que carajos está pasando?

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                  Narra Cleo

Era de noche. Fue un día muy duro: terminé mi trabajo de niñera y después tuve que hacer doble turno en la cafetería en la que también trabajaba. Además, tuve que ir a visitar a mi mamá y no saben cómo me dolió verla acostada en una cama. Empecé a caminar y me di cuenta de que habían pasado semanas desde que me había visto con ese hombre. No paraba de pensar en él y no importaban mis esfuerzos por intentar recordar todo, no podía. Mientras caminaba, empecé a sentirme observada. Miré a mis lados 

hasta que vi que un montón de hombres armados se empezaron a bajar de una camioneta, empecé a correr y ellos al verme, empezaron a correr detrás de mi

—mierda! ¿¡por qué a mí!?

los hombres me atraparon y me alzaron mientras yo pataliaba

_suelten hijos de puta!
grite con todas mis fuerzas pero nadie salió a mí ayuda

—Si me llegan a tocar una sola parte del cuerpo, los mato —dije, amenazando, pero nadie me respondió.

—¡Carajo, digan algo!

Pasaron minutos en silencio; la angustia me estaba matando, hasta que sentí que la camioneta se detuvo. En ese momento, mi nivel de miedo y adrenalina subió.

—¡Agárrala! —escuché que dijo un hombre.

—¡No! ¡Nadie me toque!

Ellos ignoraron mis gritos y me cargaron a los hombros mientras yo pateaba al vacío, intentando liberarme.

Escuché cómo abrían una puerta.

Y me sentaban en un sofá antes de irse.

—¿A dónde van? ¡Regresen y pelen, malditos!

Alguien empezó a acercarse por atrás y me soltó las manos. Apenas vi la oportunidad, me quité la venda y me levanté, sacando la navaja de mi bolsillo que siempre llevaba por protección. Miré a mí alrededor hasta que lo vi; ¡era él! El hombre con el que pasé esa noche. Me quedé paralizada hasta que grité:

—¡Tú! ¿Qué crees que haces?

El alzo las manos en señal de que era inofensivo

—Tranquila, cara mía.

—¿Cómo carajos quieres que me tranquilice? ¡Me secuestraron!

—Lo siento.

Su mirada se enfrió.

—Y me dejaste abandonado en ese hotel.

—Lo siento, pero no me acordaba de nada que querías que hiciera.

Le dije, aún sin bajar mi navaja; las manos me temblaban.

—¡Yo me voy!

—Usted no se va a ningún lado.

—¿Y quién me va a detener, tú?

Él se acerca a mí y agarra el filo de la navaja, poniéndola en el cuello.

—Tú te vas y yo me mato.

Lo miro asustada y aprieto la mandíbula.

Él se clava poco a poco la navaja en el cuello y veo cómo la piel se va hundiendo...

Una Serpiente Domesticada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora