11. ¿Buenos días?

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¡Advertencias!

Contiene escenas de sexo detalladas, violencia gráfica, desorden alimenticio, lenguaje fuerte, entre otros.






































El sol entraba tímidamente por la ventana, iluminando la habitación de paredes blancas decoradas con banderines de Italia, los colores verde, blanco y rojo sobresaliendo en contraste. Me desperté sintiendo una pesadez incómoda en la cabeza y, al abrir los ojos, el entorno fue suficiente para recordar dónde estaba: la casa olímpica italiana.

Parpadeé varias veces, intentando ordenar mis pensamientos mientras una sensación de incomodidad empezaba a instalarse en mí. Giré la cabeza, y ahí estaba él... Iván Buhajeruk, aún dormido, su respiración tranquila y un brazo ligeramente extendido en mi dirección.

"Mierda...", pensé, sintiendo cómo el calor subía hasta mis mejillas. Recordaba partes de la noche anterior, la fiesta, el alcohol, el cuarto de Iván. Recordaba también la manera en que me había cuidado, su promesa de mantener todo en secreto. Pero ahora, despierto y más consciente, la vergüenza de haberme quedado allí con él, de estar compartiendo esa intimidad, comenzaba a hacerme sentir torpe.

Intenté moverme en silencio, con la esperanza de salir sin despertarlo, pero Iván comenzó a abrir los ojos, fijándose en mí con una expresión adormilada que rápidamente se transformó en una sonrisa.

¿Qué tal dormiste? —preguntó, su voz ronca aún por el sueño, mientras se desperezaba.

No puedo creer que me quedé aquí... y contigo —evadí en un tono que buscaba ser frío, aunque mi cara aún debía mostrar rastros de esa vergüenza que sentía. Intenté desviar la mirada, evitando que él notara demasiado la incomodidad que me envolvía.

Iván soltó una risa suave y despreocupada, como si mi reacción fuera algo que ya esperaba.

No fue exactamente mi idea... —respondió, con un tono que dejaba entrever que lo tomaba todo a la ligera—. Después de la fiesta no parecías en condiciones de regresar solo, y no iba a dejarte vagando por ahí.

Me pasé una mano por el rostro, tratando de hacer desaparecer la pesadez que seguía sintiendo y, de paso, de ocultar la incomodidad que me daba esa situación.

Gracias... supongo. Aunque, sinceramente, preferiría no despertar junto a mi "competencia"... no es algo que me haga sentir cómodo.

Iván me lanzó una mirada divertida, entrecerrando los ojos mientras cruzaba los brazos. —Relájate, nadie lo sabe. A nadie le importa lo que pase aquí.

Sentí un impulso de responder algo mordaz, pero me detuve. Había algo en su tono tranquilo que hacía que, pese a todo, bajara un poco la guardia. Sin embargo, los banderines de Italia a nuestro alrededor y el hecho de estar ahí en su habitación seguían recordándome el riesgo que esto implicaba.

Iván notó mi expresión preocupada y señaló una puerta en la esquina de la habitación.

Ahí está el baño. Date una ducha si quieres despejarte un poco. Y no te preocupes, nadie va a saberlo, te lo prometo.

Lo miré, sorprendido por la confianza en su voz, y sentí el calor volver a mis mejillas. Había algo en esa despreocupación de Iván, en esa actitud segura que mostraba incluso en la intimidad, que hacía que, por un momento, sintiese que podía confiar en él. Tal vez había una cierta calma en estar ahí, en que él tomara el control de la situación.

Esto no volverá a suceder —murmuré, levantándome para dirigirme hacia el baño, buscando no sólo despejarme, sino también evitar su mirada y el extraño cosquilleo de vergüenza que sentía al estar en esa situación con él.




Besos olímpicos | RodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora