Capítulo 4: Menorca parte 2

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El sol brillaba intensamente sobre Menorca, pero mi ánimo seguía nublado, como si la sombra de algo pesado se hubiera posado sobre mí. La isla era hermosa, las aguas cristalinas y las rocas escarpadas me invitaban a perderme en ellas, pero no me ayudaban a despejar la mente.

Caminábamos por el mercado de la isla, las tiendas vendían productos artesanales, y mi tía Diane intentaba hacerme sonreír, mostrándome collares y pulseras coloridas, cosas que sabía que me gustaban. Pero, a pesar de su esfuerzo, no sentía ganas de involucrarme en nada. Todo lo que decía sonaba vacío, y las sonrisas que trataba de regalar se sentían aún más forzadas.

"¿Te gustaría comprar algo? Mira estos pendientes, son preciosos. Creo que te quedarían genial," dijo ella, mientras señalaba un par de pendientes de conchas.

Miré los pendientes y luego a mi tía. No podía soportar verla ahí, preocupada por mí, mientras yo sentía que estaba fallando en cada intento de ser parte de este día. "No, está bien. No tengo ganas," respondí en voz baja.

Tía Diane frunció el ceño. "Hailey, ya sabes que no necesitas estar sola en esto. Si quieres hablar..."

No pude evitar sentir un nudo en el estómago. Quería gritarle que no podía, que hablar sobre lo que sentía solo lo haría peor, que la gente ya tenía suficientes problemas como para que yo compartiera los míos. Así que me limité a sonreír forzadamente, solo para evitar que insistiera más.

"Estoy bien, tía," dije, con una sonrisa vacía.

El día fue largo y aburrido. Nick se alejó un par de veces, y en una de esas caminatas, pude verlo hablando con Charlie por teléfono. Su rostro reflejaba preocupación, algo que solo hacía aumentar mi ansiedad. Nick era todo para mí, mi hermano, mi apoyo, y ver cómo se preocupaba por Charlie me hacía sentir aún más impotente. Quería acercarme, hacer algo para aliviar su carga, pero no sabía cómo.

Cuando regresó después de la llamada, su rostro seguía tenso, y yo no pude soportar la distancia entre nosotros. Me acerqué a él, intentando encontrar algo que decir, cualquier cosa que pudiera hacerlo sentir mejor, aunque sabía que no era el momento.

"Nick, ¿estás bien?" le pregunté, mirando sus ojos cansados.

Él me miró, pero por un segundo sus ojos se desviaron, y vi cómo su mente volvía a lo que había estado ocupando su atención: Charlie. "Sí," respondió, pero su tono era distante, como si no quisiera hablar del tema.

Sentí un golpe en el pecho, como si el peso del mundo se hubiera asentado sobre mí. Era incapaz de sacudir la sensación de que mi hermano estaba tan sumido en sus propios problemas que no podía verme, que no me escuchaba. Era horrible ver cómo él luchaba, y yo no podía hacer nada.

Mi tía Diane también lo había notado. "Hailey," me dijo en voz baja mientras caminábamos de vuelta a la casa, "me doy cuenta de que estás muy preocupada por Nick. Si necesitas hablar de eso, sabes que estoy aquí."

Me limité a hacer una pequeña mueca, sin decir nada. "Estoy bien, tía."

Esa noche, mientras caminaba hacia mi habitación, vi a Nick sentado en la playa, con la cabeza entre las manos. No me atreví a acercarme, pero su voz me llegó débilmente. Estaba hablando con tía Diane, compartiendo algo que no quería escuchar, algo que me dolía. Me quedé cerca, detrás de la ventana, escuchando sin que ellos lo supieran.

"Charlie... está luchando con los problemas alimenticios," dijo Nick con una voz grave, llena de frustración. "No sé qué hacer, tía. No sé si estoy ayudando o solo empeorando las cosas."

Mi corazón dio un vuelco. No entendía bien cómo, pero escuchar eso me llenó de angustia. No solo me preocupaba Charlie, sino también a Nick, porque él ya estaba tan agotado que me temía que no pudiera seguir siendo el apoyo que todos esperábamos.

Me alejé lentamente, regresando a mi cuarto, con los pensamientos dándome vueltas. No podía seguir así. Quería ayudar, quería hablar, pero no podía decírselo a Nick. Si le decía lo que sentía, si le hablaba de lo perdida que me sentía, de lo que me aterraba estar tan sola, él podría sentirse aún más agobiado. Ya estaba demasiado preocupado por Charlie.

Pasé un largo rato encerrada en mi cuarto, en la oscuridad, sintiéndome como si no encajara en ninguna parte. No podía quitarme el peso de la ansiedad, el miedo a que Nick, el que más amaba, ya no me viera.

Entonces, esperé a que todos se durmieran y, en la quietud de la casa, tomé el teléfono y llamé a Otis. Mi corazón latía con fuerza, y me sentía un poco tonta por necesitar hablar con alguien solo para sentirme menos sola.

"Hey, Otis," dije con una voz temblorosa, intentando sonar casual. "Solo quería contarte algo que me acabo de dar cuenta. Sabías que las tortugas marinas pueden vivir más de 50 años?"

Otis rió al otro lado de la línea. "¡Vaya! No, no lo sabía. Qué curioso. Yo estoy aquí con Connor, estamos haciendo una pijamada."

Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro mientras escuchaba su voz. Estaba bien, había algo reconfortante en hablar de cosas tontas. Otis y Connor siempre lograban que me sintiera mejor, aunque solo fuera por un rato.

De repente, sentí el nudo en la garganta. No sé cuándo me di cuenta, pero estaba llorando. No era solo por lo que escuché sobre Charlie, ni por Nick. Era porque los extrañaba, porque estaba lejos de ellos, y porque, aunque intentaba ser fuerte, me sentía más vulnerable que nunca.

"Los extraño mucho," les dije, con la voz entrecortada. "Es tan difícil estar aquí y no poder hablar con ustedes."

Connor, a lo lejos, dijo algo que me hizo sentir un poco mejor: "Nosotros también te extrañamos, Hailey. Y no tienes que ser fuerte todo el tiempo. Si necesitas algo, ya sabes que siempre estamos aquí."

Esa noche me dormí con la sensación de que, aunque la distancia entre nosotros parecía más grande, no estaba completamente sola.

El día siguiente llegó rápido. Tía Diane nos llevó de vuelta a la casa, y cuando llegamos, me dio un abrazo fuerte y me dijo: "Si alguna vez necesitas hablar, sabes que estoy aquí. No olvides eso."

Asentí con una sonrisa, pero en mi interior me sentía como un nudo. No podía hablar de lo que realmente sentía.

Esa tarde, cuando Nick regresó de hacer algo, no pude evitar preguntar: "Nick, ¿todo bien?"

Él se giró y, con una expresión cansada, me dijo: "Sí, todo está bien."

No me convenció. "No parece que esté bien," le respondí.

"No te preocupes," dijo él, su tono más frío que nunca. "No te metas en esto."

Sentí cómo algo se rompía dentro de mí. No pude evitar que la rabia se encendiera en mi pecho. Estaba tan harta de que me dijera que no me metiera, de que me apartara como si no importara. "¿Sabes qué? Estoy harta de ti, Nick," le solté, sin pensar, antes de darme la vuelta y cerrar la puerta de mi cuarto con fuerza.

Escuchar el portazo me hizo sentir como si el mundo se hubiera detenido por un momento. Me quedé en mi cuarto, respirando profundamente, mientras una oleada de arrepentimiento me invadía. ¿Qué acababa de decir? ¡No podía creer que le hubiera hablado así!

Minutos después, la casa quedó en silencio. Pero entonces, escuché algo desde el pasillo: era Nick, llorando. Mi corazón se hundió al oírlo. Sentí el nudo en la garganta hacerse más fuerte. No podía soportar saber que él estaba sufriendo y que yo, con mis palabras, solo había empeorado las cosas.

Me acerqué a la puerta de su cuarto, me quedé allí, escuchando, sin atreverme a entrar. La angustia que sentía me sobrepasaba. Al final, me volví hacia mi cama, y mientras me arrojaba sobre la almohada, el llanto comenzó a salir sin control. Me sentía tan, tan mala. Mala sobrina, mala hermana, mala persona.

"Soy una mala hermana," me repetía entre sollozos. "Soy una mala sobrina. No sirvo para nada."

Me quedé allí, llorando en silencio, mientras las sombras de mis pensamientos me ahogaban.

The ArcherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora