Capítulo 8: Los días sin ti son largos.

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El reloj en la pared avanza con un sonido monótono, cada tic y tac marcando el paso de un tiempo que parece deslizarse entre mis dedos como agua. Las horas se estiran, convirtiéndose en días que se funden en una monotonía opresiva. La carta de hoy me espera sobre la mesa, su presencia tan tangible como el vacío en mi pecho. "Los días sin ti son muy largos, papá. Mamá dice que pronto estaremos todos juntos otra vez."

Las palabras me golpean como una ola de nostalgia, arrastrándome hacia un pasado que se siente cada vez más distante. ¿Qué significa "pronto"? La promesa de un reencuentro es un hilo de esperanza que se entrelaza con la realidad de mi soledad, como un sueño que nunca se puede alcanzar.

Me siento en la silla, la carta aún en mis manos. Es un recordatorio doloroso de que el tiempo sigue avanzando, implacable e indiferente. La tarde se ha transformado en un crepúsculo apagado, y la niebla se ha hecho más densa, envolviendo mi hogar en un abrazo sombrío. La calidez del recuerdo de mi familia contrasta con el frío que me rodea.

Decido que debo salir. Tal vez un paseo me ayude a romper esta rutina asfixiante. Salgo a la calle, donde la niebla me abraza, y cada paso se siente como un acto de rebelión contra la soledad que me consume. Me dirijo hacia el parque, el único lugar donde alguna vez conocí la felicidad.

Al llegar, encuentro el parque desierto, los columpios oscilando lentamente, como si también lamentaran la ausencia de la risa de los niños. Me siento en una de las bancas, y el aire es pesado con el eco de lo que solía ser. La carta se aferra a mi mano, y no puedo evitar leerla nuevamente.

Los días sin ti son largos. Esa frase resuena en mi mente, una verdad insoportable que me hace querer gritar. La idea de que mi hija esté contando los días, esperando mi regreso, me desgasta.

Recuerdo las promesas que le hice, las sonrisas que compartimos. ¿Dónde está ahora? ¿Qué pasaría si no vuelvo a verla? La desesperación comienza a cernirse sobre mí, pero me esfuerzo por mantener la calma. No puedo dejarme llevar por la tristeza.

Decido que es hora de hacer algo significativo. Saco mis pinturas de la mochila y me dispongo a crear algo en su honor. Quiero que cada trazo sea una forma de decirle que estoy aquí, que la llevo conmigo en cada paso.

Coloco el lienzo frente a mí y comienzo a pintar, cada color una explosión de emoción. El gris de la niebla se convierte en un fondo, y sobre él dibujo un jardín, un lugar que me recuerda a los días felices. Mientras pinto, cierro los ojos y me concentro en los recuerdos: las risas, las historias que compartimos.

La imagen de mi hija aparece en mi mente, su vestido blanco ondeando al viento, su sonrisa iluminando el día. El dolor de su ausencia se convierte en una chispa creativa, y cada trazo me acerca más a ella. Quiero que este jardín sea un refugio, un lugar donde podamos estar juntos, aunque solo sea en mi mente.

Mientras pinto, el cielo comienza a oscurecerse. Las sombras se alargan, y el parque se convierte en un lugar casi mágico, lleno de ecos del pasado. Pero el aire se siente pesado, y en el fondo de mi corazón, la tristeza se aferra a mí como un viejo amigo.

El silencio se rompe con el sonido de pasos. Me giro y veo a un anciano caminando por el sendero. Su rostro está marcado por la tristeza, y al acercarse, puedo sentir su dolor, su pérdida. Hay algo en su mirada que me recuerda a mí mismo, a la soledad que me consume.

—¿Pintando recuerdos? —me pregunta, su voz quebrada y suave.

Asiento, sin palabras. No puedo explicarle lo que siento, lo que estoy tratando de capturar. Pero él sonríe, y en su mirada veo un destello de comprensión. "La vida es así, hijo. Los días son largos, y a veces parece que nunca terminan."

Sus palabras resuenan en mí. "Pero siempre hay belleza en el dolor." Su voz es un faro en medio de la tormenta que me rodea. "No olvides que el amor trasciende el tiempo y el espacio. Siempre estará contigo."

—Gracias —logro decir, y el anciano asiente antes de seguir su camino.

La brisa acaricia mi rostro, pero siento que la tristeza se aferra a mí como un yugo, un peso que me hunde más profundo en la desesperación. Mi hija y mi esposa están aquí, pero no las puedo ver. La niebla se siente como un manto de pérdida que me envuelve, cada susurro del viento es un recordatorio de su ausencia.

Regreso a mi pintura, dejándome llevar por la emoción, pero cada trazo se siente más pesado que el anterior. Mis días sin ellas son largos, y cada intento de llenar el vacío solo agranda la herida. Me pregunto si alguna vez volveré a ser el mismo, si el dolor se desvanecerá o si será mi compañero constante.

Al final de la tarde, mientras la niebla se disipa lentamente, mi corazón está atrapado en un ciclo de dolor sin fin. Aunque la tristeza aún me envuelve, no hay esperanza en la creación, solo un eco de lo que solía ser. Sé que los días seguirán siendo largos y oscuros, y en mi pecho, la realidad se asienta: nunca estaré realmente solo, porque mi sufrimiento será mi único compañero.

Amor de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora