CAPÍTULO NUEVE: RAÍCES DE NOSTALGIA

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Los años habían pasado en un suspiro para Xyvolas. De ser un niño de trece años, había crecido y se había convertido en un adolescente de dieciséis. Su cuerpo se había transformado, su rostro se había endurecido, pero su mente seguía atrapada en un ciclo de recuerdos y sombras. La imagen de la infancia, del ángel que una vez había sido su amigo, se desvanecía poco a poco, como un sueño del que uno se despierta demasiado pronto. Sin embargo, había algo que persistía en su memoria: el rosa de los ojos de Nivorys. Esa tonalidad vibrante era la única huella tangible que quedaba de aquel dulce ángel que había iluminado sus días.

En el castillo, la vida de Xyvolas era un continuo vaivén de expectativas y castigos. Su padre, un demonio de poder absoluto y temido por todos, había forjado a su hijo a base de violencia y disciplina. No había lugar para la dulzura ni la alegría en el hogar que había construido. La imagen de un hijo perfecto, frío y distante, era lo que se esperaba de él. Con cada golpe y cada reproche, Xyvolas había aprendido a ocultar sus sentimientos, a callar sus anhelos y a convertir sus recuerdos en meras sombras. Los días se convertían en semanas, las semanas en meses, y en cada instante, el niño que había sido se desvanecía más y más, hasta casi ser un extraño en su propia piel.

A pesar de la opresión, había momentos en los que la rutina se rompía. Durante esos momentos fugaces, cuando tenía la oportunidad, Xyvolas se escapaba al jardín del castillo, un pequeño refugio donde el aire fresco y el canto de los pájaros le recordaban que aún existía un mundo más allá de aquellas paredes. Aunque no podía recordar claramente los detalles de su infancia, las flores que crecían a su alrededor a veces despertaban ecos de risas y juegos, de un tiempo en el que la vida no era un combate constante por la aprobación de su padre.

Era un día soleado cuando, después de años de sufrimiento y dedicación, Xyvolas finalmente había logrado recuperar la confianza de su padre. Se sentía como un prisionero que había logrado obtener la libertad, aunque esa libertad estuviera ligada a un precio doloroso. La confianza que había ganado se había construido sobre la base de su dolor y la represión de su verdadero ser. Sin embargo, en su interior, una pequeña chispa de esperanza seguía viva. Un anhelo por el pasado, por la conexión que había perdido. Una mañana, con el corazón palpitante y una determinación renovada, se armó de valor para salir del castillo.

Las puertas del castillo se abrieron ante él, y el aire fresco lo envolvió como un abrazo. Con cada paso que daba, la luz del sol parecía abrazarlo, una sensación que no experimentaba desde hacía mucho. Sin mirar atrás, se dirigió hacia la frontera, el límite entre su mundo y el del ángel. La emoción crecía en su pecho, acompañada de un miedo palpable. ¿Y si ya no había nada allí? ¿Y si la promesa de su niñez se había desvanecido por completo?

Mientras se acercaba a la frontera, el paisaje cambiaba gradualmente. La desolación del dominio de su padre se desvanecía, dando paso a un entorno más vivo. Los árboles florecían en un estallido de colores, las flores silvestres se mecían suavemente con el viento, y el canto de las aves creaba una sinfonía armoniosa. Cada paso que daba le recordaba lo que había estado perdiendo, lo que había estado buscando en su corazón. A medida que se acercaba a su destino, la ansiedad se mezclaba con la esperanza, y su corazón latía con fuerza.

Al llegar a la frontera, lo primero que notó fue un árbol solitario, erguido como un guardián de los secretos de su pasado. Era el mismo árbol que había observado de lejos en su infancia, pero que ahora se erguía con un aire de misterio y nostalgia. Sus ramas se extendían como brazos abiertos, dispuestos a recibirlo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia él, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

Bajo las ramas que parecían susurrar con el viento, se encontró rodeado de dibujos y cartas. Con manos temblorosas, comenzó a examinar cada uno de los papeles que adornaban el tronco. Los colores vibrantes y las formas infantiles despertaron en él una mezcla de asombro y anhelo. Aquel árbol era un testigo del tiempo, un archivo de los momentos compartidos que creía haber olvidado.

Las cartas estaban atadas con una cinta desgastada, como si el tiempo hubiera intentado desgastarlas, pero cada una mantenía su esencia, su historia. Las manos de Xyvolas temblaban mientras deshacía el nudo, y el aroma del papel viejo lo envolvía en un torbellino de emociones. Comenzó a leer, y a medida que sus ojos se deslizaban por las palabras, una calidez comenzó a inundar su pecho, una sensación de familiaridad que había creído perdida.

Cada carta contenía palabras sencillas, pensamientos triviales, pero estaban impregnadas de la esencia de lo que había sido su amistad. Frases sobre flores, historias de juegos imaginarios, la simple alegría de vivir. Recordaba lo feliz que se sentía al jugar bajo la sombra de aquel árbol, sintiendo la brisa suave en su rostro. En cada línea, podía ver el amor que había dejado huellas profundas en su corazón, incluso cuando había tratado de olvidar.

“Querido amigo,” comenzaba una de las cartas. “Hoy vi una mariposa amarilla. Me hizo pensar en ti, porque siempre decías que los colores brillantes eran los más hermosos. Me gustaría que estuvieras aquí para ver lo hermosa que era. Te extraño tanto.”

Mientras leía, una sonrisa melancólica se dibujaba en su rostro. Los recuerdos inundaban su mente, llenándola de risas y juegos. Cada palabra se sentía como un abrazo cálido, y aunque el tiempo había pasado, la conexión que había compartido con ese ángel aún permanecía viva en su corazón. Había sido un refugio en su juventud, un compañero en un mundo lleno de sombras.

El tiempo pasó mientras leía las cartas, y cuando llegó a la última, se detuvo, asombrado por la profundidad de las emociones que había desatado. En ella, se desnudaba la vulnerabilidad de quien había estado esperando pacientemente, la confesión de un corazón que aún latía por él. Las palabras escritas con tanto cariño revelaban sentimientos profundos, un amor que Xyvolas nunca había imaginado que pudiera existir. “Siempre he sentido que mi corazón te pertenece. No importa la distancia que nos separe, siempre estarás en mis pensamientos. Eres la luz en mi vida, y te extraño más de lo que las palabras pueden expresar.”

La revelación de que alguien lo había amado, a pesar de las sombras que lo rodeaban, lo golpeó con la fuerza de un torrente. Una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla, chocando contra el suelo como una declaración silenciosa de todo lo que había guardado durante años. Fue en ese instante que un sonido interrumpió su trance. Ramitas crujieron bajo un peso ligero, y el dulce canto de una voz resonó en el aire, transportándolo a un abismo de recuerdos y felicidad.

La mezcla de emoción y miedo lo abrumó mientras giraba lentamente, con el corazón latiendo desbocado. Sus ojos recorrieron el paisaje, buscando la fuente de esa voz, una melodía que lo envolvía como un abrigo cálido. ¿Podría ser que, después de todo este tiempo, el ángel que había marcado su vida estuviera tan cerca? El eco de risas infantiles, la calidez de aquellos ojos rosas, todo regresaba a él, y su mundo se oscurecía en anticipación.

—¿Quién está allí?— Preguntó, su voz temblando ligeramente. La respuesta fue un silencio, pero su corazón seguía latiendo con fuerza. Los recuerdos de un pasado que había tratado de olvidar regresaban con la fuerza de un vendaval. Las tardes pasadas en la frontera, los secretos compartidos, las promesas de un futuro que nunca llegó. Xyvolas sintió que el tiempo se detenía, y la brisa suave acariciaba su rostro, trayendo consigo un aroma que le era familiar. Era una fragancia que le recordaba los días de juegos, risas y un amor inocente.

— Xyvolas…— La voz era suave, casi un susurro, y resonó en su corazón como una melodía olvidada. Se giró, el corazón latiendo desbocado, y allí, al borde de la frontera, se encontraba una figura que lo dejó sin aliento. Era un joven con cabello claro y ojos color rosa que brillaban como estrellas en la noche. Su rostro reflejaba la misma luz que había iluminado sus recuerdos más preciados. Era la visión de su infancia hecha realidad, el reflejo de sus sueños.

El horizonte de las Almas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora