Capítulo 7

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Anelise se paseaba por la sala de exposición contemplando atenta todas y cada una de las flores. Después de dar una vuelta completa se detuvo frente a su preferida.

—¿No te parece la flor más bella que hayas visto jamás? —⁠preguntó Cynthia sonriendo al anciano jardinero con afecto.

—Sin duda —respondió Anelise—. Después de ver esta flor, señor Wickens, ninguna otra me parece suficientemente hermosa.

El jardinero de los Earlington sonrió satisfecho ante sus elogiosas y sinceras palabras.

—Veo que la señorita Vandermer ha quedado cautivada por su orquídea, Wickens. —⁠Rayner se había acercado sin que se percataran de su presencia.

—Ha sido muy generosa con sus palabras —⁠dijo el anciano con evidente orgullo.

—Estoy seguro de que ha sido completamente sincera —⁠respondió el futuro conde.

Las dos mujeres siguieron contemplando el resto de flores del concurso hasta que Robert Turrell se acercó a Cynthia para pedirle que mediara entre su hermana y él en un conflicto doméstico.

Al quedarse solos, Anelise y Rayner salieron de la Sala.

—Tengo entendido que el señor Wickens nunca ha ganado —⁠dijo Anelise mientras caminaban sin rumbo fijo⁠—. Y, sin embargo, su orquídea es preciosa.

—La mejor orquídea del concurso, sin duda —⁠dijo él mirándola como se mira a una niña que no entiende las cosas de los mayores⁠—. El concurso es de mi madre y debo confesar que todo este teatro se organiza única y exclusivamente para alimentar su enorme e insatisfecho ego.

Anelise frunció el ceño esforzándose en contener las palabras que venían a su boca.

—Siento desilusionarla, mi querida amiga —⁠dijo Rayner sin dejar de sonreír⁠—. El mundo es un lugar cruel e injusto. ¿Cómo si no se entiende que todos estos pueblerinos hayan venido a celebrar la ostentación de sus amos?

Anelise abrió la boca sin poder creer lo que escuchaba.

—¿Cómo puede hablar así de ellos? —⁠dijo bajando la voz y rezando mentalmente por qué los aldeanos no hubiesen escuchado las palabras del futuro conde.

—No tema —dijo él bajando también el tono⁠—. Si me hubiesen escuchado harían como si nada. Son pueblerinos, pero no son estúpidos. Al menos no tanto.

Anelise se sintió asqueada por su manera de comportarse y poniéndose seria se disculpó y se alejó de él sin mirar atrás. Rayner la alcanzó enseguida y la obligó a detenerse cogiéndola del brazo con suavidad.

—Disculpe mi desagradable comportamiento —⁠dijo muy serio⁠—. Me altera enormemente tener que asistir a esta clase de actos. Y no solo me obligan a asistir, además soy el encargado de entregar el premio, sabiendo que es una elección injusta e innecesaria. Ya sé lo que está pensando, pero debo desilusionarla. La condesa está acostumbrada a conseguir siempre lo que quiere y le aseguro que no hay fuerza humana capaz de resistirse a sus deseos.

Anelise lo miró con atención. Parecía totalmente sincero.

—Demos un paseo —pidió él—. Aún tenemos una hora hasta que tenga que hacer mi papel en esta aburrida obra.

Los exteriores de Godinton House no tenían nada que envidiar a los de los palacios franceses que tanto le gustaban a Anelise.

—Es usted muy afortunado al disponer de un lugar como este para pasear cuando lo desee —⁠dijo Anelise.

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