XI

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La luz del atardecer comenzaba a desvanecerse, sumiendo el bosque en una penumbra que parecía engullirlo todo, como si las sombras devoraran lentamente los últimos restos del día.

El viento soplaba entre los árboles, frío y punzante, cargado con la promesa de algo inminente, algo terrible.

Avanzaba con pasos erráticos, sintiendo como si el mismo bosque tratara de tragárselo.

Su respiración se aceleraba a cada paso, y el latido frenético de su corazón le recordaba la cuenta regresiva antes del desastre.

Era como si el miedo le arañara el pecho, penetrando su carne como garras invisibles.

El crujido de las hojas secas bajo sus pies era un eco ominoso que rompía el denso silencio del bosque, pero no más que su mente, que se sentía atrapada en un torbellino de ansiedad.

El aire estaba cargado de un perfume húmedo y terroso, como si la tierra misma estuviera reteniendo el aliento antes de un desastre.

De repente, el silencio se rompió con el sonido de voces, profundas y amenazantes, cortando el aire como cuchillos invisibles.

— ¡Rápido! — dijo una voz grave, llena de apremio. — Tenemos que encontrarlo.

— El bosque es traicionero a esta hora, pero la recompensa lo vale — respondió otra voz, impregnada de avaricia y desesperación, como si la misma oscuridad hubiera contaminado sus palabras.

El sonido de las voces se volvió más cercano y más amenazante, cortando el silencio de la noche como cuchillos afilados.

Se quedó congelado, su mente luchando contra el pánico que le impedía pensar con claridad.

Su respiración se hacía más pesada, cada inhalación se sentía como un lastre en su pecho.

Quiso correr, huir, pero sus piernas no respondían.

El terror se había arraigado en sus huesos, paralizando su cuerpo.

Cuando intentó moverse, el roce de las hojas bajo sus pies traicionó su posición.

Uno de los hombres, con un gesto rápido y decidido, lanzó un vistazo al lugar donde había estado.

La linterna en su mano arrojó un haz de luz, revelando su contorno, intentó moverse pero ya era demasiado tarde.

— ¡Ahí! — gritó uno de los hombres, su voz llena de urgencia. Las linternas se movieron como varitas mágicas en la oscuridad, barriendo el área.

Se lanzó a correr, pero sus pasos eran erráticos y desesperados.

Tropezó con las raíces expuestas del suelo, su caída le hizo perder aún más tiempo.

Los hombres se acercaron con pasos firmes y resueltos, su rapidez era implacable.

Uno de ellos lo agarró por el brazo con una fuerza brutal, mientras el otro le inmovilizaba las piernas.

Intentó luchar, sus manos se movían frenéticamente, pero era como intentar detener una tormenta con las manos desnudas.

Los hombres lo arrastraron por el suelo, cada tirón y empujón era una prueba de su desesperación.

La tierra fría y dura se sentía como una bofetada en su piel, y su visión se nublaba con el miedo que lo invadía.

— ¡Déjenme en paz! — gritó, su voz temblando con desesperación.

— ¿Dónde está SeokJin? — La voz era un susurro que llevaba el peso del veneno, fría y calculadora. — Si no nos lo dices... — el cuchillo que sostenía brillaba bajo la luz de la linterna — Dilo si no quieres que te lastimen.

Moonchild [Namjin]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang