Capítulo 2

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—Qué poco atractiva me parece la vida en el campo —⁠dijo Hana, al hilo de la conversación de su marido sobre la familia de Terrence Bourne, durante la cena.

—¿Te lo parece? —Selig utilizó su fina ironía⁠—. Yo opino que sería muy feliz viviendo en un rancho. Mis caballos...

—Ya salió el tema —protestó Hana⁠—. Siempre acabamos hablando de tus caballos.

—Estamos hablando de la vida en el campo, querida.

—¿Qué sabe de esa familia, padre? —⁠Anelise interrumpió la discusión ante la indiferencia de sus dos hermanos, que observaban la escena como si no fuese con ellos.

—Pues Terrence Bourne está casado con una preciosa mujer...

—Una comanche —lo interrumpió Hana⁠—. Una sucia india.

—No hables así —pidió su esposo⁠—. Es una mujer bella y educada para...

—Claro, cómo no ibas a fijarte...

—Me invitaron a comer en su rancho, pasé una velada con ellos, ¿cómo no iba a fijarme, mujer? Siempre tienes que sacar las cosas de quicio.

—Por mucho que la hayan educado como a una mujer de bien, en sus venas hay sangre comanche, que es lo mismo que decir que es una salvaje.

Anelise miraba a su padre esperando que lo negara, pero Selig no parecía dispuesto a decir nada más.

—¿Es cierto, padre? ¿La madre de Crofton Bourne es una... una india?

Vandermer miró a su hija con pesar y después de pensarlo un momento dejó los cubiertos en la mesa con expresión severa.

—La señora Bourne fue rescatada por una buena familia americana y la criaron como hija suya. Tiene la educación y la cultura que se esperaría de alguien de su categoría y en nada es perceptible el origen de sus padres. No es de buen cristiano...

—Una salvaje —lo cortó su mujer⁠—, descendiente de animales que arrancaban las cabelleras de sus víctimas y que no dudaban en matar a familias inocentes...

—¿Inocentes? —Su marido la miraba ahora muy serio y visiblemente enfadado. Necesitó de un gran autocontrol para contener todo lo que hubiese deseado decirle. No quería que sus hijos presenciasen otra discusión, así que optó por callarse.

Anelise bajó la mirada a su plato, decepcionada. La conversación era imposible. Como casi todos los días, los comentarios agrios de su madre hacia su padre hacían del todo imposible mantener un diálogo fluido y agradable. Pero aquel día, sin saber por qué, le resultaron más desagradables de lo normal. No quería que criticasen a la madre de Crofton Bourne porque no quería que nada cambiase la magnífica impresión que el vaquero le había causado.

—Señorita Vandermer, hay un hombre en la puerta que dice que viene a verla —⁠dijo Marie, la doncella, después de encontrarla en la biblioteca.

—¿Un hombre? ¿Y viene a verme a mí? Pero ¿por qué no ha entrado? ¿Quién es?

—Sí, es un hombre. Y sí, viene a verla a usted. Le he dicho que entre, pero no puede porque no ha venido solo. Y no me ha dicho su nombre, pero es el que estuvo aquí ayer tomando el té.

Anelise se puso de pie de golpe y trató de disimular frente a la criada yendo a colocar el libro en su lugar de la estantería y arreglando algunos objetos que estaban perfectamente. Cuando se hubo serenado se volvió hacia Marie.

—¿Y quién le acompaña?

—Ha venido con dos caballos.

Anelise salió de la casa y al acercarse vio a Crofton bajar de un mustango negro, precioso.

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