XII

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El crepúsculo teñía el cielo de un violeta moribundo, mientras las estrellas nacían tímidamente, como si dudaran de su propio brillo.

El bosque, en su serenidad, se alzaba sombrío alrededor de él, envolviéndolo en un abrazo gélido que parecía susurrar secretos antiguos.

El viento, como un suspiro eterno, acariciaba su rostro con la frialdad de la distancia que había comenzado a crecer entre él y Jin.

Cada paso que daba hacia los acantilados sentía el peso invisible de ese abismo, no solo bajo sus pies, sino también en su corazón.

Y allí estaba él.

Su esposo, medio oculto por la maleza, parecía un fantasma, una figura esculpida por el dolor, fundida en la oscuridad.

Sus hombros caídos y el cabello desordenado, empapado por la brisa marina, lo hacían parecer más frágil de lo que recordaba.

Parecía parte del paisaje, como si su pena lo hubiera vuelto uno con la tierra, con el viento, con la desolación misma.

No dijo nada al acercarse, porque las palabras se sentían inútiles en ese momento.

El crujir suave de las hojas secas bajo sus pies fue el único aviso de su llegada, y cuando se sentó a su lado, ambos quedaron en silencio, como dos estrellas apagadas en la vastedad de un cielo sin luz.

— ¿Por qué no me lo dijiste? — rompió al fin, su voz un murmullo lleno de decepción, pero no de ira.

Nunca había sido ira, solo esa sensación amarga de haber sido apartado, de haber estado en la oscuridad.

El pelinegro cerró los ojos por un momento, como si sus palabras fueran viento frío rozando sus heridas aún abiertas.

Podía sentir cómo su corazón, cargado de cicatrices invisibles, latía en el pecho, pero tan débilmente que le parecía un eco lejano.

— No quería que te enojaras... — Su omega habló, pero su voz era como un murmullo perdido entre el susurro de las olas rompiendo a lo lejos — Sé que quieres tener hijos... No podía soportar que me odiaras por esto también.

Presionó los labios, sintiendo el tirón de esas palabras en su pecho, como garras afiladas.

Quería consolarlo, decirle que no, que jamás lo odiaría, pero las palabras se le atascaban en la garganta, pesadas, llenas de un dolor que no podía expresar.

— Yo... aún no estoy preparado para tener otro hijo — Continuo el omega, sus palabras se quebraron al final, como hojas secas bajo los pies, frágiles, incapaces de resistir el peso del dolor — El vacío que siento desde... desde que lo perdimos... es más de lo que puedo soportar.

Sintió que el aire se volvía más frío.

A pesar de la calidez que intentaba transmitir con su presencia, algo oscuro se extendía en el espacio entre ellos, como una sombra larga e interminable.

Miró a Jin, que temblaba levemente, pero no de frío.

Era el temblor del alma rota, del peso de una tragedia que aún se sentía fresca, como una herida que jamás había sanado.

Sin decir nada, extendió un brazo y lo envolvió en su abrazo.

El cuerpo de su esposo era frío, como si hubiera absorbido toda la frialdad de aquel lugar solitario.

El aroma tenue de su omega, flores de cerezo con una nota amarga de miedo, era lo único que lo mantenía atado a la realidad en ese momento.

Lo apretó contra su pecho, sintiendo los sollozos silenciosos que recorrían su cuerpo, como olas rompientes contra la piedra.

Moonchild [Namjin]Where stories live. Discover now