6. Cigarrillos

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¡Advertencias!

Contiene escenas de sexo detalladas, violencia gráfica, lenguaje fuerte, entre otros.






































Al día siguiente...

Dejé caer la cabeza contra el borde de la ducha, permitiendo que el agua caliente se deslizara por mi cuerpo. Mis manos temblaban cuando las llevé al rostro, cubriéndome los ojos, intentando bloquear el recuerdo de la mirada penetrante de Iván la última vez que hablamos. Algo en esa mirada se había quedado en mi cabeza, algo más allá de la rivalidad habitual que compartíamos. Pero no podía ceder a esa sensación. No ahora, no con todo lo que estaba en juego.

El sonido de la puerta al abrirse me sacó del ensimismamiento. Era Goncho, mi manager, con un cigarro colgando de sus labios, bromeando mientras entraba al vestuario.

Che, Carrera, ¿te ahogaste en la ducha o qué? ¡Dale, que te van a matar si llegás tarde al entrenamiento!

Una pequeña risa se escapó de mis labios.

Dame unos minutos y estaré listo —aseguré, escuchando cómo esta vez sus pasos se alejaban.

Rápidamente, me alisté y volví a la rutina aburrida del día a día. Gym, estiramientos, partidos... todo se mezclaba en una sucesión mecánica de movimientos y repeticiones que llenaban las horas sin darme cuenta.

Mi celular vibraba de vez en cuando. Notificaciones de amigos, mensajes de mi familia. Apagué el dispositivo, buscando un momento de silencio, y me dirigí hacia una de las áreas del gimnasio que tenía vista a la ciudad.

París, hermosa como siempre, se extendía bajo un cielo que empezaba a oscurecerse. A lo lejos, la Torre Eiffel brillaba, y el sol desaparecía tras ella, tiñendo el horizonte de tonos naranjas y rosados. Me quedé observando, distraído, viendo los autos pequeños que se movían por las avenidas, las personas diminutas cruzando las calles, todo sintiéndose tan amplio y distante desde donde estaba.

Una amplia puerta de cristal al final del gimnasio capturó mi atención. Más allá, un espacio abierto se revelaba, una terraza inmensa con un área de entrenamiento exterior. Máquinas para hacer ejercicios, pesas y estaciones para estiramientos se alineaban junto a un barandal de metal, más allá del cual se desplegaba la vista completa de la ciudad.

Salí, y el aire frío chocó contra mi rostro y mis piernas, recorriendo mi piel. Me apoyé contra el barandal, dejando que la brisa despejara mi mente. Sentía como si pudiera ver toda la ciudad desde allí, y por un momento, me perdí en la inmensidad de aquel panorama. Las luces parpadeaban en la distancia, y la Torre Eiffel seguía destacándose, majestuosa y brillante, como una constante, inmóvil, en un mundo que no paraba de moverse.

Me quedé allí, respirando profundamente, y por un instante, me permití admirar lo hermoso que era todo esto.

Entonces, tomé un cigarrillo entre mis dedos. Era una noche fresca, y el aire tenía un toque de humedad que hacía que el humo pareciera más denso. Apenas habían pasado un par de días desde el último entrenamiento con Fargán, y el recuerdo de su mano alzada seguía fresco en mi mente. Había estado a punto de golpearme frente a todos, y lo peor era que había sentido que me lo merecía.

Casi.

Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me di cuenta de que alguien más se había acercado hasta que una voz femenina me sobresaltó.


¿Sabés que fumar no ayuda mucho a la hora de jugar al tenis, no?

Me giré y me encontré con una chica de cabello azul, baja, aunque no tanto más que yo, con una expresión relajada y una media sonrisa. Era la misma chica que había estado en la cancha aquel día, del grupo de Iván.

Besos olímpicos | RodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora