Selene permaneció inmóvil, enfrentándose al enigma que representaba aquel hombre que emergía de la oscuridad del claro. Su figura, aunque claramente humana, parecía estar en sintonía con el entorno, como si los árboles y las sombras lo hubieran formado a su alrededor. Había algo en su presencia que era difícil de describir: no era amenazante, pero tampoco era completamente tranquilizadora.
—¿Parte del bosque? — repitió sus palabras, intentando comprender lo que había querido decir. —¿Quién eres realmente?
El hombre la miraba sin prisa, como si sus preguntas no le afectaran en lo más mínimo. Sus ojos, de un color inusualmente oscuro, parecían captar cada pequeño movimiento que ella hacía. Finalmente, habló de nuevo, esta vez con un tono más bajo, casi como un susurro.
—He estado aquí por más tiempo del que puedes imaginar. Soy el guardián de este lugar, o al menos, así me llaman algunos. Otros solo me conocen como la sombra en la que no deben fijar sus ojos. —Sonrió apenas, una sonrisa breve y distante que no llegó a iluminar su rostro por completo.
Selene frunció el ceño, su mente luchando por unir las piezas de un rompecabezas que parecía incompleto. Guardián. La sombra. Los cuentos y leyendas del pueblo hablaban de una criatura que acechaba en el Bosque, pero nunca mencionaban a un hombre.
—¿Eres tú la criatura de la que todos hablan? —preguntó, su curiosidad superando cualquier temor que pudiera haber sentido hasta ese momento.
El hombre entrecerró los ojos, como si la pregunta lo hubiera sorprendido. Por un momento, pareció vacilar, como si estuviera considerando qué decir. Luego, dio un paso hacia adelante, entrando por completo en el haz de luz de la linterna de Ana.
—Soy lo que queda de una maldición antigua, un eco de algo que ya no debería existir —respondió finalmente. —Durante el día, soy como tú, humano. Pero cuando cae la noche... —hizo una pausa, sus ojos destellando por un breve segundo, antes de continuar— me convierto en lo que la oscuridad necesita. Un cazador. Una sombra. Y aquellos que me ven en esa forma rara vez viven para contarlo.
Selene sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dio un paso atrás. La tensión en el aire era palpable, y, a pesar del peligro que parecía emanar de sus palabras, había algo en la sinceridad de aquel hombre que la mantenía en su lugar. No tenía miedo de él; sentía una conexión inexplicable que la empujaba a no huir.
—Entonces, ¿es por eso por lo que nadie sobrevive al entrar en el bosque? ¿Es por ti? —preguntó ella con algo de fascinación y a la vez aprensión.
Él asintió lentamente. —Sí y no. El bosque tiene su propia voluntad. Yo soy parte de él, pero no lo controlo. Las personas que entran aquí lo hacen con miedo en sus corazones, y el bosque responde a ese miedo. Lo alimenta. Les muestra sus peores pesadillas. Y cuando yo salgo por la noche, esas personas no están preparadas para lo que encuentran. La mayoría corre. Pero tú... —sus ojos se suavizaron ligeramente— tú no estás huyendo.
Selene sintió que su respiración se hacía más profunda mientras absorbía sus palabras. Todo lo que él decía tenía un sentido retorcido pero lógico. Quizá no era tanto el hombre ni el bosque, sino lo que traían consigo aquellos que se adentraban en sus dominios.
—No vine aquí para huir —dijo con firmeza. —Vine porque necesitaba respuestas. Nadie en mi pueblo entiende lo que realmente sucede aquí, pero yo quiero entenderlo. Sentía que algo me llamaba, como si el bosque me estuviera esperando.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza, observándola con renovada curiosidad.
—No eres como los demás —murmuró. —Los que entran aquí siempre buscan algo que no deberían. Pero tú... tú no tienes miedo. Eso te hace diferente.
Ella se quedó en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Era cierto. A diferencia de los otros habitantes del pueblo, nunca había sentido verdadero temor hacia el bosque. En cambio, sentía una extraña fascinación, como si siempre hubiera estado destinada a descubrir lo que otros no se atrevían a enfrentar. Pero ahora, estando frente a este hombre, entendía que lo que buscaba no era tanto la verdad del bosque, sino la suya propia.
—Si es una maldición lo que te afecta, ¿cómo se puede romper? —preguntó, sintiendo que quizás había más en su historia de lo que él estaba dispuesto a compartir.
El hombre se tensó ante su pregunta, su mirada volviéndose distante. —No es tan simple. La maldición está tejida en el mismo corazón del bosque, y romperla implicaría destruir algo mucho más grande que solo a mí. Además... —hizo una pausa, como si estuviera decidiendo si debía continuar— la maldición no puede romperse. Es un ciclo. Y aunque lo deseara, estoy atrapado en él. Al menos hasta que alguien encuentre el modo de liberarme.
Selene no podía apartar los ojos de él. A pesar de todo lo que había dicho, había algo en su tono, una melancolía profunda que sugería que, quizás, él ya había perdido la esperanza de ser liberado.
—Tal vez ese alguien soy yo —dijo, sin dudar.
El hombre la miró, sus ojos oscuros reflejando la luz de la luna que comenzaba a asomarse entre las nubes. Una chispa de sorpresa cruzó su rostro, como si no esperara que alguien, y mucho menos una extraña, pudiera ofrecer tal declaración.
—¿Tú? —Su tono era suave, casi escéptico, pero había una curiosidad genuina en sus palabras.
Selene asintió. —Tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero voy a encontrar una forma de liberarte. De romper el ciclo. No creo en las maldiciones que duran para siempre. Todo tiene una grieta, y donde hay una grieta, hay una forma de escapar.
Por primera vez desde que había comenzado la conversación, el hombre dejó escapar una pequeña risa, breve y casi inaudible. Era una risa amarga, como si el mismo acto de reír fuera algo que no había hecho en mucho tiempo.
—Eres demasiado valiente para tu propio bien —murmuró, mirándola fijamente.
Ella no se movió ni respondió de inmediato. Algo en su instinto le decía que ese hombre era importante, no solo para el bosque, sino para ella. No entendía completamente por qué, pero sabía que no se iría de ese claro sin obtener más respuestas.
El viento se levantó de nuevo, y las hojas en el suelo comenzaron a agitarse a su alrededor. El hombre levantó la vista hacia el cielo, sus ojos oscureciéndose aún más.
—Pronto llegará la noche —dijo con una especie de resignación en su voz. —Y cuando lo haga, no seré yo mismo. No me busques cuando el sol se ponga. Si lo haces... podrías no ser tan afortunada como ahora.
Ella sintió un nudo en el estómago. Había algo en su advertencia que la hacía dudar por primera vez. No quería creer que, al caer la noche, este hombre —quien quiera que fuera— pudiera convertirse en algo más, algo peligroso.
—¿Y si no quiero irme? —preguntó, desafiando la gravedad de la situación con su habitual terquedad.
El hombre la miró por un largo momento, sus ojos brillando de una forma extraña bajo la luz tenue de la luna. —Entonces te quedarás, y enfrentarás lo que venga. Pero te advierto, no seré yo quien te proteja.
Selene no podía dejar de notar el tono final en sus palabras, una mezcla de advertencia y desafío, como si supiera que ella no se iría.
—Entonces me quedaré —dijo finalmente, con la determinación firme en su voz.
El hombre bajó la vista, y aunque no respondió, pudo ver en su expresión que había algo más profundo bajo la superficie. Algo que quizás ni él mismo entendía completamente.
El bosque susurraba a su alrededor, y mientras la noche comenzaba a envolverlos en su manto oscuro, Selene sintió que había cruzado un umbral invisible, un punto de no retorno.