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Algunas veces queremos salir de un pasado que nos persigue aún en el presente, tenemos algún recuerdo que nos sigue cada día de la vida que aunque queramos dejar en el olvido es complejo, porque a fin de cuentas el pasado es parte de nosotros, parque de lo que somos, parte de la vida y posiblemente abrazarla nos ayude a manejar las emociones que nos pueden surgir en nuestros corazones; eso fue el caso de Yeosang junto a los pequeños mellizos Hwang.

Algunos pueden creer que al ser una persona relativamente conocida en el mundo de la justicia en Corea su infancia que perfecta, intachable, el niño perfecto que los padres amaban presumir en todas y cada una de las reuniones a las que iban, ¿cómo creen que fueron las caras de todos esos ancianos al saber que el abogado más joven reconocido realmente había sido un pobre diablo huérfano?.

Yeosang no era fanático de hablar de su infancia por ese pequeño detalle, era incómodo recordarlo; sin embargo, había aprendido que era una parte de su vida que quisiera o no lo iba a seguir constantemente cuando le preguntaban por su familia, no podía simplemente decir que su familia fueron las ratas en los callejones donde lograba encontrar un refugio de vez en cuando, o cuando le preguntaban en donde vivió porque no podía decir que en una mansión enorme hecha de cajas llenas de humedad; el único que conocía su pasado totalmente era Jongho.

A él no le daba vergüenza mínima decir que era huérfano y que no tenía una familia, lo que en realidad si le daba vergüenza es que no podía decir como había vivido antes, aquellas condiciones que lo habían mandado al hospital en donde trabajaban los padres de su actual pareja, pero que en el pasado solamente había sido un niño que le solía regalar comida y lo visitaba en su casita de cartones.

Yeosang había vivido en un orfanato después de que sus padres perdieron su custodia cuando tenía dos años, jamás los llego a conocer, lo mandaron a un orfanato, pero vivió posiblemente los peores años de su vida ahí, gritos, golpes, humillaciones, castigos inhumanos había logrado presenciar; fue así como una noche escapo con la corta edad de ocho años, no tenía donde ir, no conocía la ciudad en la que habitaba, no sabía nada, lo único que sabía es que necesitaba sobrevivir y valerse por sí mismo.

Los primeros días no fueron fáciles, para un pequeño que desconocía el mundo creyó que podía trabajar en algo... la realidad fue un fuerte golpe claramente, para defenderse había aprendido a robar en las tiendas, engañar señoras para hurgar en sus bolsos buscando algo que le sirviera para sobrevivir, algo que tenía a su favor era su ternura de infante que lograba convencer a las personas de ayudarlo en algunas ocasiones.

De alguna extraña manera había vivido como se dijo antes en un castillo de cajas en un lugar lleno de ratas, perros y gatos que al igual que él eran callejeros, de alguna extraña manera ganó la confianza de ellos logrando incluso que lo protegieran de los peligros a cambio de alimento y caricias; aún recordaba al perro más viejo de la manada cuidarlo cuando un hombre intento llevarlo a la fuerza con él, los animalitos habían sido su única compañía... hasta que un día conoció a su ángel guardián.

El invierno había llegado por lo cual las temperaturas eran aún más bajas acompañadas de la bonita nieve que caía lentamente, todo sería perfecto si no fueran un niño abandonado que apenas había logrado sobrevivir cuatro meses en pésimas condiciones, la forma de conocerse Jongho y Yeosang fue extraña; el mayor de los dos había entrado a una panadería a robar una barra de pan para él y sus compañeros, pero el dueño del lugar lo había descubierto y lo había golpeado hasta sacarlo del lugar bajo la mirada de los presentes que los observaron con repulsión.

Pero solo un par de ojitos no lo vieron así.

Yeosang había regresado temblando a su callejón sollozando mientras se acariciaba su mejilla donde había recibido el golpe de aquel hombre, tenía hambre, frío y se sentía débil, pero intentaba seguir porque sabía que a las personas buenas le ocurrían cosas buenas, el pequeño no había sentido la presencia de otro niño cerca hasta que el perro anciano empezó a ladrar alertando de un desconocido entrando al callejón.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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Second chance  «Yungi»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora