Capítulo 7: No estés solo.

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La niebla parece haberse espesado aún más, como si el mundo exterior hubiera decidido encerrar todos sus secretos en un abrazo opresivo. Me encuentro sentado frente al lienzo, la pintura aún fresca ante mí, mientras la luz se filtra tenuemente a través de la ventana. He pasado horas sumido en un mar de colores y recuerdos, intentando capturar lo que una vez fue un hogar lleno de risas.

La carta de hoy aguarda sobre la mesa, y cuando la tomo, un escalofrío recorre mi espalda. "No te quedes solo, papá. Ven con nosotros, aquí no estarás triste." Las palabras son un susurro que me atraviesa, y no puedo evitar que mi corazón se acelere. La súplica de mi hija me envuelve en una red de dolor y esperanza.

¿Qué significa "aquí"? La idea de un lugar donde podría reunirme con ellas, donde la tristeza se disipa, me hace temblar. Sin embargo, una voz en mi interior me grita que no debo dejar que la desesperación me lleve a ese abismo. Las sombras de la niebla comienzan a moverse en mi mente, susurrándome promesas de un reencuentro, de un final feliz. Pero sé que no pueden ser más que ilusiones.

Salgo a la calle, decidida a enfrentar la realidad, pero el aire frío se siente como un golpe en mi piel. Cada paso que doy se convierte en una batalla entre la esperanza y el desespero. La plaza está desierta, y el silencio es un recordatorio constante de lo que he perdido. "No estés solo," las palabras de mi hija se repiten en mi mente, y la tristeza se convierte en una carga pesada.

Decido caminar hacia el viejo puente, donde solíamos ir de paseo. La niebla se adhiere a mi piel como una segunda capa, y a medida que me acerco, la atmósfera se torna densa. El sonido del agua corriendo por debajo del puente resuena como un canto de sirena, llamándome hacia lo desconocido.

Al llegar, me detengo. El agua fluye sin prisa, cada gota un recordatorio de la vida que sigue, de la continuidad que me parece ajena. Me asomo al borde, y el reflejo de mi figura se distorsiona en la corriente. ¿Cuánto tiempo más puedo soportar esta soledad? Las sombras que se agolpan en mi corazón me hacen desear un escape, un refugio del dolor que nunca parece terminar.

Mientras miro el agua, el frío me envuelve, y por un momento, la niebla parece desvanecerse. Imagino a mi hija, corriendo hacia mí, su risa flotando en el aire como un eco de lo que solía ser. ¿Dónde está ahora? ¿Dónde están las risas, las tardes llenas de sol?

Una oleada de desesperación me consume, y mis manos se aferran al borde del puente. La idea de un reencuentro me abruma. ¿Qué pasaría si las llamara? La necesidad de escuchar sus voces se vuelve un grito en mi pecho. Me imagino cerrando los ojos y llamándolas, sintiendo que la niebla podría ceder, que podría encontrarme con ellas en ese lugar que tanto anhelo.

Pero el eco de sus risas se desvanece, y con él, el peso de la realidad me aplasta. No están aquí. Esa verdad me atraviesa como un rayo. No hay regreso, no hay manera de reunirme con lo que he perdido. La tristeza me inunda, y siento que las lágrimas brotan, deslizándose por mis mejillas, como si el río debajo de mí también llorara por la pérdida.

Con cada latido, siento la presión en mi pecho, la soledad devorándome. ¿Es este el precio de la vida? La luz del día comienza a desvanecerse, y el cielo se tiñe de un rojo profundo, como si la tarde misma llorara en complicidad con mi dolor. Quiero salir de este ciclo, quiero dejar de estar solo.

Un estremecimiento recorre mi cuerpo mientras miro al río. Es una tentación, un alivio que susurra promesas de paz. Pero en el último momento, el recuerdo de mi hija me ancla. Ella me está llamando, me está diciendo que no me quede solo.

Con un esfuerzo monumental, me aparto del borde del puente, pero no sin sentir que cada fibra de mi ser se rebela. No puedo dejar que la desesperación me consuma, pero la lucha es cada vez más difícil. "Las cartas son un hilo de conexión," me digo, pero en el fondo sé que solo son papeles que no pueden devolverme lo que he perdido.

Regreso al pueblo, el aire helado todavía cortante, pero con un nuevo propósito. Sin embargo, cada paso es más pesado que el anterior. La verdad se cierne sobre mí como una sombra: mi vida es un eco de lo que una vez fui. "No estoy solo," me repito, pero el vacío en mi pecho se expande, y la desesperanza se enreda en mis pensamientos.

Al llegar a la posada, busco los colores que elegí anteriormente, pero el impulso de crear se ha desvanecido. Me siento frente al lienzo en blanco, sintiendo que cada trazo que intento hacer es una burla a mi propia existencia. La niebla puede envolverme, pero no podrá extinguir el dolor que me consume.

Mientras la noche avanza, me doy cuenta de que aunque busque un destello de esperanza, siempre habrá una parte de mí atrapada en este abismo. La idea de un reencuentro se siente tan lejana como las estrellas en el cielo, y el sabor amargo de la realidad me persigue. Estoy solo, atrapado en un mundo gris, y no hay luz al final del túnel.

Amor de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora