CAPÍTULO SIETE: CONFIANZA SILENCIOSA

4 1 0
                                    

El infierno se había vuelto insoportable para Xyvolas. Cada amanecer traía consigo el mismo ciclo de odio, desprecio y violencia por parte de su padre. El rey del infierno, cuya ira parecía no tener límites, descargaba cada vez con más frecuencia su furia sobre su hijo, reduciéndolo a un estado de constante sufrimiento. Xyvolas ya no tenía el dibujo que había guardado con tanto cariño, y la flor que había recibido como símbolo de su amistad con Nivorys también había sido destruida. Todo lo que lo conectaba a su amigo, todo lo que había atesorado, se desvanecía en la oscuridad del palacio, dejándole solo con los dolorosos recuerdos.

Cada golpe, cada insulto, era un recordatorio de lo lejos que estaba de la frontera, de la luz, de Nivorys. Ya no había nada tangible que lo uniera a aquel ser celestial que había iluminado su vida. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, seguía atesorando los recuerdos que le quedaban. Recordaba los ojos rosados de Nivorys, brillantes y llenos de vida, llenando su alma con una luz cálida que nunca antes había experimentado. Era lo único que lo mantenía en pie, lo único que lo impedía caer por completo en la desesperación.

Sentía el dolor físico de las agresiones de su padre, pero lo que más le dolía era la pérdida de todo lo que lo conectaba a Nivorys. Se sentía vacío, como si parte de su ser se hubiera ido junto con el dibujo destrozado y la flor marchita. Las palabras hirientes de su padre seguían resonando en su mente, aplastando cualquier esperanza que intentaba brotar en su corazón.

— ¡Eres una vergüenza! —Escupía el rey cada vez que veía a Xyvolas—. No mereces ni el aire que respiras. No eres digno de ser mi hijo.

Xyvolas aguantaba, cada palabra y cada golpe lo hundían más en el abismo, pero no podía dejar ir el vago recuerdo de Nivorys. Cerraba los ojos y, por un momento, podía ver su rostro sonriente, podía sentir el calor de su abrazo y escuchar su risa suave como una brisa en un día de verano. Esa memoria, aunque tenue, lo mantenía aferrado a la esperanza de que algún día podría volver a verlo.

Mientras tanto, en el cielo, Nivorys caminaba por los pasillos de su hogar, con la tristeza pintada en su rostro angelical. Cada mañana, desde hacía semanas, emprendía el mismo camino hacia la frontera, con la esperanza de que Xyvolas apareciera, de que su amigo demonio mantuviera la promesa que habían hecho. Pero día tras día, regresaba solo, con el corazón cada vez más pesado, preguntándose qué podría haberle sucedido a su querido amigo.

Ese día no era diferente. Nivorys se preparaba para salir una vez más, decidido a esperar en la frontera, aunque el sol se ocultara en el horizonte sin señales de Xyvolas. Sin embargo, antes de poder salir de su casa, su madre, una mujer dulce y comprensiva, lo detuvo.

— Nivorys, mi pequeño —Dijo con voz suave, posando una mano en el hombro de su hijo—. He notado que estos días estás triste. Cada vez que sales, vuelves con una expresión que me parte el corazón. ¿Por qué no me cuentas lo que te pasa? Quizá pueda ayudarte.

Nivorys se detuvo, sus grandes alas blancas se replegaron ligeramente a su espalda mientras bajaba la mirada. Sentía una mezcla de emociones agolpándose en su pecho: tristeza, preocupación, y sobre todo, miedo. Amaba a su madre, sabía que ella siempre había sido comprensiva y lo había apoyado en todo, pero esta vez... esta vez, no estaba seguro de poder contarle la verdad.

— Madre... —Murmuró Nivorys, su voz quebrada—. Es que...

La madre de Nivorys sonrió suavemente y se arrodilló frente a él, tomando sus manos con cariño.

— Puedes contarme lo que sea, hijo. No importa lo complicado que parezca, siempre estaré aquí para escucharte.

Nivorys quiso decirle la verdad, quería contarle sobre su amigo, sobre Xyvolas, el demonio con el que había compartido los días más hermosos de su vida. Pero el miedo lo frenó. ¿Qué pasaría si su madre lo prohibía? ¿Y si le decía que no debía volver a ver a Xyvolas por ser un demonio? Esa idea lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa.

— No es nada... —Mintió Nivorys, tragándose el nudo en la garganta—. Solo... es que he estado pensando mucho últimamente.

Su madre lo observó en silencio por un momento, con una expresión que mezclaba ternura y comprensión. Finalmente, dejó escapar un suspiro leve, casi resignado, y una ligera sonrisa curvó sus labios.

— ¿Es por ese niño demonio? —Dijo suavemente, sin reproche en su voz.

Nivorys sintió como si el tiempo se hubiera detenido. El aire se volvió pesado a su alrededor, y sus ojos se abrieron de par en par. Todo lo que había tratado de ocultar, todo lo que temía revelar, acababa de salir a la luz de la manera más inesperada. Trató de hablar, pero las palabras no salían de su boca.

— ¿Cómo... cómo lo sabes? —Logró decir finalmente, su voz temblorosa, como si temiera la respuesta.

Su madre esbozó una sonrisa suave y asintió.

— Una vez te seguí, hijo —Comenzó—. Te vi caminar hacia la frontera, y decidí seguirte. Entonces fue cuando lo vi a él, a ese niño demonio. Al principio, me asusté, como cualquier madre lo haría. Ya sabes lo que siempre nos han dicho sobre los demonios, sobre el peligro que representan. Pero me quedé allí, oculta, observando desde lejos.

Nivorys no sabía qué decir. No podía creer que su madre hubiera sabido todo este tiempo sobre Xyvolas. Su corazón latía rápido, lleno de nervios.

— ¿Y...? —Preguntó en voz baja—. ¿Qué hiciste?

— Nada —Respondió su madre, con una expresión de dulzura—. Me quedé allí, vigilante, lista para intervenir si algo malo sucedía. Pero no sucedió nada malo. Vi la manera en que te miraba, la forma en que tú le sonreías. Vi cómo jugaban juntos, cómo compartían algo especial. Y, lo más importante, vi lo feliz que eras. No había maldad en él. Solo un niño que parecía tan encantado de estar contigo como tú de estar con él.

Nivorys sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Su madre había sabido todo este tiempo, y aun así, no había intervenido.

— Entonces... ¿por qué no me dijiste nada? —Preguntó, con la voz aún temblorosa.

— Porque confié en ti, hijo mío —Respondió ella, acariciando suavemente su mejilla—. Vi tu felicidad, y no quería arrebatarte eso. Sabía que si era importante para ti, también lo sería para mí. Pero también quería que, cuando estuvieras listo, vinieras a mí y me lo contaras por tu propia voluntad. Y aunque ha pasado tiempo, aquí estamos.

Nivorys se quedó en silencio por un momento, asimilando todo lo que su madre le había revelado. Parte de él se sentía aliviado de no tener que ocultar más la verdad. Pero otra parte aún sentía el peso de la incertidumbre. ¿Qué había pasado con Xyvolas? ¿Por qué no había vuelto?

— Madre... él no ha vuelto —Dijo finalmente, su voz cargada de tristeza—. Han pasado muchos días, casi semanas, y no sé qué le ha sucedido. Lo único que puedo hacer es seguir esperando.

Su madre lo abrazó, envolviéndolo en su calor, mientras Nivorys dejaba que las lágrimas corrieran por su rostro, finalmente liberando toda la tristeza que había estado acumulando.

— Entonces sigue esperando, cariño —Susurró ella—. Si tienes la certeza de que volverá, entonces él lo hará.

El horizonte de las Almas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora