CAPÍTULO SEIS: EL LLANTO DEL DEMONIO

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Los días se convirtieron en un tormento para Xyvolas, quien se encontraba atrapado en un ciclo de dolor y desdicha que parecía no tener fin. Su padre, el rey del infierno, había desatado sobre él una tormenta de agresiones, tanto físicas como emocionales, que cada vez más lo dejaban marcado. La ira del rey había crecido, y con ella, el maltrato hacia su hijo.

Xyvolas se mantenía encerrado en su habitación, sumido en la desesperación y el miedo. Pero cuando las puertas del palacio se abrían y el rey hacía su aparición, el pequeño demonio sabía que el caos estaba a punto de desatarse. Cada vez que su padre

entraba, una presión abrumadora llenaba el aire, una tensión palpable que lo hacía temblar. El rey había convertido el hogar que alguna vez había sido su refugio en una prisión de terror.

— ¡Eres un deshonor para nuestra familia! —Gritaba el rey, su voz resonando como un trueno en las paredes del palacio—. ¿Qué te has creído, Xyvolas? ¿Que puedes ir a ver a esa criatura del cielo? Esa abominación no tiene lugar aquí!

Xyvolas, con la voz entrecortada por la angustia,intentaba defenderse. Su mente estaba llena derecuerdos de Nivorys, del abrazo cálido que compartieron y de la promesa de volver a verse. Quería escapar, quería gritar, quería correr hacia la frontera, pero sabía que su padre jamás lo permitiría.

— ¡Por favor! —Imploró Xyvolas, sus ojos brillando con lágrimas—. Solo quiero verlo una vez más. ¡Prometí que volvería! ¡No me impidas hacerlo!

Pero esas súplicas solo provocaban la furia del rey. La reacción era inmediata: un golpe certero en el rostro. Xyvolas sintió cómo el mundo giraba a su alrededory cómo el dolor se alojaba en su mejilla. Caía al suelo, aturdido, pero su corazón seguía gritando por Nivorys.

— ¡Tú no sabes lo que es el honor! —Rugió el rey, acercándose con pasos pesados—. No entiendo por qué aún sigues deseando estar cerca de esa criatura. ¡El no es más que un trozo de luz inútil! ¡Si alquna vez vuelves a mencionarlo, te haré desear no haber nacido!

Las palabras cortaban como cuchillos, y cada golpe físico que recibía era un recordatorio de lo poco que valía a los ojos de su padre. Las agresiones comenzaron a acumularse: un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aliento, una patada que lo derribó contra el suelo frío del palacio. Cada golpe era un castigo por la simple idea de querer a alguien que no debía.

En una ocasión, mientras intentaba ocultar su dibujo, que apenas había podido arreglar como si fuese un rompecabezas, el rey lo descubrió y, en un arranque de furia, lo destrozó delante de él.

— ¡Mira lo que has hecho! —Gritó el rey, haciendo añicos los restos del dibujo, dejando que los pedazos se dispersaran como cenizas al viento—. ¡Te has convertido en una burla para todos nosotros!

Xyvolas cayó de rodillas, las lágrimas fluyendo sin control.

— ¡No! ¡Por favor! —Suplicó, extendiendo las manos hacia su padre—. ¡Te lo suplico!

Pero las súplicas solo le valieron un nuevo ataque, esta vez con el pie. La bota del rey golpeó su costado con fuerza, y un grito ahogado salió de los labios de Xyvolas. La agonía se mezclaba con la humillación, y su corazón se hundía más en la desesperación.

— ¡Eres un estúpido! —Gritó el rey—. No te dejaré salir de esta prisión. Tu lugar es aquí, y no con esa luz.

Cada palabra era un golpe en su alma, y la risa burlona de su padre resonaba en su mente, dejando marcas que no desaparecerían con el tiempo. La idea de Nivorys, la calidez de su amistad, se tornaba en una lejana ilusión, cada día más difícil de alcanzar. En una ocasión, después de una golpiza especialmente brutal, Xyvolas yacía en el suelo, incapaz de levantarse. Sentía el sabor metálico de la sangre en su boca y el ardor de su cuerpo golpeado. En ese momento, la desesperanza se apoderó de él, una oscuridad que parecía no tener fin.

— ¿Vas a seguir suplicando, Xyvolas? -Preguntó el rey, su voz llena de desprecio—. Te estás volviendo más débil con cada día que pasa. Si sigues así, ni siquiera podrás ser llamado un demonio.-

Xyvolas cerró los ojos, deseando que el dolor desapareciera, que todo ese tormento se desvaneciera. Pero sabía que no podía permitir que su padre lo destruyera por completo. A pesar de las agresiones y el daño que estaba sufriendo, en lo más profundo de su corazón aún había una chispa de resistencia. La promesa de Nivorys seguía viva, un faro que iluminaba su oscura existencia.

Y así, en medio de la tormenta, Xyvolas se aferró a esa esperanza, un hilo delgado pero fuerte, que lo mantenía en pie, que lo impulsaba a seguir luchando, aunque el precio fuera su propio sufrimiento. Con cada golpe, cada herida, cada insulto, Xyvolas se prometía a sí mismo que un día volvería a ver a su amigo, que no permitiría que la sombra de su padre ahogara la luz que había encontrado.

El horizonte de las Almas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora