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Después de unos minutos, entraron al supermercado, ambos un poco tensos. Mora, tratando de distraerse, repasaba en voz baja la lista de cosas que tenía que comprar.

—Huevo, harina, salsa... —repetía, hasta que notó que Tomás sonreía mientras la miraba.

—Mira que no es tan difícil acordarse de comprar un par de cosas —dijo al fin, riendo.

—Y bueno, si no, me olvido —respondió Mora, algo sonrojada al darse cuenta de que estaba hablando más fuerte de lo que pensaba.

—Tranqui, por algo me mandaron con vos —dijo el chico—. Sabían que si venías sola, te ibas a olvidar de todo —rió, contagiando a la morocha con su risa.


...


Tras comprar todo y discutir un poco porque Tomás decía que dos paquetes de harina eran muy pocos para todas las pizzas, volvieron a la casa.

El camino de vuelta fue más tranquilo; regresaron conversando relajadamente, escuchando algo de música y disfrutando del paisaje que ofrecía el corto viaje.

—¡Mora! —se escuchó desde la cocina, sacándola de sus pensamientos.

Se acercó, aunque no era muy necesario, porque a kilómetros se podía escuchar a Alejo, Mauro, Sebastián y Tomás peleando.

—¿Qué les pasa? —preguntó Mora, logrando que se callaran—. ¿Por qué se están peleando?

—El pelotudo de Mauro, que no sabe hacer una pizza —respondió Neo, señalando a su amigo como si lo estuviera buchoneando.

Mauro respondió ofendido y los gritos volvieron a aparecer. Mora suspiró y echó a los cuatro de la cocina.

Ordenó un poco el desastre que habían dejado y empezó a preparar la pizza. Con las manos ya llenas de harina y completamente concentrada en lo que estaba haciendo, sintió una mano que pasaba de izquierda a derecha por su espalda.

Miró hacia un costado, encontrándose con los tatuajes y la sonrisa de Tomás.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó mirándola a los ojos.

—Por favor —respondió con una sonrisa—. Yo sola no puedo con todo.

—Por eso te vine a salvar —le guiñó el ojo, logrando que los dos se rieran.

Mora le indicó qué hacer, y los dos se ayudaron a preparar la comida. Entre risas y chistes, la preparación se les pasó más rápido, pero Mora no pudo evitar notar cómo a Tomás le temblaban las manos. Se lo notaba nervioso; su celular no dejaba de sonar, lo que hacía que el ambiente se pusiera tenso por momentos, pero ella simplemente trató de ignorarlo.

Notó cómo Tomás la miraba fijamente mientras metía su mano en el paquete de harina. Lo miró con cara de "ni se te ocurra", pero no sirvió de mucho, y cuando se quiso dar cuenta, tenía toda la cara llena de harina. Mora se apresuró a querer agarrar un poco para poder vengarse, pero Tomás logró agarrarla de los brazos. Las risas y la cercanía entre ellos crearon una tensión agradable en el ambiente; de a poco, el confuso deseo que se tenían se iba aclarando un poco más.

Tomás hizo que Mora diera una vuelta, haciéndola quedar aún más cerca de él. Por un momento, ese sentimiento de que estaban solos en el mundo volvió.

—Vos cada vez estás más linda —soltó Tomás sin pensarlo.

—Vos también Tomi —le respondió la chica.

Se quedaron callados por un segundo. Tomás tomó la iniciativa y agarró a Mora por la cara para acercarla lentamente.

Pero el sonido del celular de Tomás hizo que ambos se tensaran. El chico quiso evitarlo, pero la llamada los distrajo completamente de la situación.

—Atendé —le dijo Mora, alejándose un poco. Tomás suspiró y agarró su celular.

—Bancame un toque —dijo, alejándose para poder atender.

Después de unos minutos de espera, pensando un poco y retomando todo el aire que había perdido, Tomás volvió con una expresión completamente distinta en su cara.

—Morita —llamó, captando la atención de la chica—perdón, pero me tengo que ir, surgió algo urgente.

—Pero, ¿está todo bien Tomi? —preguntó preocupada.

—Sisi, tranqui —respondió, tratando de mostrar tranquilidad—, pero me tengo que ir ahora.

Sin más vueltas, agarró sus cosas, se despidió de todos y salió de la casa, dejando a Mora con todo lo que acababa de pasar en las manos.

Caminaba algo nervioso hasta su auto, sacó las llaves de su bolsillo y trató de prenderla, pero las manos le fallaban. Las llaves se le cayeron, poniéndolo aún más nervioso. Trató de respirar y tranquilizarse un poco más. Sabía lo que le faltaba, aunque no lo quisiera aceptar.


...


El volumen de la música le confirmó que había llegado. A lo lejos, distinguió a Lucas, Franky y Chulu, que le gritaban para que se acercara. A kilómetros se notaba que ellos ya estaban entonados, y era solo cuestión de tiempo para que Tomás también lo estuviera.

Entraron en la casa, rodeados de rostros conocidos. Mientras caminaba, saludaba a algunos y seguía a sus amigos hacia un rincón que ya le resultaba familiar.

—¿Queres? —preguntó Lucas, ofreciéndole unas pastillas de Xanax.

—No sé ni para qué preguntas —bromeó Chulu, riéndose, pero a Tomás no le causó gracia. Sin decir nada, tomó las pastillas junto con la primera botella de alcohol barato que encontró, y las tragó como si nada.

Ahí las drogas no faltaban, siempre aparecían de alguna parte. Miraba cómo sus amigos consumían como si fuera lo más normal del mundo, y para él ya lo era. Con la música resonando en el ambiente, Tomás inhalaba alguna sustancia, dejando que el ritmo lo envolviera.

Se sentó en el único sillón libre y echó un vistazo a su alrededor. Sus amigos, cada uno en su propio mundo, estaban distraídos, y Tomás también lo estaba, algo ido mientras disfrutaba de lo que sentía. De repente, a lo lejos, distinguió una figura que le resultaba familiar acercándose. El cabello negro y largo de Julieta se movía con cada paso que daba hacia él, y Tomás apenas pudo percibirla, borroso, mientras se sentaba a su lado.

—Hola Campos, pensé que no te iba a ver hoy —lo saludó con una voz que pretendía ser dulce, aunque él sabía bien lo que había detrás de eso.

—Hola Juli, yo tampoco pensé cruzarte acá —respondió Tomás, algo ido, aunque ambos sabían que no era verdad. Los dos sabían que existía la posibilidad de verse, pero preferían fingir demencia.

—Verdad, hace muchísimo que no te veo por acá. Me dijeron que es porque andas enamorado —dijo mientras se acercaba cada vez más—. Me imagino que es mentira.

—¿Yo, enamorado? No sé quién te mintió —la mano de la chica en la pierna de Tomás lo tensaba un poco. Ella no respetaba ningún tipo de espacio personal, pero a él tampoco le molestaba.

—Mejor que sea mentira —respondió Julieta, acercando un poco de cocaína a la nariz de Tomás para hacerlo aspirar, y luego rompió la poca distancia que quedaba entre ellos con un beso.

Pero la poca conciencia que le quedaba a Tomás hablaba, y pensaba en ella, en Mora, cuando ni siquiera podía pensar. Él no quería esa lujuria; quería las risas y poder sentirse bien sin ninguna sustancia de por medio, lo que solo la dulzura de Mora lograba darle. Pero algo que siempre caracterizaba a Tomás era su contradicción, y para ese momento, ya no podía sacar a Julieta de encima suyo.


Moravvls

Tomiii, después avísame si esta todo bien :)

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⏰ Última actualización: Oct 09 ⏰

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𝐃𝐢𝐩𝐞𝐧𝐝𝐞𝐧𝐳𝐚 / Tomas campos, C.R.ODonde viven las historias. Descúbrelo ahora