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Ahora que sabemos que Capitano se está pudriendo bajo su armadura, imagina que eres un sanador prodigioso, y ya sea que el fatui te haya secuestrado para ayudarlo, o un miembro de la casa del hogar que Arlecchino se ofrece a cuidarlo, te conviertes en su sanador dedicado de quien se enamora.
Lo atiendes a diario y en tus sesiones de curación has logrado ralentizar e incluso regenerar algunas de sus células. Hablan sin parar mientras lo tratan, aprendiendo todo sobre su pasado. Ni siquiera te inmutas cuando expone partes de tejido necrótico.
Desde la primera sesión le sonríes como si fuera cualquier otro hombre, no una abominación podrida. Aún así, se niega a mostrarte su rostro, pero verifica el progreso increíblemente lento de su regeneración a diario, esperando el día en que pueda revelarse ante ti. Es una tontería, piensa, no tiene miedos, pero la idea de tu rechazo lo aterroriza.
Has sido su diligente enfermera durante años y siempre has sentido atracción por él, pero Capitano mantiene un límite cuando intentas acercarte a él. Físicamente al menos, emocionalmente ha compartido todo contigo y tú eres su confidente más confiable. Se ha vuelto tan cómodo contigo que incluso te deja que lo cuides mientras duerme.
Sin embargo, a medida que tu amor por Capitano crece, no puedes resistir la tentación de desenmascararlo durante una de tus sesiones nocturnas. No logras descubrir cómo quitarle la máscara, así que, en lugar de eso, acercas con cuidado una vela cercana a su rostro para iluminar la oscuridad casi mágica que envuelve sus rasgos.
El primer pensamiento fue que no era tan grave. La piel de su rostro estaba ennegrecida por la corrupción, deformando el tejido muscular. Pero la "podredumbre" que habías visto en su cuerpo estaba mucho más avanzada en su descomposición cuando comenzaste el tratamiento.
Admiras los rasgos que quedan, imperturbable ante la piel mudada y descascarada. Te pierdes tanto viéndolo que no notas que una gota de cera cae sobre su pómulo demacrado.
Capitano se despierta sobresaltado. Le toma solo un segundo darse cuenta de lo que has hecho, te quita la vela de la mano y deja la tienda en total oscuridad.
—¡¿Cómo pudiste?! —gruñe avergonzado . Se pone de pie y, mientras trepa, se le cae la máscara por completo.
Con calma, colocas tus manos sobre su pecho, sientes su corazón latir desenfrenadamente bajo tu palma mientras la otra serpentea hasta su mandíbula. Sin decir palabra, te pones de puntillas y colocas una casta mano sobre sus labios.
No puedes ver la confusión en su rostro, pero sonríes de todas formas. Solo dices:"He esperado tanto tiempo para hacer eso".
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