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“ENTRE LÍNEAS”

OLIVIA LIFTON:

Sabía que no podía apartarlo de mi mente, pero lo peor es que ahora tampoco quería hacerlo. Desde aquella discusión, algo había cambiado entre nosotros. Nos mirábamos de otra forma, nos hablábamos con una mezcla de complicidad y prudencia, como dos personas que saben que están jugando con fuego, pero no pueden resistir acercarse un poco más a las llamas. Cada momento que compartíamos se había vuelto una danza sutil, llena de gestos apenas perceptibles pero cargados de significado.

Cada vez que entraba a la biblioteca para la tutoría, el ambiente era distinto. Ya no había más silencio incómodo ni evitación de miradas. Al contrario, él me buscaba con los ojos en cuanto cruzaba la puerta, y yo… yo ya no huía de esos momentos. De hecho, esperaba por ellos.

Cinco — un nombre que al principio me había parecido extraño, hasta que él mismo me explicó el origen — insistía en que todo debía mantenerse profesional. Me había dicho una tarde, casi de forma casual, que su familia no era "como las demás". No quiso entrar en detalles, pero me dejó claro que su vida había sido diferente desde siempre. "Mi nombre es Cinco por una razón", había dicho con una leve sonrisa, dejando entrever un misterio que no me atreví a indagar. Eso solo lo hacía más interesante.

Aunque insistiera en mantener las cosas en su sitio, nuestros actos contaban una historia diferente. Nos mirábamos durante las clases de una forma que iba más allá de lo académico, y nuestros gestos — una mano que rozaba la mía al entregarme un libro, una mirada que se alargaba más de lo necesario — revelaban lo que ambos intentábamos contener. Cada pequeño gesto parecía llevarnos un paso más cerca del borde.

A veces me encontraba buscándolo en los pasillos, sin querer admitir que lo hacía. Nunca planeado, claro, pero siempre terminaba en la misma esquina a la hora de su descanso, esperando verlo salir del aula. Y cuando lo hacía, siempre había un cruce de miradas, un leve asentimiento, una especie de saludo silencioso que decía más de lo que debería.

Una tarde, después de una clase en la que no lograba concentrarme — sus ojos, sus manos, todo en él me distraía — decidió que debía quedarme un poco más. "Revisaríamos unos detalles", dijo. Pero ambos sabíamos que no era solo eso.

Me quedé, claro. ¿Cómo negarme? Su voz era suave, pero había una orden implícita en sus palabras que me hacía obedecer. Cuando todos los demás alumnos se marcharon y el aula quedó vacía, me acerqué a su escritorio, mi corazón latiendo con una mezcla de anticipación y nerviosismo.

—¿Qué era eso tan importante que no podíamos revisar en la clase? —intenté sonar casual, pero mi voz traicionaba la mezcla de nerviosismo y expectativa que sentía.

Cinco me miró con esa expresión que empezaba a reconocer, una mezcla de interés y cautela. Sonrió, esa sonrisa leve que parecía burlarse de mi intento de mantener la compostura.

—No era sobre los temas —dijo, levantando la vista de los papeles. — Quería asegurarme de que tú… estés bien.

La pregunta me tomó por sorpresa. Me había acostumbrado a sus maneras formales, su comportamiento casi impecable como profesor. Pero en ese momento, lo vi más humano, más vulnerable. Y eso me desarmó.

—Estoy bien —respondí, aunque los latidos de mi corazón decían lo contrario.

Cinco se levantó de su silla y se apoyó en el borde del escritorio, manteniendo una distancia que parecía calculada. No era demasiado cerca como para que fuera inapropiado, pero lo suficiente como para que su presencia llenara el espacio entre nosotros. Su perfume, un aroma suave y amaderado, me envolvió, y por un segundo, me sentí atrapada en una burbuja donde solo existíamos él y yo.

Nos quedamos en silencio. Era como si ambos estuviéramos esperando que el otro rompiera esa frágil barrera que habíamos creado. Podía sentir el calor de su cuerpo, la tensión en el aire, y me pregunté si él también sentía lo mismo.

—No puedo dejar de pensar en lo que pasó aquel día —dijo de repente, su voz baja y casi en un susurro.

Mi corazón dio un vuelco. Sabía exactamente a qué se refería, y mi mente volvió a esa tarde en su oficina, cuando nuestras emociones estuvieron a punto de desbordarse. Habíamos estado tan cerca de cruzar una línea, y aunque ninguno lo había admitido abiertamente, el recuerdo de ese momento había quedado suspendido entre nosotros desde entonces.

—Yo tampoco —admití, sin atreverme a mirarlo directamente. Mis ojos se centraron en el suelo, pero sentí su mirada fija en mí.

Cinco dio un paso hacia mí, y aunque no me tocó, podía sentir su proximidad, la electricidad entre nosotros aumentando con cada segundo que pasaba. Levanté la vista, encontrando sus ojos, y en ese momento supe que no éramos los mismos desde aquel día. Algo había cambiado entre nosotros, algo que ninguno de los dos podía ignorar.

—No podemos hacer esto —dijo al final, pero su voz era más un susurro que una declaración firme.

Asentí, aunque algo en mí no estaba de acuerdo. Lo quería. Lo quería más de lo que alguna vez quise algo. Y aunque ambos sabíamos que no debíamos, en ese momento, no podía pensar en nada más que en él.

—Lo sé —respondí finalmente, aunque mis palabras se sentían vacías. No quería que esa fuera la realidad, pero sabía que había mucho en juego.

El silencio se prolongó, cargado de todo lo que no podíamos decir. Finalmente, dio un paso atrás, rompiendo el hechizo que nos mantenía atrapados en ese momento.

—Será mejor que te vayas, Olivia —dijo, su voz volviendo a su tono habitual, aunque algo en su mirada me decía que él tampoco estaba convencido de sus propias palabras.

Recogí mis cosas, sin decir nada más, y salí del aula sintiendo que algo se había quedado inconcluso entre nosotros. Sabía que ese no sería el final, pero también sabía que no podíamos seguir ignorando lo que sentíamos. Mientras caminaba por los pasillos vacíos, mi mente no dejaba de repetir el mismo pensamiento: ¿hasta cuándo podríamos mantenernos alejados?

Días después…

Las tutorías con Cinco continuaron como siempre, aunque algo en el aire había cambiado. Ahora nos permitíamos pequeños gestos, roces que antes habríamos evitado. Él ya no intentaba alejarse tanto, y yo… yo me encontraba disfrutando de esos momentos más de lo que debería.

Había noches en las que me preguntaba si esto era realmente lo correcto. Sabía que no estaba bien, que había una línea que no debíamos cruzar. Pero, al mismo tiempo, había algo en mí que anhelaba más. Algo que deseaba romper esas reglas y dejarme llevar por lo que sentía.

Y aunque no lo admitiera abiertamente, sabía que Cinco también lo sentía. Cada vez que nuestras manos se rozaban al entregarme un libro, cada vez que nuestras miradas se encontraban por demasiado tiempo, sentía que estábamos jugando un juego peligroso. Pero ninguno de los dos parecía dispuesto a detenerlo.

Una tarde, mientras caminaba por los pasillos, lo vi hablando con el director. No era raro verlo conversar con sus colegas, pero había algo en su postura que me hizo detenerme. Estaba tenso, su mirada más seria de lo habitual. Decidí no acercarme, pero algo en mí se quedó inquieto. ¿Estaba preocupado? ¿Era por mí?

Cuando nuestras miradas se cruzaron al día siguiente en clase, noté que algo había cambiado. Su expresión era más dura, como si estuviera luchando con algo que no podía decirme. Pero no mencionó nada, y yo tampoco pregunté. Sabía que tarde o temprano esa conversación llegaría, pero hasta entonces, me aferraba a los pequeños momentos que compartíamos.

THEACHER'S PET [CINCO HARGREEVES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora