Capítulo 9

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Durante el viaje en barco, de regreso a América, Anelise tuvo mucho tiempo para pensar. Aquellos tres meses en compañía de Rayner habían sido los más felices de su vida. Con él se sentía plenamente libre y respetada. El futuro conde de Cottesburg no utilizaba ni su clase social ni el hecho de ser un hombre para imponer sus criterios o sus deseos. Su discurso era claro y sincero, siempre decía lo que pensaba, pero nunca con superioridad o condescendencia. La interpelaba porque le importaba su opinión sobre cualquier tema, y la provocaba para que se liberara de la rígida educación que había recibido de su madre.

Hana aprovechó cualquier ocasión propicia para tratar de influir en su hija. Anelise no quería pensar lo que diría su madre si supiese que el futuro conde le había pedido matrimonio y lo que ella le había respondido. Sin lugar a dudas, a su madre le daría algo si se enteraba.

No sintió ningún alivio al reencontrarse con su vida cotidiana. Si cuando se marcharon estaba inquieta y angustiada, ahora se sentía profundamente triste. Durante el viaje recordó todas las buenas cualidades de Rayner, pero según pasaron los días ya no era eso lo que más añoraba. Lo que la hacía suspirar de manera inesperada o le arrancaba alguna lágrima era pensar en su sonrisa, en su cálida voz cuando le hablaba de las cosas que le importaban y que nada tenían que ver con su posición. Sus largas y silenciosas miradas, cuando sus ojos le decían todo aquello que no se puede expresar con palabras.

Pero Anelise era un mar embravecido en el que sus dudas cabalgaban sobre las grandes olas. El recuerdo de Crofton batallaba contra sus actuales sentimientos. También se estremecía al pensar en él y sus pensamientos le arrancaban suspiros y lágrimas en igual medida. Temió volverse loca y lo que menos necesitaba para su estabilidad eran las peleas constantes entre sus padres. Por eso, cuando reunieron a sus hermanos y a ella en el salón para anunciarles que iban a separarse, en lugar de pena sintió alivio. Se decidió que los dos varones irían a vivir con Selig y ella se quedaría con su madre, algo del todo comprensible. Lo que Anelise no pensó fue que, a partir de ese momento, vería muy poco a su padre y sus hermanos y que su madre sería quien tomaría todas las decisiones sin que hubiese nadie con autoridad que pudiese oponerse a sus designios.

—No vas a mandar esa carta —⁠decía Hana roja de ira blandiendo el sobre en su mano⁠—. De ninguna manera permitiré que te rebajes de ese modo.

—Debo hacerlo, mamá, no podré tomar una decisión al respecto si no hablo antes con Crofton.

Finalmente se había visto obligada a explicarle la proposición de Rayner y su respuesta, y eso había hecho que su madre se mostrase totalmente desquiciada.

—¿Cómo has podido ser tan estúpida? —⁠dijo Hana paseándose por el salón mientas se daba aire con la carta⁠—. ¡Un futuro conde!

—Debo hacer las cosas bien —⁠argumentó Anelise con una expresión que evidenciaba su firmeza y determinación.

—¿Bien? ¡Crofton Bourne se marchó! ¡Te dejó libre!

—Pero me amaba.

Su madre la miró aún más furiosa.

—¿Y qué importa eso? ¿Con el amor vas a pagar tus caprichos? ¿Con el amor te comprarás una casa y tus vestidos? ¿Darás una educación a tus hijos ofreciendo en pago una porción de ese amor?

—Crofton no es un mendigo, mamá, tiene...

—¡Ya sé lo que tiene! ¡Tiene una madre comanche!

—Su madre no es comanche. —⁠Rebatió Anelise⁠—. Al menos, no del todo.

—Pero hija, ¿acaso no es verdad lo que vieron mis ojos? —⁠Hana suavizó el tono y fue a sentarse junto a ella⁠—. Tú amas a Rayner, no tengo ninguna duda.

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