensión de mi dolor. La luna se oculta tras las nubes, dejando el mundo en un silencio absoluto, donde los ecos de risas y amor se han desvanecido, dejando solo el susurro de la pérdida.

Me dirijo a la colina, al lugar donde solíamos ir con mi esposa e hija para contemplar las estrellas, un refugio de memorias ahora empañado por la tragedia. En mi mente, he trazado un mapa de recuerdos y dolor, un camino que quiero recorrer en busca de respuestas. Cada paso resuena en la oscuridad, un eco que me recuerda que estoy solo, pero la esperanza me empuja a avanzar.

A medida que me acerco a la montaña, la niebla se vuelve más densa, casi tangible. Me envuelve como un abrazo que anhelo y temo al mismo tiempo. El paisaje ha cambiado, y el sitio donde perdí a mi familia está impregnado de una tristeza palpable. Aquí, el tiempo parece haber hecho una pausa. Las flores silvestres que crecían en la orilla han desaparecido, y el suelo, antes fértil, ahora está cubierto de maleza.

Con cada respiración, el aire se siente pesado, cargado de recuerdos que flotan en la bruma. Mi mente se aferra a momentos fugaces, las risas que compartimos, los sueños que construimos juntos. ¿Qué tan lejos están esos días? ¿Qué tan lejos está mi amor? La desesperación comienza a apoderarse de mí, y en la soledad de la noche, el eco de su risa me llama.

"Búscame en la niebla," susurra la voz de mi hija en mi mente, y de repente, siento que mis piernas me llevan más cerca del precipicio. Mi corazón late con fuerza, resonando con el eco de sus palabras. ¿Y si la niebla es la clave? ¿Y si realmente puedo encontrarlas aquí, en este lugar sagrado?

Con un temblor en la voz, empiezo a llamarlas. "¡Mamá! ¡Gabriela!" Mis gritos se ahogan en la bruma densa, y la niebla parece tragarse mis palabras. Pero no me detengo. Cada invocación se convierte en un grito desgarrador, un lamento que resuena en el abismo de mi corazón.

De repente, la niebla se mueve, y en un instante fugaz, veo una figura a lo lejos. Mis ojos se abren de par en par, y un torrente de esperanza inunda mi ser. ¿Es real? Me acerco lentamente, pero a medida que me acerco, la imagen se desvanece, como un sueño que se escapa entre los dedos. El desánimo me golpea, pero sigo llamando. Las palabras se deslizan entre la niebla, mezclándose con el viento.

El frío me envuelve, y la niebla parece susurrar mis miedos, recordándome lo que he perdido. Me aferro a la idea de que este lugar es sagrado, un punto de encuentro donde el amor puede desafiar la muerte. Siento que estoy en un umbral, entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Con cada segundo que pasa, la niebla se vuelve más espesa, y la angustia se convierte en mi única compañía.

Finalmente, llego a la montaña, un refugio de memorias y anhelos. Miro hacia arriba y veo las estrellas parpadeando débilmente a través de la niebla, como si fueran los ojos de mis seres queridos, guiándome en esta oscuridad. Estoy aquí, en el lugar donde una vez experimentamos la magia del universo, y me siento pequeño, perdido en un mar de tristeza.

La niebla se disipa un poco, y por un momento, creo que puedo sentir su presencia. Las estrellas brillan, pero su luz se siente distante, inalcanzable. En mi corazón, la desesperación crece, y el dolor se convierte en un grito silencioso que me consume.

Pero sé que debo seguir buscando. Debo encontrar mi camino, no solo en la niebla, sino también dentro de mí. A medida que me planto en la montaña, siento la conexión con ellas. Siento su amor envolviéndome, y aunque el sufrimiento me atraviesa, hay un rayo de luz que me invita a continuar.

Me quedo allí, en la cima de la montaña, con la niebla envolviendo mi ser, sintiendo que, aunque el dolor es abrumador, el amor que compartimos nunca desaparecerá. Y así, con el corazón destrozado y los ojos llenos de lágrimas, me aferro a la esperanza de que, de alguna manera, siempre estarán conmigo.

Amor de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora