Capítulo 15

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Desde la boda nunca habían permanecido distanciados ni un solo día, por lo que para Anelise aquella situación era totalmente nueva. Se sentía perdida y sin saber cómo actuar. Por las noches, cuando se metían en la cama y él le daba la espalda, ella se acurrucaba con un sentimiento de abandono que le impedía conciliar el sueño. Temió que toda su estancia en Londres fuese así.

No entendía nada. Aquello no podía estar pasándoles a ellos. Sabía que Rayner la amaba y llevaba un hijo suyo en las entrañas, ¿cómo podía tratarla así? Durante el día asistían a eventos o reuniones sociales y él se mostraba correcto y educado pero distante. Pero lo peor llegaba por la noche, cuando se encontraban a solas en el dormitorio y él la ignoraba como si ya no la amase.

La quinta noche no pudo soportarlo más y se enfrentó a él.

—No puedes seguir haciéndome esto.

Rayner acababa de darle las buenas noches y no se movió. Anelise se levantó y dio la vuelta a la cama para colocarse frente a él. La luz de las velas danzaba sobre su camisón y provocaba formas fantasmagóricas.

—Soy tu esposa y llevo a tu hijo en mi vientre, no merezco que me trates de este modo —⁠dijo con firmeza.

—Vuelve a la cama —dijo él con voz cansada.

—Mañana cenaremos en palacio. No me presentaré ante la reina con este sentimiento tan desolador en el pecho, cuando debería ser la mujer más feliz del mundo.

Rayner suspiró y se incorporó. Se apoyó en el cabecero y colocó las manos sobre sus piernas. Anelise lo miraba con orgullo, retándolo.

—¿Te preocupa que la reina descubra que las cosas no van bien en este paraíso?

—¿Por qué me hablas así? Nunca habías sido cruel conmigo.

—Nunca te había visto ser tan desconsiderada y cruel con nadie.

Anelise respiró hondo antes de responder.

—Me disculpé con ella.

—¿Y ya está? Te disculpaste con ella y todo arreglado, ¿no?

—Hice algo indebido y me disculpé por ello.

La miró con tal desolación que Anelise se estremeció.

—Vuelve a la cama, vas a enfriarte —⁠dijo él con voz profunda.

—No tengo frío, al menos no esa clase de frío.

Lo miró de un modo tan intenso que él tuvo que apartar la mirada. Apartó las sábanas y se levantó también, después dio un paso hacia ella y la agarró por los brazos como si quisiera asegurarse de que no se movía de allí hasta que él acabase de hablar.

—¿Puede esa cabecita tuya imaginar siquiera lo que Faye tuvo que sufrir? ¿Lo que sintió cuando fui a decirle que el hombre al que amaba estaba muerto?

Anelise bajó la mirada y su esposo levantó su mentón obligándola a mirarlo.

—No, no puedes... —susurró—. ¿Y sabes cómo reaccionó ella? ¡Me consoló a mí! Yo tenía el corazón hecho pedazos y apenas podía sostenerme en pie, pero ella era su prometida y acababa de saber que el hombre con el que se iba a casar estaba enfriándose en una cama.

Los ojos de Anelise se llenaron de lágrimas. Sentía una profunda desolación por haberlo decepcionado de ese modo, por haber hecho daño a Faye y por ser tan débil como para dejarse arrastrar por aquella absurda y estúpida debilidad.

—Me mortificaron los comentarios de tu madre al ver cómo la tratabas. La mirabas con tanto afecto que me sentí insignificante a su lado.

—¡Es como una hermana para mí!

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